La gomera, de Corneliu Porumboiu

SI ME NECESITAS, SILBA.

“Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar puede el hombre escapar a la sentencia de su destino”.

Esquilo de Eleusis

El régimen corrupto y militarizado de Ceausescu, que durante más de cuatro décadas gobernó autoritariamente Rumanía, ha sido objeto de estudio, investigación y crítica en el llamado “Nuevo Cine Rumano”, cineastas como Cristian Mungiu, Radu Muntean, Cristi Puiu, Anca Damian, y Corneliu Porumboiu (Vaslui, Rumanía, 1975), han construido películas de corte social, muy apegadas a la realidad, comedias para hablar de temas muy serios, con toques de humor negro, sátira y esperpento, mirando a la historia reciente de Rumanía, que les ha valido un espacio muy reconocido en los festivales  internacionales más prestigiosos de todo el mundo. Poromboiu ha creado hasta la fecha algunas ficciones de la talla de 12:08 al este de Bucarest (2006), Policía, adjetivo (2009), Cae la noche en Bucarest (2013), y El tesoro (2015), amén de un par de documentales relaciones con el fútbol.

Ahora, nos llega La gomera, que nos traslada a la isla de las Canarias, y nos enfrenta a Cristi, un policía demasiado serio, amargado y completamente a la deriva, alguien que en su día creyó en algo, pero ahora mismo, todo eso se ha esfumado. Cristi trabaja para la policía, pero también para el narcotráfico, es una especie de pistolero sin rumbo ni vida, al estilo de esos vaqueros que tanto han pululado por esas llanuras, como el John Wayne de Centauros del desierto, a la que se homenajea en la película, que el único consuelo que encuentra es con su madre, el personaje más libre y cercano de todos los que aparecen en la película. En la Gomera se reencontrará con Gilda, una mujer bellísima, elegante y muy enigmática, de la que está profundamente enamorado, pero, Gilda, al igual que Cristi, juega sus cartas y todas están marcadas. En la isla se pondrá a las órdenes de Paco, un gánster que más parece un gentleman, escapando así del estereotipo del matón al uso. Todo gira en torno a Zsolt, un turbio businessman que conoce el paradero de 30 millones de euros.

Porumboiu construye su película más de género, un film noir en toda regla, pero subvirtiendo las narrativas y estructuras del asunto, porque juega a muchas cosas, creando una mezcla de géneros más que evidente, muy al servicio, eso sí, al juego psicológico de los personajes, donde todos se mienten, se ocultan, y nunca acabas por reconocer ni intuir sus próximos movimientos y alianzas. La gomera tiene el regusto de ese cine policíaco clásico, desde Tener y no tener, de Hawks, con ese silbido, ya que el famoso silbo gomero tendrá una importancia capital en los tejemanejes que se traen los fuera de la ley, o Gilda, con la clara referencia en el nombre de la protagonista, una femme fatale en toda regla, o el universo de Melville, con ese Cristi muy cercano a Lino Ventura o el maduro Jean Gabin, de hecho se hace mención a una famosa película rumana policiaca de mediados de los setenta. Porumboiu nos sitúa en la isla, que se retrata de forma abstracta, casi de una forma espiritual, muy alejada a esa idea de paraíso que tenemos, si no todo lo contrario, una especie de paraíso, si, pero perdido, más cerca del infierno, con esa maravillosa luz etérea y naturalista de Tudor Mircea, cinematógrafo habitual del director.

Contada a través de episodios que cada lleva el nombre de los personajes principales, en los que iremos conociendo más sobre ellos, sin llegar a conclusiones evidentes de sus verdaderas intenciones, porque todos se investigan y se persiguen unos a otros, con un exquisito y fragmentado montaje de Roxana Szel, en casi toda la filmografía de Poromboiu. Misterio, y sobre todo, humor, como no podía faltar en una película del director rumano, peor ese humor a lo Buster Keaton, muy serio, muy negro, y muy en consonancia con las situaciones ridículas que se van dando en la película. La gomera guarda muchas similitudes a la trama que planteaba Kurosawa en Yojimbo, con ese juego a dos y tres bandas, o incluso más, que muy bien no se sabe a qué lugar nos llevará todo este tinglado, desde la música que recorre estilos tan diferentes como el pop de Iggy Pop, las rancheras de Lola Beltrán o la clásica de Richard Strauss, entre otros. Protagonizada por unos gánsteres muy atípicos, que usan el silbo gomero para fines criminales, una policía que lleva una operación que graba todos los movimientos de Cristi, porque desconfían de él, una mujer arrolladora, peligrosa y llena de misterio, que no resulta un buen cómplice para este embrollo, unos secuaces que nos e andan con hostias, y por último, un “macguffin”, en forma de tipo corrupto y un montón de pasta, oculta como un tesoro que hace ir y venir a todos los personajes en litigio.

Un reparto heterogéneo y a la altura de la acción planteada, como no podía ser menos. Tenemos a Vlad Ivanov como Cristi, un habitual en el universo de Porumboiu, la mujer es Catrinel Marlon, bella y de armas tomar, como toda mujer metida en un asunto masculino, o muerdes o te muerden, Rodica Lazar como la jefa de policía, otra mujer de órdago, tan fría y calculadora como se espera de una representante de la ley, que para los negocios oscuros sale al pasillo porque dentro del despacho también la observan, Antonio Buíl, actor oscense afincado en Suiza, de gran trayectoria teatral, es Kiko, un matón de esos al servicio de la causa de Paco, que interpreta magistralmente un Agustí Villaronga, que a su gran carrera como director, añade algunas intervenciones, pero no lo veíamos en un rol más extenso desde Perros callejeros II, cuando hacía de mangui que intentaba pirulear al Torete. The Whistlers (Los silbadores, en su título internacional), nos remite a aquella maravilla que supuso Los timadores, de Frears, una de esas magníficas reinterpretaciones del film noir clásico, adaptándolo a los nuevos tiempos, los noventa de entonces, y en el caso de la película de Porumboiu, a los actuales, convulsos, raros y tan extraños como todo lo que se cuece en la trama. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA