Sorry We Missed You, de Ken Loach

TRABAJO Y FAMILIA.

“Los trabajadores seguimos siendo el pariente pobre de la democracia”.

Marcelino Camacho

Alguien como Ken Loach (Nuneaton, Warwickshire, Reino Unido. 1936) que lleva más de medio siglo dirigiendo películas de un total que casi llegan a la treintena de obras, una filmografía compuesta por obras donde prima el contenido social, económico y político de personas corrientes que habitan el Reino Unido, gentes que se mueven en un entorno hostil, degradante y muy difícil. El cineasta británico impregna su cine de una mirada crítica e incisiva a la sociedad actual, sumergiéndose en esas personas que cada día se levantan a trabajar empleándose en actividades poco de su agrado, que encima deben aguantar las presiones del jefe, las tensiones de los objetivos y demás características instaladas en el mundo laboral moderno. Loach nos habla de nuestra sociedad, del llamado estado del bienestar, con sus desigualdades, carencias y demás imperfecciones que agotan, agobian e invisibilizan a esa parte de la sociedad que cada día intenta llenar la nevera, aunque cada día lo pongan tan y tan complicado aquellos que ofrecen empleo, o simplemente buscan mano de obra barata a la que explotar. Loach ante un mundo tan clasista y doloroso aboga por las buenas gentes, por la solidaridad y el cooperativismo entre los de abajo como única tabla de salvación para seguir manteniéndose a flote ante tanto naufragio capitalista.

En su anterior filme Yo, Daniel Blake (2016) retrataba el encuentro entre un hombre en busca de asistencia social y una madre soltera de dos hijos sin lugar donde vivir, en la que hacía una reflexión mordaz y durísima contra la sanidad británica y su inútil maraña burocrática. Ahora, en Sorry We Missed You, vuelve a centrar su mirada en una situación desesperada, ya que Ricky encuentra trabajo de autónomo repartiendo paquetes pero franquiciado en una de esas empresas surgidas por el boom de internet, pero para ello, necesita comprar una furgoneta (situación que recuerda al conflicto de Antonio Ricci, aquel hombre anclado en la posguerra italiana que necesitaba una bicicleta para su empleo de colgador de carteles) si los Ricci empeñaban ropa de cama, los Turner harán lo propio con el automóvil de la mujer que utiliza para su trabajo que consiste en asistencia a personas mayores. Todo parece ir más o menos bien, cuando las distensiones en el hogar con el hijo adolescente que se dedica a pintar muros clandestinamente con sus colegas, empieza a crear fricciones y problemas en los horarios laborales tanto de Ricky como de su mujer Abby.

Loach que vuelve a contar con Paul Laverty, su guionista más cómplice, construye una película naturalista y muy cercana, que explica con detalle y pausa los conflictos, tanto laborales, como familiares, sin forzar situaciones ni caer en lo superficial, explicando con sobriedad los diversos acontecimientos, retratando las reacciones con mesura de sus diferentes personajes, y cómo el trabajo y sus imposibles y agotadores horarios va minando las relaciones entre ellos. Loach nos habla con sinceridad y de frente estos nuevos empleos que han crecido masivamente entre los autónomos y emprendedores, trabajos que esconden una explotación laboral en toda regla, en los que la empresa asume el mínimo riesgo y abusa de sus no trabajadores, donde apreciamos la competitividad y el individualismo entre los trabajadores con tal de mantener el empleo aunque sea a costa de la desgracia ajena, unos empleos que cumplen unas leyes permisivas y degradantes para los trabajadores.

Loach también coloca el foco en esos trabajadores disponibles siempre, las 24 horas al día y los sietes días de la semana, donde las quejas son respondidas con continuas amenazas con la pérdida de ese empleo que los enjaula sin vida de ningún tipo, y sobre todo, a parte de los conflictos laborales, el director británico pone el dedo en la llaga en el tema principal, como esos trabajos abusivos y maratonianos dejan tiempo a las personas para ocuparse de los problemas con sus hijos, sin tiempo para resolverlos y lo que es más grave, sin el suficiente descanso para afrontarlos con delicadeza y aplomo. Sorry We Missed You  es una de las mejores películas de Loach de los últimos años, convertida en una cinta hermosísima por lo que cuenta y cómo lo cuenta,  humanista, comprometida, militante y tristemente real, donde hay tiempo para el terror laboral que tantos sufren diariamente, como también para la ternura, donde las cosas no son blancas y negras, en el que hay un sinfín de matices, donde en ningún instante Loach peca de manierista, como quizás ha pecado en otras ocasiones, donde su militancia de izquierdas se ha impuesto al cineasta, aquí el equilibrio es magnífico, estudiando con inteligencia y sobriedad todos los aspectos que rodean del mundo laboral y familiar de los Turner.

Como suele ser habitual en el universo de Loach, las composiciones de sus intérpretes son realmente extraordinarias, con las actuaciones soberbias y naturalistas de Kris Hitchen como Ricky, el padre, y Debbie Honeywood como Abby, la madre, sin menospreciar las estupendas aportaciones de Rhys Stone y Katie Proctor como los hijos de la pareja. Loach tiene tiempo para contarnos ese universo de los barrios periféricos de Newcastle, que antaño albergaron a tantos obreros de las fábricas, y ahora, esos barrios alejados componen una diversidad cultural y heterogénea en el que los “Working class” británicos esperan, algunas veces más alegres que otras, una oportunidad que los saque de ese agujero y los lleve a una casa en propiedad, aunque en muchas ocasiones esas llamadas oportunidades acaban siendo perjudiciales, y ocultan su verdadera identidad mediante explotación laboral y personal, porque al fin y al cabo, cualquier actividad que desarrollemos acaba afectándonos no solo a nosotros sino a todos aquellos que nos rodean. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA