The Arctic Convoy, de Henrik M. Dahlsbakken

OCÉANO ÁRTICO, 1942.   

“Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es el que no siente miedo, sino el que vence ese temor”.

Nelson Mandela  

Si recuerdan la trama de Dunkerque (2017), de Christopher Nolan, situada en junio de 1940, en la que ante el poderoso avance del ejército nazi, más de 300000 soldados aliados, entre británicos y franceses, se veían rodeados sin escapatoria. Debido al dantesco panorama, el gobierno inglés hizo un llamamiento y cerca de 800 embarcaciones civiles acudieron al rescate y lograron sacar de las playas de Dunkerke a los soldados. Una hazaña que marcó un antes y después en el devenir de la guerra. Poco se ha contado de la participación ciudadana en la Segunda Guerra Mundial en el mar, y la película de Nolan es una buena muestra. También lo es la cinta de The Arctic Convoy (“Convoi”, en el original), de Henrik M. Dahlsbakken (Hamar, Noruega, 1989), en la que nos sitúa a bordo de un carguero que ha salido de Islandia con destino a Nurmansk y Arkhangelsk cargado de suministro bélico para el ejército soviético ante el arrollador avance nazi en el verano del 42. La cosa parece ir bien, escoltado por buques de guerra, pero las circunstancias hacen que deban seguir solos. 

A partir de un guion firmado por Lars Gumestad y Harald Rosenlow Eeg y Christian Siebenherz, que también actú como coeditor, que tienen en su haber libretos como Traicionados y El mar del norte, entre otras, nos colocan a bordo del carguero donde se desarrolla toda la trama, con dos pilares antagonistas. Tenemos a Skar, el capitán, un zorro marino que parece muy valiente y decidido en su cometido, frente a Mork, que lleva un par de años como marino, que tiene otra idea, más cautelosa ante las dificultades. Dos caracteres muy diferentes a bordo, en una cinta en la se impone un espléndido thriller psicológico de gran tensión y detalle, afinando mucho en las diferentes personalidades de la tripulación, como la telegrafista, de carácter frente a un espacio masculinizado, y los jóvenes, cada uno con sus procedencias y sentimientos. Tenemos la espléndida factura artística y técnica que suelen mostrar las producciones escandinavas, empezando por la dirección del mencionado Dahlsbakken, un realizador todoterreno que ha tocado todos los géneros, aunque más cómodo en el drama y el thriller, como demuestra en The Arctic Convoy, una buena muestra de cine donde encontramos drama, thriller, bélico y sobre todo, humanismo y muy personal. 

El director noruego se ha vuelto a rodear de sus cómplices más estrechos como el cinematógrafo Oskar Dahlsbakken, que le ha acompañado en toda su filmografía, con una estupenda y detallista luz, a medio camino entre la tiniebla y la densidad, creando esa atmósfera de inquietud que rodea a toda la película, como el preciso y rítmico montaje que firman el citado Siebenherz, junto a Elise Solberg y Kalle Doniselli Gulbrandsen, que mantiene con eficacia toda la tensión y el enfrentamiento entre los diferentes personajes y roles que se escenifican en las situaciones más duras. La excelente música de un experimentado compositor como Johannes Ringen, dando ese toque de tensión in crescendo y esa atmósfera turbia y densa. El gran plantel de intérpretes de la película consigue unas composiciones muy creíbles y de gran complejidad, donde asistimos a montañas rusas constantes donde los roles y las actitudes van mutando según avanzan los sucesos tan difíciles. Tenemos a Anders Baasmo como el capitán, que hemos visto a las órdenes de Nils Gaup, en La decisión del Rey, de Erik Poppe, a su lado, o frente a él, Tobias Santelman, el segundo de a bordo, protagonista de la serie Darkness, Heidi Ruud Ellingsen, la citada telegrafista tan fuerte como vulnerable, como todos sus colegas masculinos, y luego todo un ramillete de intérpretes que componen personajes complejos y naturales, como Jon Ranes, Adam Lundgren, Tord Kinge, Preben Hodneland, Jakob Fort y Olav Vaastad, entre otros. 

Des obra es conocida la tremenda popularidad que tienen las series escandinavas por nuestras plataformas, no es así con su producción cinematográfica, que cae por aquí a cuenta gotas, así que, que podamos disfrutar de una película como The Arctic Convoy, de producción noruega, no sólo resulta una gran satisfacción sino que, además, estamos ante una película bien construida, que recoge una parte desconocida para un servidor, de tantas historias de la fatídica Segunda Guerra Mundial. Estamos ante una de ellas, disfrutemosla y sobre todo, admiremos su arrojo y valentía, y el buen hacer, tanto artística como técnicamente, por su tono y relato que huye del manido heroísmo, o quizás podríamos decir, de la falsedad que acompaña al héroe, y toda la propaganda que se ha vendido, para construir un magnífico relato sobre el coraje, la valentía y todos esos héroes anónimos, héroes de verdad, los de carne y hueso, los que tienen miedo, y aún así, lo hacen, donde vemos a un grupo de personas enfrentadas a mil obstáculos que les pueden costar la vida, y a pesar de eso, o en contra de eso, se lanzan a hacerlo, no por heroísmo ni nada de eso, sino por ayudar a los otros, en un acto que nada tiene que ver con ser valiente, sino con un acto de humanidad, de ayudar al que lo necesita, en un acto de locura, sí, pero también, de humanidad que, en aquellos momentos, era más importante que cualquier otra cosa, incluso que la propia vida. La película de un suceso rescatado para el cine, cuántos habrán quedado en el olvido, por eso está muy bien reivindicar a estos civiles, por lo que hicieron y por lo que eran, a ellos y a los otros, y a todos que ayudaron con lo que tenían. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La odisea de Alice, de Lucie Borleteau

ImprimirENTRE DOS MUNDOS.

La joven directora francesa Lucie Borleteau, con experiencia en labores de producción y dirección al lado de directores de la talla de Claire Denis o Arnaud Desplechin, se enfrenta en su opera prima a un relato situado a bordo de un viejo carguero, “Fidelio” (título original de la película) siguiendo los pasos de Alice, una joven ingeniera que se embarca para sustituir a un marino fallecido. En tierra, deja a Alex, su prometido, un dibujante de cómics, en el buque, se reencontrará con Gaël, su primer amor, y capitán del navío.

Borleteau huye de los relatos de aventuras marinas, de Stevenson o Melville, aquí no hay ataques de piratas, motines a bordo, etc… Su interés reside en la cotidianidad de unos marinos, todos hombres, excepto Alice, describe con especial realismo ese mundo, un mundo alejado de los suyos, un universo diferente, donde conviven franceses y filipinos, donde los únicos problemas son mecánicos o algún que otro conato de incendio, en el que se come en grupo, donde se vive con gran camaradería y cooperación, que sigue en las salidas nocturnas que llevan a cabo cuando atracan en un puerto para descargar o recoger mercancía, las labores de mantenimiento mecánico y las largas horas de descanso, donde el mar inmenso devora a cualquiera, en el que la inmediatez de la sociedad no tiene cabida, y se impone otro ritmo, más pausado y suave. Alice, vive con el recuerdo del amor que ha dejado en tierra, y la aventura que emprende con Gaël, sus derivas emocionales, y su planteamiento de un amor que se preocupa del otro, soñando con la utopía de amar y estar con dos personas indistintamente, la llevará a plantearse muchas cosas de su vida, y sobre todo, no sólo a aceptarse a sí misma, sino también a asumir que las emociones de los demás pueden ser diferentes a las suyas. Borleteau ha fabricado una película sencilla y honesta, que miramos con tranquilidad a través de los ojos de Alice, de sus caminos confusos emocionales y el desarrollo cotidiano de un viaje a bordo de un barco, donde nos impregnamos de sus olor a salitre, a grasa, nos ensuciamos con su mecánica, y asistimos al ruido ensordecedor de su maquinaría.

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La cineasta francesa apoya su película en su heroína Ariane Labed (vista recientemente como camarera servicial en Langosta, de Yorgos Lanthimos), su mirada magnética y profunda, acompañada de un físico frágil y sólido a la vez, y una interpretación llena de fuerza y cargada de erotismo y sexualidad, que le valió el premio a la mejor actriz en Locarno, es una de las grandes bazas con las que juega la película. Además, de un interesante reparto que amén de los dos amantes de Alice, constituyen un ágil microcosmos de personas que se mueven eficazmente por el interior del buque, por esos pasillos estrechos y oscuros, y por las salas de máquinas llenas de grasa y humo. Borleteau deja el protagonismo a sus actores, a sus confusiones amorosas, a sus sentimientos, a todo lo que les rodea en ese mundo de travesía que se impone en sus existencias, a un mundo rodeado de mar, una cotidianidad que nada tiene que ver con lo que sucede en la tierra, una premisa que nos lleva a recordar unas palabras que Alice suelta a Gaël en un momento de la película: Lo que sucede en el mar, se queda en el mar.