The Old Man and the Gun, de David Lowery

EL CABALLERO ANDANTE.  

“No se trata de ganarse la vida, se trata de vivir”

La película arranca de forma ejemplar y emocionante, cuando vemos a Forrest Tucker, un señor que pasa de los 60 años, de impecable traje, gabardina, sombrero y bigote, entrar en una sucursal bancaria, con toda la tranquilidad y parsimonia del mundo, se acerca a la cajera y le pide amablemente que le dé todo el dinero, mostrándole un revólver que tiene en el cinto. La cajera, entre la estupefacción y el asombro por los modales del atracador, comienza, sin levantar sospechas, a darle una gran cantidad de dinero. Cuando Tucker considera que es suficiente, se despide de la cajera con respecto y se va del banco con la misma tranquilidad y parsimonia con la que había entrado. Estamos a principios de los años 80, en un mundo con ese regusto del tiempo, de cuando las cosas se saboreaban y se sentían de forma especial, en un mundo donde todavía la tecnología no había llegado, en un mundo donde todavía deambulaban viejos atracadores con un historial delictivo a sus espaldas, con unas 18 fugas de prisión, con una vida dedicada al hurto, y con idas y venidas a la prisión.

Forrest Tucker es un personaje quijotesco, uno de esos tipos que parece salido de las películas clásicas de robos, algo así como uno de esos viejos pistoleros a los que los nuevos tiempos ha condenado a una existencia de ostracismo e inadaptación a una sociedad que le es ajena, porque ellos siguen siendo fieles a sí mismos, viviendo al margen de la ley para bien o para mal, porque en realidad, nunca han hecho otra cosa, desde la adolescencia han sido así y ahora ya es tarde para cambiar, si de verdad pretendieran cambiar. The Old Man & the Gun, es la última película en la que actúa Robert Redford, después de una larga trayectoria que abarca casi 6 décadas, en las que ha trabajado con grandes autores como Pollack, Pakula, Penn, Roy Hill, Mulligan, etc… Además, de dirigir 7 títulos como director, y haber cosechado un gran reconocimiento del público y la crítica. Redford dice adiós, y lo hace con una película que resume mucho su filmografía, dando vida a un tipo que ha hecho lo que le ha gustado, que ha sido fiel a su espíritu rebelde y libre, un outsider en toda regla, uno de esos antihéroes que debido a sus condición de delincuente, ha tenido que dejar tantas cosas de su vida, lugares queridos, personas amadas y encuentros inolvidables.

David Lowery (Milwauekee, Wisconsin, EE.UU., 1980) es el encargado de dirigir la película, en su segunda colaboración con Redford después de Peter y el dragón (2016), y de haber dirigido dos interesantes películas como En un lugar sin ley (2013) que retrataba la huida de un fugitivo para reunirse con su esposa en el Texas de los años 70, y A Ghost Story  (2017) donde un músico fallecido volvía como un fantasma a casa con su mujer, dos cintas protagonizadas por la misma pareja, Rooney Mara y Casey Affleck. Este último vuelve a trabajar con Lowery dando vida a John Hunt, el detective que va tras la pista de Tucker, un padrazo y buen tipo, que muy a pesar suyo, admira y respecta a su enemigo, un hombre dado a su condición, aunque esta sea la de delinquir. Lowery construye un relato clásico, escrito junto a David Grann (autor del artículo sobre Tucker publicado en el The New Yorker) una película que no es un vehículo más de la estrella, sino que se esfuerza en contarnos una película que hace un retrato sincero y humanista de un hombre de carne y hueso, uno de esos antihéroes que tanto han inundado las páginas de sucesos de los diarios, un tipo que no sólo vemos atracando en solitario y junto a sus dos compinches ancestrales, que se hacen llamar “Los carrozas”, que no son otros que Danny Glover y Tom Waits, y la breve aparición de Keith Carradine.

También, lo vemos enamorándose de Jewel, una mujer madura e inteligente que interpreta Sissy Spacek, de manera sencilla, sensual y natural como nos tiene acostumbrados, haciendo muy fácil un personaje difícil y nada condescendiente, que lo ama aceptando su peculiar oficio y sin juzgarlo. La película también deja espacio para conocer la trayectoria delictiva y las incontables fugas de prisión de Tucker, haciendo referencia a títulos protagonizados por Redford como Propiedad condenada, La jauría humana o Dos hombres y un destino, en una película-homenaje a la carrera de un gran actor, pero no sólo se queda ahí, va más allá, teje con acierto y habilidad las diferentes capas de la película, preocupándose de su ritmo y las características emocionales de cada personaje, desde el propio Tucker, con su complejidad y soledad, el policía y su familia, en este juego sencillo y humanista del gato y el ratón, para contarnos y rendir homenaje a todos esos outsiders que vivieron diferente en un tiempo que era diferente, donde las cosas tenían otro ritmo y las personas guardaban tiempo para mirar un atardecer sentados en el porche en compañía con una cerveza, ese tiempo pre tecnología que hablan las películas de Lowery, cuando la vida, a pesar de sus altibajos, todavía se parecía a vivir.

Redford se despide del cine a lo grande, con una película a su medida, que huye de la nostalgia, para sumergirnos en una cinta con acierto e inteligente, en la que interpreta a un caballero que siguió atracando hasta los 80 años, resguardado en su amabilidad y respeto, manteniendo un oficio que adoraba y fue su modus vivendi, una forma de no aceptar las reglas del juego, de vivir su vida, de vivir al margen de la ley. La película tiene un corte clásico, con ese carácter crepuscular de las películas de Peckinpah o Yo vigilo el camino, de Frankenheimer, que también interpretaba Gregory Peck, un personaje que tiene mucho en común con el que hace Redford, algo así como una balada agridulce que podría cantar Dylan, o como esa canción de los Kinks donde hace referencia a esa “Lola”, a la mujer que todos amamos, algo así como mirar el tiempo recorrido desde la perspectiva de haber sido fiel a uno mismo, sin miedo a lo que vendrá, que será diferente y sobre todo, más apacible, donde podremos volver a sentarnos en el porche, o levantarnos temprano para ir a pescar en la mejor de las compañías.

En un lugar sin ley, de David Lowery

en_un_lugar_sin_ley-cartelHabía una vez en Texas…

Años 70, Texas. Bob y Ruth son una joven pareja de fugitivos enamorados que viven de cometer delitos. Ella se queda embarazada. Después de un atraco frustrado, la policía los atrinchera en una casa de campo y Ruth mata accidentalmente a uno de los guardias. Bob asume la responsabilidad y es arrestado. Lo condenan a cuatro años de prisión, durante los cuales mantiene contacto con su mujer a través de cartas que se envían. Un día se escapa para volver a estar con su mujer y conocer a su hija. En un lugar sin ley, de David Lowery es un relato lírico y melancólico sobre una manera de vivir al margen de la ley, de dos personajes abocados a un destino fatalista. Bob y Ruth son jóvenes y despreocupados, viven el momento y no sienten el peso de la vida ni piensan en el futuro. El objetivo de Lowery se sitúa como observador, no interviene en la acción, no juzga a sus criaturas, las mira y las sigue, acercándonos a su devenir diario y su historia. La cinta se abre con el título de: Sucedió en Texas… El realizador norteamericano nos habla del mito y la leyenda, de la fascinación que tiene el público estadounidense de convertir a los delincuentes en meras leyendas y héroes. Lowery se toma su tiempo para contarnos la película (destaca su bellísima composición visual, no obstante, Lowery ha sido montador de Umpstream color). Una acción que se desarrolla a través de lugares cerrados y oscuros, en la que predomina una luz apagada y mortecina,  la ausencia de espacios abiertos nos envuelve en una relato donde la atmósfera es un personaje más, con unas criaturas que se mueven principalmente de noche y entre tinieblas. En un lugar sin ley es una película deudora del cine norteamericano de los 70, del western crepuscular que popularizaron directores de la talla de Peckinpah, y sobre todo, Robert Altman, Los vividores (1971) y Ladrones como nosotros (1974), (esta última remake de Los amantes de la noche (1948), de Nicholas Rey) son dos películas muy presentes en la cinta de Lowery. Amén de rescatar a Keith Carradine –actor fetiche en las dos obras de Altman-, en un personaje muy característico de los de Altman, un maduro tendero, cansado de todo, que actúa como padre-protector de la joven, que actúa como equilibrio perfecto a la pareja protagonista, Casey Affleck y Rooney Mara, magníficos en sus registros, como pareja desdichada por el amor y el destino.  También, como es lógico, nos vienen a la memoria aquellas películas protagonizadas por jóvenes rebeldes que vivían al margen de la ley: Sólo se vive una vez (1937), de Fritz Lang, Bonnie & Clyde (1967), de Arthur Penn, y Malas tierras (1973), de Terrence Malick, quizás es evidente la influencia con esta última, y en cierto modo, en muchos conceptos y elementos del cine de Malick, aunque, también es cierto, que Lowery ha logrado acercarse al cine setentero estadounidense desde una posición seria e inteligente, sin caer en el pastiche,  pariendo una obra aterradoramente poética dotada de gran belleza y romanticismo.