VOY A MORIR MAÑANA.
“La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para alguien”.
Ivan Turgueniev
La extraordinaria película Der Müde Tod (1921), de Fritz Lang, perteneciente a la etapa muda en su Alemania natal, es una de las primeras apariciones de la muerte en el cine. La muerte, esa eterna sombra oscura, con apariencia humana que, sitiaba a una joven pareja, y le ofrecía a ella, la oportunidad de salvar a su condenado enamorado. La muerte, una presencia siempre inquietante, forma parte ineludible de nuestra existencia, no existe una sin la otra, y aunque evitemos pensar en ella, siempre nos ronda, convertida en una amenaza constante, siempre al acecho, lista para intervenir y detener nuestra vida, en el instante menos esperado o no, porque aunque la veamos venir, la muerte siempre actúa en el peor momento, y siempre, nos sorprende su forma de actuar. ¿Qué pasaría si alguien obsesionado con la muerte, convencido que perecerá al día siguiente, pudiera contagiarnos ese desánimo e inculcarnos esa idea con su sola presencia? Esa pregunta, cuanto menos inquietante, es la que se hace la directora Amy Seimetz (Florida, EE.UU., 1981), que la habíamos visto como actriz en títulos del circuito independiente estadounidense como Upstream Color, de Shane Wingard, o Lean on Pete, de Andrew Haigh, entre muchos otros. Hace ocho años, debutó en el largometraje con Sun Don’t Shine, en la que una pareja recorría, a modo de road movie, la Florida Central, en un viaje que destapa un pasado siniestro de ella, protagonizada por Kate Lyn Sheil.
Después de dirigir algunos episodios de la serie The Girlfriend Experience (2016), y trabajar como actriz, Seimetz vuelve a rodar una película sobre la muerte, o podríamos decir, sobre el hecho de morir, y como ese detalle capital en nuestra vida, acaba contagiando a todos los seres que se va encontrando la enigmática Amy, que a su vez, fue contagiada por Graig, un ex. Seimetz, que firma el guión y la producción, en una cinta auto producida por ella misma, por un sueldo ganado por su trabajo en el remake de Cementerio de animales, a la manera de Welles, nos sumerge en un relato sencillo y cotidiano, que se concentra en una noche, que parece no tener fin, o al menos, aparentemente, si que conocemos como finalizará. Amy, interpretada por Kate Lyan Sheil, se siente extraña, deambula por su casa como un fantasma, realiza acciones sin sentido y fuera de lo común, no sabe que hace ni porque, lo único que tiene claro es que morirá al día siguiente. Jane, su mejor amiga, intenta ayudarla, pero al rato, se siente como ella, y sabe que morirá al día siguiente, y así va ocurriendo, Jane contagia la idea de la muerte a su hermano, su cuñada y una pareja de invitados, así como el doctor que la atiende.
El cinematógrafo Jay Keitel, colaborador habitual de Seimetz, consigue una magnífica luz espectral, llena de claroscuros y una capa densa y muy pesada, que aún carga más la atmósfera de la película, convirtiendo unas imágenes azotadas por un ambiento siniestro e inquietante, en la que sus personajes parecen almas que vagan sin descanso ni consuelo, como barcos a la deriva, sin saber qué hacer, ni adónde ir, obsesionados con la inminente muerte. La directora estadounidense se apoya en ese cine de terror cotidiano, sin sobresaltos ni sustos sonoros, un cine protagonizado por gentes corrientes como nosotros, que les ocurrían cosas terroríficas. Un cine más cerca de clásicos como La legión de los hombres sin alma o La noche de los muertos vivientes, y el cine de terror actual como It Follows o La invitación, entre muchas otras, que vuelven a demostrar que el cine de género puede contener crítica social como cualquier otro título aparentemente más social.
Los Siegel, Wise, Arnold, y otros, utilizaron la paranoia de la Guerra Fría, para contarnos amenazas alienígenas y como afectaban al ciudadano medio americano de los cincuenta y sesenta. Por su parte, Seimetz utiliza el miedo a morir que produce una pandemia como la del coronavirus, que mezclado con el vacío existencial actual, ejecuta una película sobre el miedo y la paranoia a una muerte inminente, y las terribles consecuencias que producen en las personas esos pensamientos, sin explicar el origen del suceso, que aún hace del miedo más irracional y malvado, porque a la directora estadounidense le interesa más el qué, y sobre todo, como actúan y socializan las personas que son afectadas por esta idea obsesiva sobre la muerte inminente. Con un reparto excelente que se mete en la piel de estos cotidianos e inquietantes personajes, encabezado por unas magnífica Kate Lyn Sheil, que da vida a la desdichada Amy, bien acompañada por Jane Adams como Jane, con una breve pero interesante aparición del director de cine de terror, Adam Wingard, y la anecdótica presencia de Michelle Rodríguez, en ese epílogo que pone los pelos de punta. Seimetz ha logrado con mínimos elementos y situaciones, una película de gran altura, que inquieta y perturba mucho, utilizando espacios domésticos, y encontrando el equilibrio ideal para mantener una historia que podría resultar muy disparatada, pero que, en ningún momento, resulta superficial, sino que se mantiene en esa idea fija sobre la muerte que desarrollan cada uno de los personajes, y lo va planteando con un desarrollo muy profundo y personal, manteniendo un ritmo pausado y terrorífico, que no decae en ningún instante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA