El cine de Isaki Lacuesta (Girona, 1975) ha destacado por su valentía y riesgo en sus propuestas, apoyándose en un lenguaje propio y a contracorriente, que ha experimentado y se ha sumergido entre los límites difusos y confusos de la ficción y el documental, con títulos imprescindibles que forman parte del último cine contemporáneo como La leyenda del tiempo (2006), Los condenados (2009) o su díptico Los pasos dobles (que le valió la Concha de Oro) y El cuaderno de barro, ambas de 2011. Ahora, su nuevo trabajo, el séptimo largo de su brillante filmografía, es un golpe de timón en su carrera, enfrentándose a la comedia, un género que si bien había coqueteado en alguna ocasión, (recuerden algunos instantes de la citada Los pasos dobles, o su pieza del 2013 para Venga monjas, Tres tristes triples), ahora es el centro de la película.
Una obra que ha visto la luz gracias al equipo técnico y artístico (donde Lacuesta ha logrado reunir uno de los repartos corales más célebres del último cine español) en el que todos ellos han participado en forma de cooperativa, en un rodaje que se ha prolongado durante un año. Una cinta alocada y de ritmo endiablado, que ya desde sus títulos de crédito (que recogen el guante de La pantera rosa) a ritmo de la canción de los Astrud, Hay un hombre en España que lo hace todo, hay un hombre que lo hace todo en España, deja claras sus intenciones, una aproximación crítica y amarga, a base de un humor irreverente y esperpéntico de la situación de catástrofe económica que ha asolado el país en los últimos tiempos. La estructura es clásica, nos pone en la pista de cinco desplazados por la crisis (uno de ellos ha perdido todo su dinero por invertir en un abandonado local que el Ayuntamiento tirará abajo, otro, acaba viviendo en una caravana y encima, no puede pagar el colegio elitista de su hija, el siguiente, está sin blanca por derrochador y debe la biblia en verso a su jefe que lo amenaza con matarlo, otro más, que malvive en un trabajo hostigando a morosos, y el último, la enfermedad terminal de su mujer le ha llevado a una situación desesperada), cinco almas en pena que han acabado con sus huesos en un manicomio, allí perpetran un plan diabólico y siniestro que consiste en escaparse y secuestrar al director del Banco Central Europeo.
La descripción que hace Lacuesta del panorama es desoladora y brutal, los escenarios deprimentes, situados en el extrarradio, lugares como hospitales sin recursos, barrios sin trabajo, puticlubs sin clientes, solares abandonados, y tugurios de vicio, en fin, espacios sin alma donde han ido a parar los desahuciados sociales, donde nos metemos en restaurantes chinos que tienen su entrada por una lavadora, y que además mientras comes puedes ver a los transeúntes, y estos sólo ven un espejo, o ese barco, oxidado por fuera y bello por dentro, todo un laberinto de pasillos, habitaciones y salones que no tienen fin, de auténtico lujo, donde se celebran bacanales y fiestones de sexo, drogas y alcohol, un mundo de contrastes y pura apariencia, una sociedad en descomposición, donde la riqueza es para unos, y la pobreza para todos. Destacan momentos brillantes como el instante de José Sacristán, donde hace autocrítica de las causas que han llevado a esa situación, o el intenso monólogo de Albert Pla, Pues a mí lo que me gustaría, (que recuerda a otro de los grandes momentos del cine de Lacuesta, el soliloquio de Bárbara Lennie en Los condenados, aunque de tono totalmente opuestos), sin olvidarnos del encuentro con el director del BCE, un Josep María Pou, pletórico, en penumbra y sólo, que parece un trasunto del coronel Brando Kurtz de Apocalipse Now). Lacuesta se ha abierto en canal, ha parido una estupenda película que contiene un derroche de rabia y desesperación, comedia bruta y desparramada, que no deja títere con cabeza, caza al cuello a todos y todos, asombra por su irreverencia y contundencia en algunos instantes, quizás cuando se pone serio pierde algo de fuelle. Una obra que nace como respuesta al momento, pero que aguanta su propia naturaleza y pese a quién pese, no sólo es hija de este tiempo, sino de muchos otros, muy a nuestro pesar. Una extraña mezcla de films como El mundo está loco, loco, loco (1963, Stanley Kramer), Atraco a las tres (1962, José María Forqué), Rufufú (1958, Mario Monicelli), o La Vaquilla (1985), y La escopeta nacional (1978), ambas de Berlanga, donde en esta última tendría su espejo inspirador, si el maestro nos habló del franquismo con su habitual mala leche y actitud negrísima, sería porque este país no tiene otra salida, que reírse a carcajadas y descojonarse de todos y todo, y sobre todo de nosotros mismos, aunque en el fondo de todo el asunto, nos sintamos más amargados y más solos.
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