Negu Hurbilak, de Colectivo Negu

LA JOVEN ESCONDIDA. 

“No me preguntéis dónde estoy. Este lugar no aparece fácilmente en los mapas. No me preguntéis dónde estoy. Este lugar no entiende de altitudes ni latitudes. No me preguntéis dónde estoy. Estoy bailando en un lugar mutable. Y aunque me busquéis nunca me encontraréis”.

“Non”, del libro de poemas “Alde erantzira nabil” (2016), de Ekhine Eizagirre

Los primeros minutos de Negu Hurbilak (traducida como “Cercano invierno”), ya nos muestra la honestidad de la película, es decir, nos sitúan en la actividad de un aserradero donde el ruido de las máquinas se confunden con el de las maderas, el barro acumulado y la lluvia fina que cae, en una zona montañosa, la que pertenece al Valle de Santesteban en Navarra. La cámara filma como un documento, aunque también está ese aroma de lo oculto, como veremos en el siguiente capítulo, en mitad de la noche, uno de los camiones que transportan madera, se detiene en un pueblo y se baja una joven, que es recogida por alguien. La película se mueve, muy sigilosamente, por diferentes texturas y géneros, como el documento, el thriller, lo social y sobre todo, todos esos momentos cotidianos e íntimos que ocurrieron después del cese de actividad de ETA en 2011. 

Los cineastas que se recogen bajo el Colectivo Negu (Ekain Albite, Mikel Ibarguren, Adrià Roca y Nicolau Mallofré), vascos y catalanes que se conocieron mientras estudiaban en la Escac, y en sus cortos han explorado el País Vasco y Cataluña a través del 16mm con Erroitz, Uhara y A rabassa morta, y en el mediometraje Laiotz (2023), con el viaje interior como motor de la trama. En su primer largo, el mencionado Negu Hurbilak, inspirada en una canción homónima de Mikel Laboa, también exploran en el viaje interior de una joven de la izquierda abertzale por Zubieta, un pueblo fronterizo, último paso para pasar a Francia y huir. Como ya hacían en sus anteriores trabajos, vuelven a filmar en 16mm, con un aspecto formal de 1.66:1, que ayuda a componer esa atmósfera densa y asfixiante de un lugar detenido al igual que la protagonista, apoyada en silencios como estado de ánimo, como una idiosincrasia de tantos años de callar, porque no se podía hablar, y en la cotidianidad de gentes dedicadas al campo y al ganado, y a sus quehaceres diarios, con sus fiestas, tradiciones y costumbres, y demás, como si nada de lo que sucediese fuera con ellos, pero nada que ver, en una forma de vivir a pesar de todo. 

Mucho del equipo que participó en sus obras anteriores, vuelve a estar en esta, como el cinematógrafo Javier Seva, el montaje de Edu V. Romero y Ezkain Albite, uno de los directores y guionistas, y el sonido de Iosu Martínez, conforman un espacio natural y transparente, pero también misterioso, más propio del género fantástico, devolviendo al cine esa fantasmagoría que fue protagonista en sus inicios, creando un estado en que se bucea en un espacio límbico entre lo físico y lo emocional, donde la frontera juega un papel importante, que describe ese ánimo donde ya nada tiene sentido y todo lo tiene, con un personaje escondido, oculto a los demás, y a la vez, presente y ausente, que vive y muere cada día, mirado por los vecinos de Zubieta, y que se mira a sí mismo, encontrando o no su nuevo lugar, perdido, en soledad y en compañía, en una abstracción que más parece un muerto viviente que alguien con identidad, encarcelado en un lugar y no lugar que no reconoce y que no se reconoce. Estamos ante una película que no estaría muy lejos de Stromboli, terra di Dio (1950), de Rossellini, en la que Karin huye de una prisión para meterse en otra, algo parecido le sucede a la joven protagonista de Negu Hurbilak, en un situación intermedia y límbica, en el que nada ni nadie parece cercano y lejano a la vez.

Una película apoyada en el paisaje y en lo doméstico, necesitaba una presencia capaz de revelar estos misterios y sombras que tan presentes están en el relato, y lo consigue con la gran elección de una actriz como Jone Laspiur, que desde lo íntimo y lo conciso, sin alardes de ningún tipo, consigue esa sensación de miedo y desconcierto de su personaje. Una actriz que nos encantó en Akelarre, Anne y Cuerdas, demuestra una extraordinaria capacidad para hacer grande lo mínimo, en un personaje del que apenas sabemos nada, en un presente continuo donde el pasado está muerto y el futuro parece muy confuso y totalmente incierto. Una joven que viene de un lugar y quizás, no puede seguir hacia adelante, y se ha quedado en un tiempo del que está atrapada, sin posibilidades de escapar, al igual que le ocurría a Ingrid Bergman en la extraordinaria película de Rossellini. Sería irrespetuoso no hacer una mención especial a los otros, los vecinos de Zubieta, que conforman toda esa población vasca que ha sufrido tantos años de conflicto, tantos años de silencio, de miradas, de frases no dichas y de apariencias y de ocultamientos, de un tiempo de silencio que mencionaba Luis Martín-Santos, un tiempo que ya finalizó, y la película profundiza en ese otro tiempo que todavía no ha llegado, en ese tiempo intermedio en el que todavía los actores implicados desconocen que vendrá. 

No dejen pasar una película como Negu Hurbilak, porque traza una mirada desde lo personal después de todo lo que significó los años de ETA, como hacía la magnífica Ander eta Yul (1989), de Ana Díez, donde enfrentaba lo humano con lo colectivo, las huellas del conflicto, en una de las mejores obras que se han filmado sobre el conflicto vasco. Quédense con estos cuatro nombres: Ekain Albite, Mikel Ibarguren, Adrià Roca y Nicolau Mallofré del Colectivo Negu que, ya sea en conjunto o por separado, sigan trabajando en el cine y reflexionando sobre los temas que forman parte de la condición humana, guiándonos por todos esos rescoldos y grietas que dejan tantos años de silencio y dolor, tantos años de incertidumbre y de miedo, tantos años de ausencias y presencias no queridas, tantos años que ahora parecen tan visibles como invisibles, en películas que se detengan y miren a su alrededor, en este tiempo de prisas y estupideces, da inmensa alegría que existan películas como Negu Hurbilak, donde hay tiempo para no hablar, para perderse en pueblos y bosques, para mirar hacia afuera y hacia adentro, para estar y no estar, para ser y no ser. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA