Una historia de amor y deseo, de Leyla Bouzid

AHMED CONOCE A FARAH.

“No parecen gran cosa, las palabras. Parecen inofensivas, desde luego, como bocanadas de aire, soniditos que brotan de la boca, ni calientes ni fríos, y fáciles de captar en cuanto llegan por el oído, al enorme aburrimiento gris del cerebro. Bajamos la guardia ante las palabras y llega la desgracia”.

La periferia parisina ha sido objeto de representación y estudio en la cinematografía francesa en películas como El odio (1995), de Mathieu Kassovitz, Los miserables (2019), de Ladj Ly, París, distrito 13 (2021), de Jacques Audiard, Arthur Rambo (2021), de Laurent Cantet, entre otras. Cine que mira a los suburbios parisinos, cine social y muy potente, que está muy alejado de la condescendencia habitual, para construir relatos sobre la dura realidad que se vive, en contraposición con el centro de la ciudad. A Leyla Bouzid (Túnez, 1984), que estudió literatura francesa en la Sorbona y cine en la Fémis, la conocimos con Al abrir los ojos (2015), su ópera prima que seguí los pasos de Farah, una argelina de 18 años, a pocos meses del estallido popular y revolucionario, de vida disoluta que la enfrentaba al conservadurismo de su familia.

Con Una historia de amor y deseo, su segundo trabajo, vuelve a hacer un retrato íntimo y personal sobre Ahmed, un chaval de 18 años, de familia argelina y de la periferia parisina, que empieza literatura en la Sorbona, y un día conoce a Farah, una joven tunecina que ha dejado su país para estudiar también literatura. Entre los dos jóvenes nace un amor y un deseo, aunque Ahmed luchará íntimamente entre su deseo sexual hacia Farah contra las ideas religiosas y tradicionales que le han inculcado desde niño. La directora tunecina construye con pausa y sensibilidad una película entre dos mundos, entre dos formas de pensar y sobre todo, sentir, donde siempre hay un forma y su reflejo, porque nos habla de literatura árabe del siglo XII, sumamente sensual y erótica, y por otro lado, está la idea tradicionalista del mundo árabe, y las diferentes formas de pensar y sentir entre los países árabes del norte de África, como pueden ser la Argelia de Ahmed y el Túnez de Farah. Dos jóvenes en las antípodas del pensamiento y los sentimientos pero que se han cruzado, y la mirada de Bouzid los retrata de forma humanista, con sus ilusiones, tristezas, miedos, inseguridades, deseos y sexualidad.

Una detallista y cromática escala de colores y luces que firma el cinematógrafo Sébastien Goepfert, que conoció a Bouzid mientras estudiaban en la Fémis, y ya se encargo de la luz de al abrir los ojos, bien acompañado por un gran trabajo de montaje de Lilian Corbeille, que la conocemos por sus trabajos en Les combattants, Mentes brillantes y la serie Vernon Subutex, entre otras, que condensa con sabiduría los ciento tres minutos de metraje, que suceden de forma rítmica y con intensidad. La extraordinaria música casi experimental del casi debutante en cine Lucas Gaudin, describe con suavidad todos los demonios interiores del joven Ahmed, bien acompañada por esos otros momentos sublimes donde escuchamos música en directo como esos hermosísimos momentos del saxofonista a orillas del Sena, el concierto de Ghalia Benali y el baile que se marca Ahmed a ritmo de las darboukas. Otro de los aspectos fundamentales de Una historia de amor y deseo es su pareja protagonista, que bien están los dos, Sami Outalbali es Ahmed, que se ha fogueado en series de televisión. Un intérprete extraordinario que sabe construir un personaje entre dos universos, un mundo interior en pleno tsunami emocional, luchando frenéticamente entre lo que siente, lo que desea y lo que se niega a ser y desear, su impulsos sexuales, sus miedos y su cobardía para enfrentarse a quién quiere ser.

Frente a él, una increíble Zbeida Belhajamor, una actriz amateur de teatro en Túnez, que se mete en el rostro, la piel y el cuerpo de una fantástica Farah, dando la réplica y el contrapunto idónea al personaje de Ahmed, agitándolo para que tome las riendas de su vida, y empiece a caminar libre de ataduras e ideas prejuiciosas, sin olvidarnos del resto del reparto, intérpretes todos desconocidos pero con un gran naturalidad para componer sus diversos y complejos personajes. Aurélia Petit, una actriz francesa que ha trabajado con grandes como Haneke, Ozon, Donzelli y Amalric, entre muchos otros, da vida a la profesora de literatura que todos hemos tenido alguna vez, esa profe que nos ha abierto la mente, que nos ha mostrado otras formas de ver, de pensar y sobre todo, de sentir, en este caso, la inmensa y desconocida literatura árabe medieval llena de erotismo, sensualidad y sexo, todo un abanico de sabiduría y posibilidades que enriquecen el universo de Ahmed y Farah y todos aquellos que tengan inquietudes y curiosidad.

Solo nos queda agradecer a la distribuidora Flamingo Films que siga apostando por este cine hecho desde la verdad, un cine social potente y real, muy alejado de la moralina y los estereotipos habituales en producciones que pretenden mostrar una realidad y acaban haciendo cine propagandístico, superficial y lo que es peor altivo y pretencioso. En la película de Leyla Bouzid no encontramos nada de todo eso, sino todo lo contrario y mucho más, porque su cine enmarca a todas las realidades que convergen en esos espacios y lo hace desde la mirada del que quiere conocer, situando la cámara a la altura de los ojos de sus inquietos y complejos personajes, sumergiéndose en todas las diferentes particularidades de aquellos que viven y vienen de la periferia parisina, de la amalgama de formas de pensar y sentir entre todos los inmigrantes que han llegado y de sus hijos, nacidos en Francia, pero envueltos en tantos mundos que los hace confundir y les dificulta su existencia, aunque como ocurre en la película, siempre les quedará la poesía árabe para dejarse llevar por sus sentidos, su erotismo y experimentar su sexualidad como les sucede a Ahmed y Farah. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA