Una fría y soleada mañana en algún lugar de Islandia. Un hombre de mediana edad sale a pasear con su nuevo caballo, una hermosa yegua blanca, los dos lucen esplendorosamente frente a la atenta mirada de sus vecinos que los felicitan a su paso. De repente, un ejemplar macho negro divisa a la yegua y sale corriendo tras ella hasta conseguir montarla ante la estupefacción y asombro del jinete, y los demás atónitos espectadores. De esta forma, arranca De caballos y hombres, opera prima de Benedikt Erlingsson, es una tragicomedia coral, irreverente y transgresora con grandes dosis de humor negro, a la que no le faltan algunos golpes secos de extrema violencia. Una aventura cotidiana sobre la relación que se establece entre los hombres islandeses y sus caballos. Caballos fuertes, duros, bajos y bellísimos que son parte fundamental en la vida diaria de estas personas encerradas en su pequeña y humilde comunidad alejada del mundanal ruido. Tomando la línea episódica de películas como Nashville (1975) y Vidas cruzadas (1993), ambas de Robert Altman, el realizador islandés nos presenta una cinta donde varias historias independientes entre sí se van entrelazando a lo largo del relato, en las que hay cabida para todo tipo de géneros y puntos de vista. Todas tienen en común, eso sí, un tono parecido, una manera de acercarse a la cotidianidad bajo un prisma alegre y triste, humano y salvaje, real y ficticio, en el que las situaciones y circunstancias que se ven inmersos los personajes que transitan por el relato son duras pruebas para seguir hacia delante y sobretodo, un proceso de conocimiento personal en el que cada día forma parte de una aventura constante, para seguir luchando contra los elementos que se van interponiendo en nuestro camino de vivir. El tratamiento formal de Erlingsson basado en planos cortos y tomas largas, donde el objetivo radica en la imagen, en que la película se cuente a través de su propio mecanismo, y evitar el recurso del diálogo. Una muestra más del acierto compositivo del realizador islandés que deja que su obra se alimente de ella misma y se acerque al espectador de manera sencilla, convirtiendo su obra en una crónica de una forma de vivir y sentir de unas personas que viven y trabajan con caballos. Otro de los elementos a destacar es la dirección de actores, unos personajes que se mueven eficazmente confundiéndose con un paisaje en la que la ausencia de árboles es notable. Unas criaturas que se aman y odian, y también, forman esta comunidad que batalla a diario soportando las duras condiciones climatológicas con entusiasmo y tristeza, según la circunstancia en la que se tropiecen. Ligera y divertida, en algunos momentos, y durísima e intensa, en otros, esta fábula rural y campestre, fue galardonada con el premio a la Mejor Película en la Sección Nuevos Directores del Festival de San Sebastián del año pasado, gustará a quienes les apasionen conocer nuevas culturas y formas de vida.