En 1917, Charles Chaplin dirigió The immigrant, un cortometraje de 25 minutos, protagonizado por el mítico Charlot, donde se relataba las dificultades en las que se veían envueltos los inmigrantes que viajaban hacía una nueva vida en EE.UU. Al llegar a la isla de Ellis, fente a Nueva York, Charlot era acusado injustamente de robar. Casi un siglo después, James Gray retoma el título del genio y nos presenta una historia que arranca de la misma forma. Ahora, las que arriban son dos hermanas polacas, Magda, que se queda seis meses retenida a causa de su tuberculosis, la otra, y Ewa, que al igual que le sucedía a la criatura de Chaplin, es acusada injustamente, en esta ocasión, el delito radica en la moral relajada durante la travesía. Pero, un golpe del destino o de la fatalidad, según se mire, en el momento que va a ser deportada, aparece Bruno, un malhechor y proxeneta con influencias en la policía, que la sacará del apuro y la obligará a prostituirse para liberar a su hermana enferma. Gray fabrica un producto que bebe de las fuentes clásicas, de los independientes hollywoodienses y de la generación de los 70. Una obra que en apariencia parece una película muda, aunque podría mirarse como una eficaz y fiel reconstrucción de las dificultades en las que se encontraban los inmigrantes que querían empezar una nueva vida en el nuevo mundo a principios del siglo pasado. La película tiene una textura marca de la casa, sigue fiel a ese cine rabioso, contenido e inteligente que nos tiene acostumbrados el realizador estadounidense. No obstante, guarda enormes paralelismos con su anterior obra, Two lovers (2008), en los que Leonard (Joaquin Phoenix), con graves problemas emocionales, se debatía entre dos amores, el del tradicional que le ofrecía, Sandra, o el de la aventura que le proponía la vecina Michelle. Ahora, Ewa, el alma de la función, se debate entre dos hombres, aunque en circunstancias diferentes, por un lado, está Bruno, que la ama en secreto, y hará todo lo posible para retenerla, y más cuando aparece Orlando, una mago buscavidas y primo de Bruno, que es la antítesis del anterior, y en cambio, le ofrece una nueva vida a la desdichada Ewa. Un obra a contracorriente y maravillosa, exquisitamente fotografiada, extrayendo esa luz mortecina que acompaña a toda la película, en la que no faltan los toques de thriller que sazonan la dramaturgia de Gray, los personajes ambiguos y en deriva emocional, que transitan por lugares oscuros y lúgubres, y que se ahogan en circunstancias amargas que las únicas vías de salida que encuentran los abocan a un destino fatalista. Todo el relato de Gray se sostiene a través de la mirada de Ewa, una Marion Cotillard – que nos recuerda a las heroínas del mudo como Lilian Gish, Claro Bow o Janet Gaynor -, en un registro diferente al que nos tiene acostumbrados, componiendo un personaje de apariencia frágil, pero que esconde una mujer fuerte y dispuesta a sobrevivir a pesar de las dificultades en las que se ve sometida, a su lado, un Phoenix, magnífico en su rol de malvado y amargado personaje, y el tercer vértice, Jeremy Renner, que aporta el contrapunto positivo abriendo un nuevo camino a la protagonista. Un relato de apariencias, de espejos deformantes que reflejan unas vidas de personajes solitarios que caminan sin rumbo fijo. Una obra de madurez que nos devuelve el mejor cine de la mano de uno de los nombres más importantes de su generación, que están renovando y de qué manera el panorama cinematográfico estadounidense con los Alexander Payne, Wes Anderson, Paul Thomas Anderson, Sofia Coppola…