Venus, de Víctor Conde

LOS AMORES IMPOSIBLES. 

“(…) Je suis là, devant toi, toujours la même. Oh! Pourquoi est-ce encore toi que j’aime, que j’aime, que j’aime, que j’aime, tu es là, devant moi, toujours le même, Oh! Pourquoi ne puis-je pas te dire: Je t’aime, je t’aime, je t’aime”.

“Voilà”, de Françoise Hardy 

La ópera prima Venus, de Víctor Conde, fue primero una obra de teatro que se estrenó en el Pavón-Kamikaze en septiembre de 2017, cosechando un gran éxito que le llevó a los Teatros del Canal, donde también fue muy bien acogida. Ahora, nos llega su adaptación al cine, en un relato que nos sitúa en un café de uno de esos barrios obreros que crecieron durante los setenta, en una historia que nos lleva de la mano de Jorge, un personaje que ha pasado los cuarenta y ha vuelto al barrio por el funeral de su padre. Allí, entre idas y venidas, se convierte en un testigo privilegiado las personas que han formado parte de su vida en los últimos cuarenta años. La película viaja desde finales de los setenta hasta la actualidad, de forma desordenada y arbitrariamente, mezclando personajes y situaciones de diferentes épocas, generando una realidad diferente y muy hipnotizadora donde todos las personas en cuestión revivirán amores que han marcado sus existencias. 

El director Víctor Conde que ha tenido una amplia carrera en las tablas, y había dirigido algunos cortometrajes, hace su puesta de largo con una película que hace de su modestia y sencillez su mayor virtud, en que el omnipresente escenario del café se convierte en un universo en sí mismo, donde la totalidad de las cuatro décadas confluyen alrededor de unas mesas, una máquina de discos, un teléfono de monedas y unos cafés y mahous. Los personajes de Venus son individuos que tienen muchas cuentas pendientes con otros y otras y sobre todo, con ellos mismos, presos de esos amores imposibles, esos amores perdidos, esos amores que deambulan en busca de amantes sin miedo, de seres que quieran amar en libertad, de personas que sean capaces de sentir de verdad, de amar de verdad, de cecir y gritarlo en voz alta. Con una estética muy deudora de la Nouvelle Vague, arrancando con ese primoroso y cálido blanco y negro, que recuerda mucho a la mirada de Truffaut y Godard, con esos constantes guiños a Bande à part (1964), Una mujer casada (1964), y demás texturas, luces y demás, en un buen trabajo de Pol Turrents, del que hemos visto Negro Buenos Aires, de Ramón Térmens, Serie B, de Ricard Reguant, amén de Las invasoras (2016), uno de los cortos de Conde. 

La música de Alfonso Casado, que construye esa atmósfera de melancolía y realidad que tan bien le viene a la historia, con unos personajes que siempre deben lidiar entre lo que sueñan y lo que la realidad les va imponiendo. El estupendo trabajo de montaje de la debutante Mar Jorge Sotelo y un grande como Bernat Aragonés, que ha trabajado en películas de Isabel Coixet, del recientemente desaparecido Agustí Villaronga y Belén Funes, donde consiguen una naturalidad absorbente y mágica en una película que viaja tanto en el tiempo pero nada chirría ni resulta empalagoso en un metraje que se va a los noventa y siete minutos. El reparto, reclutado mayoritariamente de intérpretes que han trabajado en series de televisión, brilla con elegancia y sencillez en una película que pide tranquilidad y pausa, en esa idea que recorre todo el entramado que el tiempo no existe y es transparente. Tenemos a una presencia que dota de cercanía e intimidad como la de Antonio Hortelano dando vida a Jorge, el hilo conductor de la historia, el que va y viene y deambula por sus recuerdos. 

El personaje de Jorge, en ese viaje al tiempo y al amor se encontrará con el amor y con su amor escenificado en Alicia, a la que da vida Arina Bruguera, una estupenda Paula Muñoz haciendo de Paula, que tiene esa voz tan especial como comprobamos con los dos temazos que se marca, amén de las canciones que escuchamos de “De paso”, de Aute, y el tema central de la película, esa oda bellísima al amor imposible que es “Voilà”, interpretada por la gran Fraçoise Hardy, Carlos Gorbe es Miguel, ese cantautor que quiere formar un dúo con voz de Dylan, y Carlos Serrano-Clark como Mario, el fotógrafo amigo del grupo “Venus”. Luego, en breves apariciones vemos a Elena Furiase, Lolita, Miquel Fernández, que tiene una de esas pequeñas historias paralelas de la trama y que tanto se agradecen y sobre todo, llenan de profundidad todo lo que se cuenta, un breve instante de Ricardo Gómez, que estaban en Las invasoras, otro de Ana Rujas y ese otro impagable del desaparecido Juan Diego, uno de los mejores actores de la historia, que solo con su presencia se llena la pantalla de sabiduría. ¡Qué secuencia se marca con Hortelano!. 

Venus, la primera película de Víctor Conde, tiene sus cosas, como diría aquel, no es una película perfecta ni tampoco pretende serlo, porque no quiere ser más que una historia que nos interpela directamente a los espectadores y espectadoras, que nos mira de frente, que nos hace pensar en el amor que dejamos, que no supimos querer, o que simplemente no era el momento, porque a veces, y esto es verdad, aunque dos personas se quieran, y como se dice, están predestinadas a estar juntos, en ocasiones no es posible ese amor, y quién sabe, quizás en el futuro, porque eso nadie lo sabe, ese amor vuelva, ese mismo sentimiento vuelva, o en el fondo, ese amor nunca se ha ido, y hemos estado entretenidos con otros u otras creyendo que eso era amor, y el tiempo iba pasando y las cosas parecía que también, pero un día, resulta que vuelves al barrio donde creciste, al bar de siempre, y resulta que ese amor sigue ahí, ese amor sigue esperándote, así que, no demores el amor y vuelve donde una vez fuiste feliz, porque relaciones hay muchas, pero amores de verdad no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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