La acusación, de Teddy Lussi-Modeste

EL PROFESOR DENUNCIADO POR ACOSO A UNA ALUMNA.  

“Mi película es un grito, y si hay un grito, es porque hay esperanza. Porque un grito está hecho para ser escuchado. La sociedad, para ser sociedad, necesita más que nunca que se lleve a cabo está transmisión entre profesores y alumnos”. 

Teddy Lussi-Modeste 

Hace algún tiempo hablando con un amigo profesor, me comentaba la dificultad de ejercer su profesión actualmente. Explicaba que, más que ejercer de docente con sus alumnos, éstos, con el beneplácito de la institución y de sus padres, iban imponiendo una forma de educación muy alejada de la labor de un profesor. La situación que plantea la película La acusación (en el original, “Pas de Vagues”, traducido como “Sin generar conflictos”), me ha refrescado las reflexiones sobre su trabajo de mi amigo profesor, ya que trata sobre una alumna que, completamente equivocada y presionada por sus compañeros, acusa de acoso a un joven e idealista profesor Julien. A partir de ese instante, la cosa se irá tornando cada vez más oscura, y el profesor se sentirá muy sólo, con un instituto sin herramientas para resolver el conflicto, y dejando al espacio, un entorno de por sí complicado al tratarse de un barrio de los suburbios, en que los alumnos irán en contra del citado docente. 

El director Teddy Lussi-Modeste (Grenoble, Francia, 1978), tiene dos películas como director: Jimmy Rivière (2011), y El precio del éxito (2017), sobre un gitano que rompe con su pasado, y un joven de barrio obrero que le llega el éxito. Amén de coescribir los guiones de Una chica fácil, de Rebecca Zlotowski y Jeanne du Barry, de Maïwenn. En su tercera película rescata un hecho real que vivió durante su etapa como profesor en un instituto de la periferia, en un guion que coescribe junto a Audrey Diwan, la excelente directora de El acontecimiento, en el que no sólo nos sitúa en el centro de la acción entre un profesor y sus alumnos, en un acercamiento muy natural y magnífico, como hacían en Entre les murs (2008), de Laurent Cantet, en el que se trata de forma contundente y nada complaciente, la respuesta de la institución ante hechos que generan un gran conflicto en el centro. La película se posa en el rostro y el gesto de Julien, el profesor implicado, pero no por eso genera una trama superficial, ni mucho menos, porque añade otras miradas que construyen una historia muy compleja sobre la fragilidad que existe en la actualidad, donde se han construido espacios esenciales de respeto y dignidad, aunque, en muchas ocasiones, se derriban estos valores y se acusa sin pruebas y muy a la ligera. La película, muy inteligentemente, cuestiona los procesos y las inexistentes herramientas que existen ante casos de esta especie.

El director se arropa de un gran equipo técnico empezando por el cinematógrafo Hichame Alaouie, que tiene en su haber grandes nombres como los de Joachim Lafosse, Nabil Ayouch y François Ozon, en un encuadre asfixiante y rompedor, donde el instituto se convierte en una jaula para Julien, con pocos exteriores, y con el 35mm para crear esa textura que evidencia la intimidad en la que se desarrolla el relato. La implacable y sutil música de Jean-Benoît Dunckel, la mitad del gran dúo “Air”, al que recordamos por sus composiciones para Maria Antonieta, de Sofia Coppola, Verano del 85, del citado Ozon, y la reciente Esperando la noche, de Céline Rouzet. Unas melodías que no limitan a acompañar la soledad en la que se mueve el protagonista, sino que va introduciendo esos momentos de auténtica tensión y terror que va creando la película. El montaje de Guerric Catala, un autor con más de 30 títulos en su filmografía, entre los que destacan los cineastas Mélanie Laurent, Marion Vernoux y Emmanuel Courcol, entre otros. Su edición acoge los intensos y agobiantes 91 minutos de metraje, en un in crescendo, donde todo se torna cada vez más oscuro y tremendo.

No resultaba tarea fácil encontrar al actor que encarnará a Julien, y el director ha encontrado a un cercano y corporal François Civil, que hace poco nos convenció siendo el mismísimo D’Artagnan, amén de películas con Cédric Klapisch. Su Julien transmite todo ese entramado emocional que está viviendo y lo hace de una forma muy visceral y sin cortapisas, muy de verdad. Mencionamos a sus “alumnos/as” como Toscane Duquesne hace de Leslie, Mallory Wanecque, Bakary Kebe, y Shaïn Boumedine en un rol importante que mejor no desvelar, y los “otros”, sus colegas que hacen lo que pueden y algunos menos que eso ante la situación que se produce. En La acusación, de Teddy Lussi-Modeste nos hablan de un caso real que podría generarse en cualquier instituto, y seguramente, sucedería más o menos lo que ocurre en la película, porque ante casos de este tipo, se genera un ambiente incierto, en que la atmósfera se vuelve del revés, y donde la duda, primero y luego, la necesidad de culpabilidad vuelve a todos muy oscuros e indefensos frente a unos hechos de esa magnitud. Recordarán películas que se mueven por los mismos parámetros como Sala de profesores, de Ilker Çatak y Amal, de Jawad Rhalib, ambas de 2023, que nos explican que puede ocurrir cuando los protocolos existentes no ayudan y lo enredan todo aún más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Amal, de Jawad Rhalib

SOBRE LA TOLERANCIA.  

“Leed, haceos preguntas, desarrollad vuestro pensamiento crítico, y seréis libres”. 

Si recuerdan El joven Ahmed (2019), de Jean-Pierre y Luc Dardenne, en la que un chaval de 13 años tenía el dilema entre la pureza que le ha enseñado su imán o entregarse a las pasiones de la vida. Una dicotomía parecida a la que se enfrentan los alumnos de la clase de Amal, una profesora árabe de un instituto a las afueras de Bruselas. Con un guion muy bien construido que firman el trío David Lambert, cineasta y guionista de 9 meses, de Guillaume Senez, Chloé Leonil, que tiene en su haber películas como Un amor tranquilo, de Joachim Lafosse, y el propio director Jawad Rhalib (Marruecos, 1965), en el que a modo de thriller psicológico van desgranando una realidad muy actual en muchos institutos europeos: hijos de inmigrantes que viven entre la educación libre de los países occidentales enfrentada al radicalismo de muchos que usan la religión para manipular a los jóvenes. El relato huye del maniqueísmo y va generando unos conflictos muy complejos, en que los diferentes personajes, alumnos y profesores, se enfrentan a estos como pueden, detenidos en un mar de dudas, miedos y demás.  

De los 7 títulos que ha filmado Rhalib, 5 son documentales, donde ha mirado a las realidades sociales de su país, profundizando en temas como la desolación de muchos pescadores que ven cómo las multinacionales europeas saquean su modo de vida en Los condenados del mar (2008), la desesperanza de muchos jóvenes sin futuro en El canto de las tortugas (2013), la identidad musulmana y la expresión artística en When Arabs Danced (2018), entre otros. Con Amal, su segundo largometraje de ficción, coproducido por una grande como Geneviève Lemal, (con más de 200 títulos, entre los que destacan los citados Dardenne, Costa Gavras, Terence Davies, Ozon, Carax, Bonello, etc…), donde aborda como la citada profesora se enfrenta a un dilema complicado, enseñar valores humanos, de respeto y tolerancia a sus alumnos cuando estos acosan, amenazan y golpean a una compañera de clase que se declara homosexual, influenciados por islamistas radicales camuflados como hombres integrados en la comunidad. Una película sobre el miedo, sobre nuestros límites ante la violencia de los otros, ante no callarse cuando otros imponen una forma de vivir y de pensar. La película rastrea todos esos aspectos y lo hace de forma admirable, honesta y de verdad, sin caer en condescendencias ni nada que se le parezca, extrayendo todas las emociones de sus diferentes personajes en mitad de una situación muy oscura. 

La excelente cinematografía de la debutante Lisa Willame consigue atraparnos en ese pequeño microcosmos por el que se mueve la historia: las aulas del instituto y las calles del barrio, donde se instala la desconfianza, el miedo y la violencia. A través de asfixiantes y tensos encuadres, muy cercanos a los personajes, con el mejor aroma de los mencionados Dardenne, deudores del Neorrealismo italiano, cuando la cámara era un personaje más, es decir, un observador muy atento y no juzgante de la realidad que quería atrapar, siempre de forma reposada, austera y real, que fuese el propio espectador que extrajera sus propias conclusiones, interfiriendo lo más mínimo. Estamos ante una película cortante, que no da tregua, muy emocional que no sensiblera, y muy física, donde las situaciones van en un in crescendo endemoniado, sin concesiones, hacia el abismo. el montaje de Nicolas Rumpl, que tiene en su haber películas recientes como Un pequeño mundo, El caftán azul y Nuestro último baile, entre otras, es un ejercicio magnífico de tensión y solidez que nos coge desde el primer instante y no nos suelta hasta el final, generando esa paz tensa que somete a toda la historia, en sus 111 minutos de metraje. 

Una película de estas características debía tener una actriz a la altura de un personaje como Amal, una profesora vocacional, que no se amedrenta ante nada ni nadie, firme y trabajadora ante una educación que despierte el pensamiento crítico, que construya personas conscientes y no trabajadores sumisos. Una actriz como Lubna Azabal, que es el mejor vehículo para contarnos el relato, con su humanidad enfrentada a su miedo, las imperfecciones, que son muchas, de un sistema, y de esos otros, tan amables y simpáticos, que esconden la maldad personificada. Le acompañan Fabrizio Rongione como Nabil, ese otro maestro, más dado a otro tipo de educación, que lo enfrentará a Amal, y Catherine Salée, la directora del instituto, que se ve abrumada por todos los sucesos que caen sobre el centro. Y luego, un grupo de estupendos intérpretes debutantes escogidos en un arduo casting como Kenza Benbouchta que hace de Mounia, la golpeada por Ethelle Gonzalez-Lardued que es Jalila, entre otras. Amal, de Jawad Rhalib tiene el aroma de películas como Entre les murs (2008), del recientemente desaparecido Laurent Cantet, La ola (2008), de Dennis Hansel, o la reciente Sala de profesores, de Ilker Catac, buenas muestras de la importancia de una educación en valores humanos, respeto, igualdad, equidad y tolerancia. No es una tarea nada fácil, pero no imposible. Todo un reto mayúsculo para los profesionales de la enseñanza. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA