Holy Spider, de Ali Abbasi

EL HOMBRE QUE ASESINA PROSTITUTAS POR LA NOCHE.

“Dios perdonará a los que le niegan; pero ¿qué hará con los que cometen maldad en su nombre?

Jacinto Octavio Picón

Conocí el caso real de Saeed Hanaei, el hombre que en el 2001 asesinó a 16 prostitutas en la ciudad santa de Mashhad en Irán, gracias a la televisión pública, cuando era televisión y sobre todo, pública, en uno de aquellos impresionantes programas a las tantas de la noche. Ha sido todo una gratísima sorpresa que un cineasta de la talla como Ali Abbasi (Teherán, Irán, 1981) realice una película sobre el tema, porque intuía que no iba a ser el típico thriller convencional tan ofertado actualmente. Conocíamos la habilidad del director iraní, afincado en Dinamarca, de la creación de atmósferas, en indagar en temas incómodos como lo podrían ser la maternidad en Shelley (2016), y la diferencia en Border (2018), y en el thriller profundamente personal y atípico, más reconocido en los clásicos con personajes complejos e historias de los bajos fondos, al mejor estilo hitchcockiano.

En su tercera película, Holy Spider, construye un relato a partir de la historia real de Saeed Hanaei, en un guion que escribe junto a Afshin Kamran Bahrami, pero no lo hace tomando partido ni simplificando el conflicto, sino que lo cuece a fuego lento a partir de dos personalidades, la de la periodista Rahimi, que viene de la capital a investigar en Mashhad, la segunda ciudad del país y la ciudad santa por excelencia después de La Meca, y la del asesino. Aunque el tema de caza está presente en la historia, no es lo importante, porque la película esta erigida a través de las contradicciones tanto de los dos personajes mencionados como de la propia ciudad, donde resaltan la vida de una mujer sola estigmatizada como deja bien claro en la secuencia del hotel o en la conversación con su colega periodista, y la llamada de teléfono con su madre, y el otro frente, el asesino, un marido y padre de tres hijos pequeños, profundamente religioso, veterano de la guerra Irán-Irak, y auto declarado limpiador de la impureza por eso asesina a prostitutas.

El director iraní no solo se queda ahí, en los tremendos contrastes en los profundiza la película, sino también el lugar de los hechos, una ciudad orgullosa de su religiosidad hace la vista gorda ante la prostitución, las drogas y demás, como demostrarán la policía, cabeza visible de la corrupción y la hipocresía que reina en las autoridades. Abbasi vuelve a acompañarse de varios de sus colaboradores más fieles que han estado en las tres películas hasta ahora como el cinematógrafo Nadim Carlsen, que crea esa atmósfera nocturna y absorbente donde se posa buena parte del relato, repleto de sombras y ambientes malsanos y cotidianos, la montadora Olivia Neergaard-Holm, que consigue ser concisa e imponer un ritmo pausado a una historia que se va casi a las dos horas de metraje, el músico Martin Kirdov, con una composición cargada de tensión donde abundan los ritmos atmosféricos, que recuerdan a los trabajos de Tindersticks para el cine de Claire Denis, y el productor Jacob Jarek, que ya estuvo en Shelley, junto a Sol Bondy, que coprodujeron las dos películas de Grímur Hákonarsen, entre otras.

El gran reparto encabezado por una grandiosa Zar Amir-Ebrahimi en la piel de la periodista Rahimi, con esa mirada potentísima, llena de fuerza y vulnerabilidad, enfrentada al asesino, que hace de forma memorable el actor Mehdi Beajestani, que ha trabajado con Asghar Farhadi, entre otros,  un tipo que se cree guiado por Dios, sino también a una sociedad miserable, que mira hacia el otro lado cuando le interesa, que violenta a las mujeres por el simple hecho de su condición, y sobre todo, vive instalada en la hipocresía, en la misoginia y en el de proteger a asesinos como Saeed Hanaei por el simple hecho de “limpiar la ciudad” de aquellos individuos que otros por interés económico dejan que existan. Abbasi no se corta un pelo en mostrar la suciedad de una sociedad que se enorgullece de su religiosidad, porque podemos ver de forma explícita desde cuerpos desnudos como el sorprendente arranque de la película, consumo de drogas, escenas de sexo y prostitución, secuencias que casi nunca se muestran en el cine iraní y árabe.

El cineasta iraní nos atrapa sin estridencias ni piruetas argumentales, en un grandísimo relato que se aparta de modas y espectacularidades modernas, para indagar en la moral social, en cómo funcionamos como sociedad, donde están los límites del bien y el mal, y sobre todo, la realidad putrefacta y violenta que ocultan la mayoría de las sociedades, dejando ver sus entrañas y su verdadera identidad, donde prevalecen formas antiguas y conservadoras en las que se permite la injustica y la corrupción de los gobernantes amparados en la religión o en cualquier otra cosa. El personaje de Rahimi no solo es una mujer, es la mujer que representa todas las injusticias que se cometen en las sociedades del mundo ante las mujeres, en un personaje que se basa en la periodista que siguió la detención y el juicio de Saeed Hanaei, y al que también entrevistó, porque es el personaje que vive todas los sometimientos de la mujer en la sociedad iraní, esa misma sociedad que protege y no juzga al asesino, un tipo al que ven como un ser enviado por Dios para eliminar la suciedad de la sociedad, su sexo, sus drogas y sus cosas, las mismas que otros mismos consumen, solo que a escondidas, en fin, vivimos en esas sociedades, o podríamos decirlo de otra manera, vivimos porque miramos a otro lado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA