Madrid, above the Moon, de Miguel Santesmases

Cartel MADRID ABOVE THE MOON AFVIVIR OTRA VIDA.

Un joven treintañero hace fotos mientras pasea por la Plaza de Oriente de Madrid. Habla en inglés con turistas y acaba flirteando con ellas. Algunas acaban en su cama, otras no. Se hace llamar Miguel y que se dedica a hacer fotografías, incluso las lleva hasta su casa. Pero en realidad, no es así, él no es quién dice ser. Está suplantando la vida y el trabajo de su amigo, que le ha dejado unos días su casa. De esta manera tan envolvente y peculiar arranca la cuarta película de Miguel Santesmases (1961, Madrid), que tras un período prolífico en el que hizo tres films en 7 años, llevaba una década sin dirigir, la última fue Días azules en el 2006.

Dedicado durante ese período a la docencia, Santesmases tenía ganas de volver a dirigir, pero quería hacer una película modesta y sencilla, que nadie debía aprobar, que se haría en cooperativa con la ayuda desinteresada de muchos y su rodaje se llevaría a cabo en Madrid. Una película de alguien que fantasea con ser otro, Ernesto se ha pasado la vida queriendo ser otro, no ser quién es, quizás por falta de valentía a decidirse por algo o alguien, en una eterna huida que pretendiendo escapar de los demás, no se da cuenta que de quién está escapando es de sí mismo. Santesmases ha filmado una cinta sencilla, que sucede casi siempre de día, y casi en un único escenario, la Plaza de Oriente, el origen y lugar emblemático de la capital, un espacio donde se concentran turistas por doquier, el lugar idóneo donde Ernesto puede pasar desapercibido, siendo otro, en el que habla en inglés, en el que liga con turistas, mujeres de paso, personas que pasarán por su vida como una brizna de viento, nada que lo pueda devolver a la realidad, y mantenerlo en esa extraña ensoñación inmadura en la que se encuentra. La cámara del realizador madrileño observa con la debida distancia, no juzga a sus personajes, sigue a Ernesto, al que acompaña el sonido ambiente y la suave melodía de la guitarra española, lo mira desde afuera, como el que mira a alguien que acaba de llamar su atención, permite a los espectadores seguir lo que acontece sin inmiscuirse, sin molestar, con atención, eso sí, pero dejándose llevar por los acontecimientos que se van presentando.

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La primera mitad de la película está construida como una comedia romántica de chico conoce a chica, aunque con matices, parece que el chico sólo quiere ligar con chicas, sin llegar a conocerlas. En la segunda parte de la cinta, el género romántico se mantiene, pero la comedia deja paso a una cinta de misterio o thriller, en el que aparece una chica, que como le ocurre a Ernesto no dice quién realmente es, oculta cosas de su vida y se aparta de sí misma. Santesmases nos habla de un mundo de apariencias, de mentira, de un mirada crítica hacía las relaciones superficiales en las que nos movemos en el mundo contemporáneo, también hay lugar para el metacine, en el que la película se construye a medida que la estamos viendo, con aparición incluida del director (como sucedía en Los ilusos, de Jonás Trueba, película con la que comparte más de un paralelismo). Un cine de aquí, que reflexiona sobre la dificultad de hacer cine, y de las complejas y oscuras relaciones. Un cine que nace desde dentro, hecho artesanalmente, de calidad, con unas interpretaciones naturales y honestas entre las que destaca Víctor Vidal como el joven “fotógrafo” perdido, Rocío León, la enigmática y cálida Alma y Helena Sanchis como la desaparecida y atractiva Susan. Una historia ligera, que se ve con tranquilidad, sin prisas, (que recoge el espíritu de aquella comedia madrileña de finales de los 70 y primeros de los 80, en títulos como Tigres de papel, Opera prima o el primer Almodóvar) en el que conocemos personajes como nosotros, que quieres ser otros, o simplemente huir de ellos mismos, aunque esa perpetua huida acaba teniendo un final, un punto finito en el que tenemos que mirarnos a nuestro espejo interior y saber quiénes somos y sobretodo, quién queremos ser y hacer.