UNA NUEVA VIDA.
Nos encontramos en la pequeña localidad de Lynge (Dinamarca) en la escuela de la Cruz roja, que acoge 120 niños refugiados, niños que aprenden danés mientras esperan a ser admitidos en el país. Son sólo unos cientos, de los más de 2000 niños que piden asilo cada año en Dinamarca, de un total de más de 14000 refugiados. Todos huyen de sus países de origen por el mismo problema: la guerra. El cineasta Andreas Koefoed (Copenhague, Dinamarca, 1979) cone xperiencia desde el 2001 en el campo documental en el que ha trabajdo sobre temas diversos en el que el foco principal se posa en la existencia humana y sus conflictos. Aquí, sigue a cinco niños, muy diferentes entre sí, que sueñan con tener una vida tranquila, lejos de las bombas y las penurias de sus vidas en sus países de origen. Se inicia con Magomed, de Chechenia, y la película se estructurará a través de la cotidianidad, y sobre todo, en la mirada de este niño, un niño introvertido, al que le cuesta adaptarse y comunicarse, aunque destaca por su inteligencia. Luego, conocemos a Sehmuz, de Siria, en su paso a la escuela pública, después de la concesión de su asilo. También, sabremos de Alí, de Afganistán, de Heda, también de Chechenia, y finalmente, de Amel, de Bosnia. Todos ellos, niños que han crecido en situaciones de guerra, que han conocido la huida, el miedo, y la desesperación.
La mirada de Koefoed es serena y reposada, seguimos la cotidianidad de las clases, y vamos viendo los diferentes niveles por donde irán pasando estos niños en su ansiado sueño de obtener el asilo, y pasar a la escuela pública, y permanecer junto a su familia en un país diferente, donde hay oportunidades, y sobre todo, no hay guerra. El cineasta danés filma su película desde la cercanía, mostrando sensible al tema que maneja, pero sin agobiar a sus personajes, dejándolos ser ellos mismos, olvidándose de que los están filmando, capturando desde la intimidad su tiempo y espacio, explorando sus miradas, sus gestos, y manteniéndose a la distancia suficiente para filmar sus emociones, sus miedos, sus disgustos, sus preocupaciones, y todo aquello que les hace felices, amenaza o les preocupa. Koefoed es sensible y delicado en su forma de penetrar en las paredes de este colegio-milagro (que desgraciadamente a día de hoy ya no existe, los recortes del gobierno danés han provocado su cierre), en filmar con proximidad y delicadeza los conflictos que se generan entre unos y otros, entre los educadores y los alumnos, en un entorno que se respira pedagogía de grandísima altura, donde la adquisición de conocimientos es importante, porque los llevará a tener herramientas necesarias para desenvolverse por sí mismos en el país extranjero, aunque también, se valoran las cualidades emocionales, se prevalece en favor de su libertad individual, y en aumentar sus capacidades emotivas.
Koefoed no olvida a los progenitores de estos niños, a los que también les ofrece su espacio, aquellos que luchan diariamente con la estúpida e inhumana burocracia para conseguir quedarse en el país de acogida. Unos padres que hablan con los docentes, explicándoles las diversas situaciones en las que se encuentran. La mirada de Koefoed a la cotidianidad de la escuela, a sus clases, a sus horas de patio, y los momentos de manualidades, recuerdan a otros cineastas que también han abordado con inteligencia y emoción la realidad de la educación como François Truffaut, Bertrand Tavernier, Nicolas Philibert, Vittorio de Setta, Hana Makmalbaf, Mariana Otero, entre otros, que con igual fortuna se han adentrado en el maravilloso mundo de aprender, en los que tratan temas y conflictos, desde una forma naturalista, contando historias sociales, en las que reflexionan y profundizan sobre una realidad cercana, una realidad que los gobernantes olvidan y no aportan todos los medios humanos y materiales para solucionar los problemas. Koefoed ha hecho una película sencilla y maravillosa, porque no decirlo, construida sobre una base humanista, siguiendo las vidas de unos niños demasiado jóvenes para vivir esas vidas, y demasiado inocentes para entender el mundo tan inhumano que les rodea. Un cine humanista desde la emoción más pura, que visibiliza sobre los temas actuales, los temas que hay que hablar, aquellos que no se pueden ocultar, ni mirar hacia otro lado, y el cine, como medio artístico que explora el ser humano debe extudiarlo como mencionaba Brecht: “Un arte para el pueblo y por el pueblo, que hable de los temas sociales, culturales y políticos”. Un cine que atrapa las miradas de los seres humanos en continuo conflicto emocional con ellos mismos y su entorno, unas personas que sólo necesitan sentirse bien consigo mismos en un lugar que los entiendan y sobre todo, que los cuide y los proteja, no los violente y tampoco los mate.