“Generalmente, se puede asegurar que no hay nada más terrible en la sociedad que el trato de unas personas que se sienten con alguna superioridad sobre sus semejantes”
Mariano José de Larra
Nochebuena de cine. La elegida no es otra que Plácido (1961), de Luís García Berlanga. Érase una vez… en una ciudad de provincias, donde vivía un señor que respondía al nombre de Plácido, que tenía un motocarro y que, para que siguiera siendo de su propiedad, necesitaba satisfacer una letra de 7000 pesetas, y participaba con el vehículo en una campaña benéfica patrocinada por la marca de ollas cocinex, que recibía el nombre de “Siente un pobre a su mesa”, y todo esto ocurría en Nochebuena. Con esta premisa, Berlanga se puso a trabajar en lo que significaría un cambio de rumbo a su carrera, que hasta entonces se había caracterizado por un costumbrismo poético y por la bondad humana. Después de su anterior trabajo Los jueves, milagro, que sufrió innumerables cortes de censura hasta el punto de que toda la segunda parte la reescribió un cura, Berlanga estuvo inactivo cuatro años, unas veces debido a la temible censura, que le prohibió dos guiones, donde se alinearon una serie de aspectos importantes. Esta fue su primera colaboración en el guión con el genial Rafael Azcona, un hecho que imprimió a la película buenas dosis de humor negro. También fue la primera película producida por Alfredo Matas, al que le uniría un matrimonio artístico; fue el debut cinematográfico de “Cassen” que encarna al sufrido Plácido. Berlanga explicaba una vez: Mis películas hablan de individuos que quieren conseguir algo y durante toda la acción lo intentan y al final, no lo consiguen, así de contundente se muestra el universo berlanguiano, unas fábulas que nos dejan sin esperanza, que nos enfrentan a este mundo en el que todos habitamos, y donde cada uno tira de su carro sin importarle el del prójimo. El genial cineasta, insistirá el tema de su película: Lo que quería poner de manifiesto era el problema de la incomunicación entre los seres humanos Independientemente de su condición social, de su fortuna o de su ideología, las gentes son incapaces de comunicarse entre sí. Y así fue a partir de Plácido, todo su cine habla del mismo tema: unas veces eran verdugos que no querían serlo; otras, señores que querían vender porteros telefónicos, y así una retahíla de individuos que siempre se quedaban con la miel en los labios e intentaban en vano salir airosos de sus pequeñas empresas. La intención de Berlanga y Azcona queda patente ya en la designación del título Siente un pobre a su mesa, que recogía el lema de una campaña navideña que hizo el gobierno franquista en los años cincuenta. En censura se lo prohibieron cuando empezó el rodaje en Manresa. salvo unos interiores que se hicieron en Barcelona, se llamó Los bienaventurados, título que también fue denegado; luego pasó a llamarse Los desgraciados, y finalmente, tal como la conocemos: Plácido, el señor que nos sirve de hilo conductor en este cuento navideño que tiene mucho de mala uva, de sordidez humana, de caridad bienintencionada, de realidad y sobretodo, nada de solidaridad. el grupo humano en juego: los aristócratas, los burgueses, por un lado, que rifan qué pobre les tocará, y el proletariado, por el otro; ninguno de ellos sale bien parado, al contrario, son descritos con toda la crudeza y sordidez humanas. porque, si una cosa deja clara la película, es que no hay quien pueda salvarse y, tanto unos como los otros merecen el peor de los castigos o, mejor dicho, déjenlos solos que ellos mismos se matan. No solamente se hace una radiografía de esa España franquista, hipócrita, moralista, pretenciosa, bien pensante, católica, sino que la fuerza de la película le hace describir una España eterna, un país con los males de siempre, donde el individualismo impera e impregna a todos sus habitantes. En palabras del desaparecido crítico Ángel Fernández Santos: Uno de los filmes más originales y profundos que se han hecho sobre el vacío, la frustración y la inexpresividad que reposa bajo la incontinente verborrea de los hombres reprimidos de España. La película es una cascada de palabras, una sucesión febril de conversaciones entre tipos que nos e dicen nada, absolutamente nada, los unos a los otros. Jamás el silencio se expuso con tanto ruido” (El País, 31 de julio de 1976). Técnicamente, la película inaugura lo que será marca de la factoría belanguiana: el plano-secuencia, que aglutina a todos los seres que navegan sin rumbo por la película; la cámara sigue impertérrita el deambular de los personajes, sigue su movimiento, aunque también el fuera de campo está presente en toda la narración; no siempre lo que vemos es lo más importante. Berlanga dice que lo utilizó por dos razones: Por economía de medios, ya que de esta manera se rodaba mucho más deprisa; y porque estaba de moda”. No debemos olvidarnos del excelente plantel de actores, encabezados por Cassen, inolvidable en su Plácido, José Luís López Vázquez, encarnando al sirvengüenza Quintanilla, y a todos los demás que componen, posiblemente, uno de los repartos más ajustados y maravilllosos con los que cuenta, no sólo la filmografía de Berlanga, sino el cine español. Y, como todas las buenas películas, tiene un broche de oro final antológico con ese villancico que ocasionó a Berlanga muchísimos problemas con los censores, un villancico que apela a la falta de caridad de esta tierra en la que todos nos movemos, como pollos sin cabeza, cada día de nuestras vidas. No me gustaría cerrar esta crítica sin hacer mención de dos datos importantes que cosechó la película: estuvo en el Festival de Cannes y obtuvo una nominación a los Oscar de Hollywood en la categoría de mejor película extranjera de habla no inglesa, que acabó llevándose Ingmar Bergman, con Como un espejo. En este 2013 que estamos a punto de despedir , la película ha cumplido cincuenta y dos años y sigue tan vigente como el primer día. Berlanga y Azcona nos regalaron un dulce navideño envenenado en el que todos nos sentimos, por suerte o por desgracia, uno más. Disfrútenla de nuevo, si ya la vieron, y si es su primera vez, seguro que les hará reír o llorar, o ambas cosas a la vez.