Columbus, de Kogonada

LA ARQUITECTURA DEL ALMA.

“El cine es toda una posibilidad. Una posibilidad esencial, porque el cine es el arte del tiempo. Por lo tanto, lo es todo, porque el arte del tiempo lo engloba todo”

Kogonada

En los últimos planos que cerraban la magistral El eclipse, de Antonioni, recorríamos las calles y plazas vacías que anteriormente habían sido transitadas por los amantes. Ahora, esos mismos espacios mostraban un vacío implacable donde la quietud y el silencio se apoderaban irremediablemente de las miradas atónitas de los espectadores. El paisaje en consonancia con la forma en el cine de Antonioni le servía al maestro italiano para criticar con extrema dureza la alineación y la invisibilidad del individuo en las sociedades modernas. En cambio, en el cine de Kogonada adquiere un significado opuesto, donde los edificios y la forma devienen un poder curativo y sanador para los individuos. La puesta de largo de Kogonada (nombre artístico que homenajea a Kogo Noda, guionista de Yasujiro Ozu) parece un reflejo continuador y estilístico de sus celebrados trabajos sobre Ozu, Tarkovski, Kubrick, Wes Anderson, Bergman, etc… Piezas de apenas de cinco minutos o menos, donde el reputado crítico y estudioso cinematográfico eleva el ensayo fílmico para estudiar y reflexionar sobre las eternas posibilidades de las formas, estructuras, simetrías y demás elementos cinematográficos de los cineastas, piezas cortas hechas por encargo para Sight & Sound, Criterion Collection o el British Film Institut (celebrado es su pieza sobre el Neorrealismo donde comparaba las diferentes versiones de la película Estación Termini).

Kogonada nacido en Seúl (Corea del Sur) pero que ha crecido en EE.UU., nos lleva hasta Columbus, en el estado de Indiana, la meca de la arquitectura moderna, donde las escuelas especializadas de Europa fueron invitadas para poblar de edificios y estructuras urbanas la zona creando un nuevo modernismo donde la luz y el espacio se fundían con el paisaje, predominando una estética de formas y colores que se mezclaban con lo urbano de forma precisa y natural. Allí, en ese lugar, conoceremos a Cassey (extraordinaria la interpretación de Haley Lu Richardson) una joven recién graduada que trabaja en la biblioteca que pospone su sueño de estudiar arquitectura para vivir junto a su madre, en pleno proceso de redención después de una vida desestructura por su adicción a las drogas, que entablará una amistad con Jin (precisa y acogedora la composición de John Cho) un traductor surcoreano que se ha trasladado a la pequeña ciudad por la enfermedad de su padre, un reputado arquitecto. Kogonada acoge a sus personajes y los envuelve del paisaje urbanístico de Columbus, mientras hablan sobre sus estados anímicos, las difíciles relaciones junto a sus progenitores y el desamparo y el vacío que sienten en sus vidas actuales, y lo hace de manera inteligente y elegante, con suavidad y detalle, en el que tanto sus personajes como los edificios acaban formando uno sólo, en una de las películas más audaces y soberbias donde la forma y el fondo casan magistralmente.

Las largas conversaciones acompañadas de los espacios arquitectónicos, donde se reflexiona sobre estos, así como su historia y sus creadores, los Eero Saarinen, Richard Meier o I. M. Pei, entre otros, y sus formas y estructuras, adquieren en la película de Kogonada una inmersión visualmente extraordinaria, donde la corrección formal y la profundidad de sus personajes y sus conflictos interiores funcionan sin darnos cuenta, con extrema sabiduría cinematográfica, donde el tiempo y el espacio adquieren otra dimensión, en el que asistimos a la emoción de la amistad de dos seres atrapados en un lugar que parece diferente, quizás demasiado tranquilo y lleno de quietud, pero sí observamos con detenimiento y tomándonos el tiempo preciso, descubrimos muchísimo más de lo que vemos a simple vista, quizás descubramos algo de nosotros en su interior, algo que bulle en lo más profundo del alma.

Kogonada recoge con audacia y precisión el espíritu del cine independiente americano (ciudades pequeñas donde la vida parece detenida y demasiado corriente, personajes algo o bastante perdidos y desorientados que no acaban de encontrar su lugar en el mundo, y un paisaje urbano o rural, donde en ocasiones los personajes se muestran acogidos y en otras, seres extraños, filmados a través de planos largos mientras tienen largas conversaciones filosóficas sobre la vida, el entorno o sus vidas) y también invoca a sus maestros, aquellos que fueron material ensayístico de sus magistrales y celebradas piezas, como los Ozu, Bresson, Kubrick, Tarkovski y Antonioni en su concepción formal, donde la cinematografía de Elisha Christian (que ya había demostrado su capacidad en In your eyes, y en otros trabajos) es una gran aliada para mostrar las estructuras de los edificios modernistas, tanto su forma como lo que no vemos, su interior, sus estados de ánimo, lo que encierran dentro de su ser,  que actúa como reflejo del alma de los personajes, unos eres que los observan desde fuera y pasean por su interior, descubriéndolos y sobre todo, descubriéndose a ellos mismos.

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