EL GATO DORADO.
“Algunos están más preocupados por el islam que por nuestra religión verdadera, que ya digo que es el neoliberalismo, el fundamentalismo financiero. Otra cosa es el terrorismo, y otra, la inmigración, que es uno de los efectos del neoliberalismo. Necesitamos buenas ideas sobre esas dos cosas, no tópicos”.
Hanif Kureishi
La primera vez que entendí el significado de la palabra gentrificación fue gracias al cine, a través de City for sale (2018), de Laura Álvarez, y Push (2019), de Fredrik Gertten, dos películas que profundizaban en el tema centrándose en las personas que se veían acosadas por las grandes empresas con el fin de echarlos de sus viviendas y transformarlas en apartamentos lujosos para turistas. Pequeños milagros en Peckham St., la primera película de ficción del dúo Vesela Kazakova y Mina Mileva, cineastas búlgaras que han criticado duramente las corrupciones políticas durante el comunismo y el neoliberalismo de su país, a través de personales, interesantes e incisivos documentales.
En su debut en la ficción, miran a su propio pasado y a su experiencia como inmigrantes en el Londres aparentemente cosmopolita, abierto y empático. Pero lo hacen en un contexto diferente, en ese país metido en el Brexit, con los innumerables ataques racistas a las personas inmigradas, y además, colocan el tema de la gentrificación que afecta a todos los de clase obrera, ya sean ingleses con pocos recursos e inmigrantes. A partir de estos elementos, se añade uno más, más metafórico y revelador como la presencia de un gato que presumiblemente parece perdido y encuentra Irina, una de las protagonistas, que le reportará más de un quebradero de cabeza con sus verdaderos dueños, unos vecinos de unos apartamentos más allá. Irina, el hilo conductor del relato, una mujer búlgara que trabaja de camarera, ya que no le convalidan su experiencia como arquitecta, madre soltera de un hijo pequeño, que vive con su hermano, soltero e historiador que se da de bruces con la burocracia inglesa.
Los dos comparten un pequeño apartamento muy claustrofóbico en uno de esos barrios deprimidos de Londres, donde el alquiler se ha puesto por las nubes, y complica la vida de los que llegan al país, como se deja claro en el arranque de la historia, con ese ascensor orinado, y las malas maneras de un vecino malcarado e inglés, que choca con ella, desparramando toda la compra e increpándola. Irina intenta agrupar a los vecinos para organizar una lucha contra las malas artes del ayuntamiento, que les coloca unas ventanas a precio de oro para obligarles a marcharse. Si hay un elemento que destaca la película es su “verdad”, porque desde sus localizaciones, todas reales, que consiguen esa asfixiante y depresiva existencia en la que pululan los personajes, interpretados por una audaz mezcla de intérpretes profesionales con personas de la calle, dotando a cada encuadre y detalle de la película una grandísima verosimilitud, que nos recuerda a una interesante e inteligente mezcla que va desde las mejores películas sociales del cine británico como las de Ken Loach, Mike Leigh y aquellas del “Free Cinema”, y esa mirada mordaz y crítica de las comedias de los estudios Ealling, que deslumbraron el mundo alrededor de los cincuenta y principios de los sesenta.
Kazakova y Mileva nos explican los conflictos que planean en su película de forma contundente, muy cercana y sin adornos de ningún tipo, todo lo que se cuenta tiene alma, tiene vida, y sobre todo, no tiene solución, porque las formas salvajes del neoliberalismo son así en cualquier parte del mundo, y las pobres gentes deben hacer frente a él, y raras veces consiguen algo. Pequeños milagros en Peckham St., que tiene el título original “El gato en la pared”, excelente metáfora de la vida de Irina y los demás vecinos, que se encuentran sin salida, enclaustrados en una pared que los ahoga por todos los lados. La película conjuga con frescura y sinceridad ese juego tragicómico que sirve para explicar una realidad durísima en un entorno muy cotidiano donde el humor negrísimo va contaminando las situaciones y los conflictos que se generan. Es una cinta que huye de cualquier atisbo de condescendencia y sentimentalismo hacia los personajes, sino todo lo contrario, mostrándonos personas reales, las que nos podemos cruzar cada día en una gran ciudad, con sus conflictos personales y sobre todo, sociales, con sus problemas cotidianos y la lucha diaria por sus ilusiones y esperanzas por una vida mejor.
Kazakova y Mileva han construido una película extraordinaria, desarrollando ese cine social, tan difícil de plasmar en la pantalla, sin caer en el panfleto y en los cutres temas de superación de muchas películas, aquí se cuenta una historia, una historia en la que también hay humor negro, porque dentro de cada drama siempre hay un resquicio de absurdo, como mencionaba el gran Chaplin: “Mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia”. Las cineastas búlgaras saben extraer todo el talante humano y social de una película que nos habla sin tapujos de un presente demoledor, donde el trabajo y la vivienda, pilares de la existencia, se ven abocados al desastre total, y a una forma consumista atroz y triste donde la humanidad, si es queda algo de ella, será testigo de las espeluznantes actividades de los poderosos, seres narcotizados por el dinero como una vía de generar riqueza a costa de muchas vidas e ilusiones de la gran mayoría. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA