Atrapados en la oscuridad, de James Ashcroft

EL PASADO NO OLVIDA. 

“El pasado no solo no es fugaz, es que no se mueve del sitio”

Marcel Proust

Nos encontramos en algún lugar de Nueva Zelanda. Siguiendo en automóvil a la familia que forman los profesores Allan Hoaggie y Jill, y sus dos hijos adolescentes. La idea es pasar unos días experimentando con la naturaleza, caminando entre montañas y lagos, solos con sus cosas. Todo parece ir normal, cuando se les acercan dos tipos malcarados armados. Lo que iba a ser un día de excursión, se convierte en una pesadilla para los cuatros miembros. Lo que parece una situación accidental, pronto derivará en un encuentro que tiene poco de fortuna, porque los dos tipos son viejos conocidos del maduro profesor. El director James Ashcroft (Paraparaumu, Nueva Zelanda, 1978), ha cimentado una carrera como intérprete en el medio televisivo que abarca casi tres décadas. Su labor como director se desarrolla en el largometraje y algún episodio para televisión, así que Atrapados en la oscuridad supone su opera prima. Una película basada en la novela homónima de Owen Marshall, en un guion escrito por el propio director y Eli Kent, que ya trabajó en Ovejas asesinas (2006), donde Ashcroft hacía un personaje.

La historia nos sitúa en un thriller psicológico, de marcada atmósfera muy cargada y asfixiante, con pocos personajes, apenas cuatro, y rodeados de la nada, un ambiente desolado alejados de todos y todo, en un relato enmarcado en una sola jornada, un día en el que sucederán muchas cosas, pero sobre todo, el pasado irrumpirá de forma violenta y seca en el presente. Viendo la película es inevitable pensar en películas como Perros de paja (1971), de Sam Peckinpah, Los visitantes (1972), de Elia Kazan, y Defensa (1972), de John Boorman, tres títulos memorables, rodados en apenas dos años, en el que se plantea el enfrentamiento entre lo rural y lo urbano, entre lo salvaje y lo racional, entre lo ancestral y lo moderno, aunque como pasará en la película de Ashcroft, las apariencias siempre engañan y los roles socialmente establecidos cambiarán según avancen las circunstancias. Estamos ante una cinta que también bebe de las películas de terror que tanto se popularizaron a partir de La noche de los muertos vivientes (1968), de George A. Romero, a partir de la premisa de urbanitas que visitan la naturaleza y allí, se encuentran con un mal que los violenta, como ocurría en muchas de las películas de Corman, donde deben hacer frente a una amenaza inesperada.

El cineasta neozelandés construye una película de corte clásico, donde todo avanza de forma sencilla y directa, no hay trucos ni atajos. Todo se cuenta desde el presente y a través de los personajes, en un fascinante in crescendo donde a medida que avanza el metraje, vamos conociendo las verdaderas intenciones de los secuestradores, y la sombra oscura que se va cerniendo entre los captores y las víctimas, que quizás no lo son tanto, porque el juego del gato y el ratón que plantea la historia tiene muchas zonas complejas y los personajes no son todo lo claros que pudieran parecer en un principio. Dos elementos brillan en la oscuridad de la película. La atmósfera terrorífica y sus brutales 92 minutos de metraje, y los grandes intérpretes que están muy conectados aunque no lo parezca. Unos intérpretes que brillan dentro de la oscuridad en la que se desarrolla la película consiguen introducirnos en el meollo de la cuestión, con unas composiciones basadas en los silencios y en las miradas, creando esa tensión brutal que te engancha desde el primer minuto.

La estupenda pareja que forman el veterano Erik Thompson y Miriama McDowell como el matrimonio secuestrado, frente a la tenebrosa pareja de psicópatas encabezados por un excelente Daniel Gillies, dando vida a Mandrake, que deja por un instante sus intervenciones en los blockbuster hollywodienses, para crear un personaje torturado por su pasado, muy violento y sin escrúpulos que no se detendrá ante nada ni nadie, bien acompañado por Matthias Luafutu como Tubs, un personaje mudo que solo ejecuta las órdenes del citado Mandrake. Quizás la parte final de la película nos deja un poco extraños, porque la película nos guiaba hacia otro estado, pero un desliz no empaña la película que plantea Ashcroft, que al ser su primera vez en esto de los largometrajes, queda bien servido y su propuesta convence, entretiene, y sobre todo, genera una tensión espectacular en toda la película, con ese regusto inquietante y terrorífico que tenía y tiene Funny Games (1997), de Michael Haneke, donde la atmósfera perversa y violenta nos acompaña durante toda la película, una sensación de miedo que no te suelta, de esas que nunca olvidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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