Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández

LA VERDAD SIEMPRE VUELVE.  

“La verdad triunfa por sí misma, la mentira siempre necesita complicidad”. 

Epícteto 

Mucho del policíaco actual, que ahora se llama thriller, se caracteriza por historias impactantes y mucho diseño sofisticado donde lo principal es sorprender al espectador con relatos tramposos con la típica sorpresa final. El estudio de personajes que tanto había engrandecido al género, por lo general, se ha olvidado por completo de muchas producciones. Por eso, una película como Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández (Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, 1953), que en su ornamento se parece mucho a este tipo de cine del que hablo, se decanta por algo que estamos poco acostumbrados como la psicología de los personajes, ya en su guion, basado en la novela homónima de Juan Bolea y escrito por Rafael Calatayud Cano (habitual del cine de David Marqués con estupendas películas como Puntos suspensivos), troceado en la que opta por unos convenientes flashbacks que cambian la perspectiva de un mismo hecho a través de las miradas de tres personajes, cosa que añade más suspense y tensión a aquello que pensamos que sucede. 

De Hernández, un trabajador nato del oficio, con casi medio siglo de carrera, debutando con F.E.N. (1980), protagonizado por los titanes Héctor Alterio y José Luis López Vázquez, en una filmografía que encontramos largometrajes como Lisboa (1999) y En la ciudad sin límites (2002), y series como Días sin luz (2009) y Las chicas del cable (2017), entre muchos otros títulos que abarcan la treintena. Con Parecido a un asesinato vuelve al thriller con un diseño de producción excelente, y consiguiendo una atmósfera oscura y muy incómoda con un ramillete de cuatro personajes peculiares: Eva, una mujer que se ve acechada por el fantasma de su ex. Nazario, su novio, un escritor de novela negra de éxito, su hija, Ali, que estudia cine y siempre lo graba todo con su cámara, y finalmente, José, el ex de Eva, un personaje en la sombra. Filmada en escenarios naturales de la provincia de Huesca donde lo rural, la casa aislada, el pueblo y los parajes impresionantes ayudan a dotar a la trama de todos esos espacios misteriosos, alejados del mundanal ruido, que contribuyen a centrarse aún más si cabe en las acciones y actitudes de cada personaje ante los acontecimientos que se ven sometidos. 

Una película de estas características ha de tener un trabajo técnico de altura y la película lo consigue con la cinematografía del valenciano Guillem Oliver, que tiene en su haber films con Àlex Montoya como Asamblea y La casa, el cine de Alberto Evangelio como el thriller Visitante y otro policíaco como El lodo. Una luz tenue, que está ahí sin resquebrajar la textura, y además, una luz que antepone los rostros y cuerpos de los personajes. La música es de Luis Ivars, que ya trabajó con Hernández en la serie Tarancón. El quinto mandamiento y en el largo Capitán Trueno y el Santo Grial, amén de Juan Luis Iborra y Vicente Molina Foix, consigue atraparnos con melodías nada invasivas, sino que nos ayudan a penetrar en la psique de unos personajes amenazados y con el transcurso de los minutos sabremos los porqués. El montaje es de Antonio Frutos, especialista en el thriller ya que ha trabajado con directores que han tocado y mucho este género como Paco Cabezas, Daniel Calparsoro, Félix Viscarret y Lluís Quilez, entre otros. Su edición es de puro corte y bien hilvanado, sin abruptos ni estridencias, porque el relato se mueve entre las sombras y lo diferente en sus casi dos horas de metraje.

Si el guion funciona y la parte técnica está en consonancia, la parte interpretativa no podía ser menos. Un reparto encabezado por la siempre efectiva Blanca Suárez, que hace de Eva, una mujer que tuvo un pasado durísimo en una relación muy tóxica. A su lado, Eduardo Noriega, muy convincente como escritor de éxito, siendo Nazario, que tiene una nueva relación después de su tragedia, y el padre de Ali, que compone una admirable Claudia Mora, que debuta en el largometraje con una adolescente de rostro dulce pero que arrastra el trauma de la muerte de su madre, y finalmente, el personaje “macguffin” que es José, el ex de Eva, motor para que los personajes vayan y vengan por el relato. Después encontramos en breves papeles tipos tan buenos como Joaquín Climent, que lo hace todo tan bien, y las formidables presencias Marián Álvarez y Raúl Prieto. Los satélites de Parecido a un asesianto estarían en películas como las de Oriol Paulo, en una suerte de policíaco, prefiero llamarlo así, bien contado, con historias muy oscuras, donde lo psicológico se impone a las tramas y en que los personajes y sus secretos van adquiriendo los giros sorprendentes de la trama que siempre juega al despiste, a ir más allá de lo que sucede, descubriendo los pliegues que se ocultan en un guion que cuenta tres perspectivas diferentes poniéndose en ese lado que poco o nada tiene que ver con la verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La sospecha de Sofía, de Imanol Uribe

EL HERMANO QUE SURGIÓ DEL FRÍO.  

“Actuamos así unos con otros, toda esta dureza; pero en realidad no somos así, quiero decir… no se puede estar siempre en el frío; uno tiene que venir del frío…”

De “El espía que surgió del frío”, de John Le Carré 

La cinematografía española es poco dada al cine de género al mejor estilo del Hollywood clásico, es decir, aquellas películas de los treinta y cuarenta plagadas de espías con una atmósfera noir poblados por seres atrapados en marañas políticas de difícil escapatoria, con tipos de pasado oscuro y presente aún más negro, y mujeres fatales dispuestas a todo. Por eso, es de agradecer mucho una película de las características de La sospecha de Sofía, basada en la novela homónima de Paloma Sánchez-Garnica, que ya fue llevada a la pequeña pantalla en la miniserie La sonata del silencio. A partir de una adaptación que firma Gema Ventura, que ha estado en Centuauro y Todos los nombres de Dios, ambas de Calparsoro, nos sitúan en el Madrid del franquismo en 1968 en la vida tranquila y apacible de Daniel, Sofía y sus dos hijas pequeñas. La cosa se tuerce y mucho con la invitación a Daniel para que conozca a su madre biológica en Berlín oeste. 

Después de 16 títulos y casi medio siglo de carrera, el cineasta Imanol Uribe (El Salvador, 1950), que siempre se ha movido entre el drama y la intriga, con películas de la talla de La muerte de Mikel (1984), Días contados (1994), Plenilunio (2000) y Lejos del mar (2015), entre otras, se decanta por una trama que bebe de ese cine clásico bien ejecutado y con pocos sobresaltos, con una armonía y un tono conocidos y de lugares comunes, donde se adentra en terreno hitchcockiano, porque conocemos los detalles y la cosa se mueve por el suspense y esa línea casi invisible de ser descubierto y cómo se resuelve la dichosa trama. Y cómo no, el asunto del doble, que está tan presente en el cine del director británico, aquí es pieza capital, porque Klaus, reclutado a la fuerza por el KGB deberá ser Daniel, hacer lo que hace su hermano gemelo, y sobre todo, espiar para los soviéticos en el Madrid franquista de 1968. El relato visita a menudo el flashback para resolver ciertos enigmas de los diferentes personajes, cosa que se dosifica con inteligencia añadiendo más misterio a los hechos que ocurrieron y ocurren, pasando por buena parte del tercer cuarto del convulso siglo XX, con hechos tan reconocibles como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el mayo del 68, la llegada de la democracia, el final del telón de acero y demás. 

Uribe que siempre se ha caracterizado por una fascinante atmósfera en su cine, así como un exhaustivo rigor histórico, en que la intriga está al servicio de lo que está contando y contribuyendo a adentrarse en el complejo mundo de sus personajes. Tenemos al diseñador de arte Diego López, con el que hizo Llegaron de noche (2022), y el vestuario de Helena Sanchis, con la que ha hecho 6 películas, amén de películas con Bigas Luna,, con el que debutó en Las edades de Lulú (1990), Manuel Gómez Pereira, Manuel Iborra y Víctor Erice, entre otros. El gran trabajo de sonido de Juan Borrell, con más de 120 títulos, que hizo con el cineasta vasco Lejos del mar (2015). La magnífica cinematografía construida de claroscuros y de esa luz velada y sofisticada que ayuda a introducirse en ese universo de mentiras de verdad y viceversa que firma un grande como Gonzalo Berridi, seis películas con Uribe, con una abundante filmografía que abarca más de 60 títulos. La música de la alemana Martina Eisenrich consigue esas composiciones con aroma de clasicismo que le va como anillo al dedo a todo el entramado de la historia. El detallista y rítmico montaje de Buster Franco, con el que hizo Miel de naranjas, otro policíaco ambientado en la España de posguerra, ayuda a crear esa mezcla de drama y suspense tan bien equilibrada. 

Los intérpretes del cine de Uribe siempre se han destacado por componer unos personajes cercanos y llenos de complejidad, sino acuérdense de los Imanol Arias, Carmelo Gómez y Eduard Fernández de las ya citadas, a los que suma Álex González como Daniel/Klaus, encarnando a tipos en encrucijadas de oscura resolución, en las que deben actuar de formas muy diferentes a lo que en un principio deberían, siendo víctimas de su propia historia y de la historia en la que están metidos sin remedio. A su lado, Aura Garrido, que está convincente en su papel de Sofía, la que sospecha y la primera sorprendida de ciertos detalles de su “nuevo marido”, en un mar de dudas con el que vive a diario. Completan el reparto la presencia de Zoe Einstein, en un personaje que mejor no desvelar, y otros intérpretes que hacen de la película una historia íntima y tangible con oscuros secretos que nos llevan por media el eje europeo de entonces: Madrid, París y Berlín, tanto uno como el otro. Estamos ante una película de guion convencional, si, pero con sus atajos sorprendentes y una cuidada ambientación que se erige como un entretenido cine de espías que no oculta a sus maestros, que recuerda a Tu nombre envenena mis sueños (1996), de Pilar Miró, buen ejercicio de thriller psicológico, donde la trama es una mera excusa para retratar el convulso ambiente de la España de los treinta y cuarenta, como sucede en La sospecha de Sofía con la España franquista y la inestabilidad de la guerra fría. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA