Perfect Days, de Wim Wenders

CUENTO DE TOKIO. 

“Por mucho que sea típicamente japonés, este cine es, al mismo tiempo, universal. Yo he reconocido a todas las familias del mundo entero, y también a mis padres, a mi hermano y a mí mismo. Para mí, el cine nunca había estado, ni antes ni después, tan cerca de su esencia y de su objetivo: ofrecer una imagen del hombre de nuestro siglo… Una imagen útil, verdadera y válida con la que identificarse, pero, sobre todo, desde la cual se puede aprender algo de uno mismo”.

Wim Wenders en Tokio-Ga (1985) sobre el cine de Yasujiro Ozu

La relación de Wim Wenders (Düsseldorf, República Federal Alemania, 1945), con Yasujiro Ozu (1903-1963), se inició cuando el director alemán vio en New York algunas de las películas del maestro japonés, sobre todo, Cuentos de Tokio (1953), que un día llegó a ver tres veces seguidas. A partir de ese momento la figura de Ozu siempre estuvo ligada a la forma de mirar y hacer su cine. En 1985 rindió homenaje al cineasta japonés en la mencionada Tokio-Ga, magnífico documento en el que retrataba las huellas y los restos del cine de Ozu que quedaban en la citada ciudad. Así como, estupendos testimonios de algunos de los colaboradores más estrechos del cineasta. Un país al que volvió cuatro años más tarde para hacer Notebook on Cities and Clothes, otro documento sobre el diseñador japonés Yohji Yamamoto. Wenders y Tokio eran un destino que más tarde o temprano iban a volver unir sus caminos, así que una película como Perfect Days no debería sorprendernos, sino todo lo contrario, es una película, no esperada, pero sí que muy bienvenida, porque Wenders ha vuelto a mirar Japón como solía mirar en su cine que tanto reconocimiento le ha dado. 

La película está magnetizada por el espíritu de Ozu, en su eterno tema entre la lucha entre padres e hijos, o lo que es lo mismo, entre lo tradicional y la occidentalización del país, y las secuelas enormes que dejó la Segunda Guerra Mundial. Hirayama podría estar en una de las obras del japonés, porque es una persona sencilla dentro de una historia sencilla, que sigue su quehacer diario y poco más. De su protagonista, Hirayama sabemos muy poco, que pasa de los sesenta, que vive en un apartamento pequeño, y poco más. Su rutina diaria consiste en limpiar los baños públicos, que se afana con esmero y mucha dedicación. De camino al trabajo escucha rock en cassettes, en sus ratos libres hace fotos analógicas de un árbol específico a contraluz, acude a un baño público, cena en un restaurante subterráneo y lava su ropa en una lavandería. Algunos fines de semana se permite comer en un restaurante que le encanta. Y así pasa sus días, sin más o con poco, con una rutina repetitiva pero agradecida por él. Desconocemos su pasado, pero los días y la llegada de alguien de su pasado, revelará mucho más de lo que podemos ver a simple vista. Un Hirayama que está muy cerca de Kanji Watanabe, el protagonista de Ikiru (1952), de Akira Kurosawa, otro de los tótems de Wenders, tanto en su tono, su forma y su profundidad.

A partir de un guion de Takuma Takasaki, que actúa como coproductor, y el propio Wenders, entramos de lleno en la vida de Hirayama, y también en su cotidianidad, repleta de silencio y gestos. Una excelente cinematografía de Franz Lustig, que ya le acompañó en Tierra de abundancia (2004), Llamando a las puertas del cielo (2005), y en otros trabajos, en la que a partir de la luz natural y las diferentes sombras, se va construyendo los diferentes matices emocionales del protagonista, sutiles eso sí, pero reveladores si se mira con atención, porque la película revela su misterio sin estridencias ni piruetas argumentales, ni falta que le hace, dosifica su ritmo pausado y aletargado a través de los movimientos mecánicos del trabajo de Hirayama y esos momentos de parón en los que la vida mecánica deja paso a una existencia más lenta, más de detenerse y mirar a tu alrededor. Para el montaje también recurre a otro cómplice como Tom Froschhammer, que estuvo en Pina (2011), el excepcional documental filmado en 3D sobre el legado de la bailarina Pina Bausch, en un delicado y sensible trabajo que recoge esa pausa que impone la película sin alardes, en una edición tranquila y nada evidente, diríamos invisible, que condensa con audacia y sabiduría los avatares cotidianos y urbanos del protagonista, en una película que se va a los 124 minutos de metraje. 

El apartado musical merece capítulo aparte, porque el relato está construido a modo episódico que arrancan a través de temas rockeros con el The House of the Rising Sun, de los Animals, siguiendo otros cortes de Patti Smith, los Stones, Velvet Underground, Otis Redding, los Kinks, Van Morrison, y el tema de la película, el Perfect Day, de Lou Reed, que además del título, es la clave de lo que estamos viendo, al igual que las otras canciones, que dan buena cuenta de los diferentes estados emocionales por los que pasa Hirayama. Un gran reparto encabezado por Kôji Yakusho, un veterano actor con más de 70 películas en su filmografía con nombres tan prestigiosos como los de Shôhei Imamura, que fue ayudante de Ozu,  Kiyoshi Kurosawa y Hirokazu Koreeda, y películas internacionales con Rob Marshall y en Babel, de Iñarritu. Su Hirayama es pura poesía, puro amor, un tipo que parece extraterrestre en una sociedad tan deshumanizada y automatizada, con esos instantes donde la sociedad se detiene y todo parece más claro y transparente. Le acompañan la debutante Arisa Nakano, en un personaje que devolverá algo de lo perdido al protagonista, la presencia de otros veteranos como Tomokazu Miura, que mantiene un encuentro inesperado y muy interesante con Hirayama, que tiene en su haber trabajos con Kon Ichikawa, Nobuhiro Suwa y Takeshi Kitano, y Min Tanaka, con uno de esos personajes que no se olvidan fácil, que ha trabajado con Yôji Yamada, otro ayudante de Ozu, Takashi Miike, Naomi Kawase, y estuvo en los Mapas de los sonidos de Tokio, de Coixet, entre otras. 

Los últimos títulos de Wenders nos habían dejado indiferentes, nos parecían que no estaban dirigidos por el director que nos había entusiasmado con películas del calibre de Alicia en las ciudades (1974), El amigo americano (1977), París, Texas (1984), El cielo sobre Berlín (1987), Lisboa Story (1994) y Buena Vista Club Social (1999), por citar algunos de sus más de 40 obras entre ficciones y documentales, en una prolífica carrera que empezó en 1968. No sólo estamos satisfechos de una película como Perfect Days, sino que celebramos muy profundamente que exista una película como esta, porque no sólo ha hecho el mejor homenaje que podría hacerle al Yasujiro Ozu, sino que es una película muy íntima y extremadamente cercana que puede ser valorada por cualquier tipo de público, y eso es muy difícil, que devuelve al mejor Wenders, aquel que nos emocionó con sus historias de pocos personajes, perseguidos por las sombras del pasado y sobre todo, tipos que huyen sin saber adónde, y que a más tardar, deberán volver y volverse por donde vinieron, o quizás, enfrentar a aquello que un día les hizo daño, y dialogar con el espectador para que sepa de dónde viene tanto silencio y dolor. Si en Tokio-Ga, la marabunta del consumismo se había hecho, veinte años más tarde con la ciudad, y el occidentalismo que ya estaba tan presente en el cine de Ozu, en Perfect Days a pesar de ese capitalismo feroz, de consumo rápido y efímero, existen otros tipos de vida como ejemplifica la vida de Hirayama, un tipo normal dentro de la anormalidad de la sociedad, apartado de la tecnología, construyendo un mundo analógico, pero lleno de silencio, verdad y pura emoción. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA