La patria perdida, de Vladimir Perisic

ENTRE DOS AGUAS. 

“No es un derecho inalienable de lo real hacerse reconocer” y cuando es demasiado desagradable o escandaloso “puede irse a hacer puñetas”

“El Real y su Doble”, de Clément Rosset

Entre las ruinas de una ciudad como Berlín durante 1948, se movía un joven llamado Edmund de 12 años en la magnífica Alemania año cero, de Rossellini. Un joven que estaba entre dos mundos que no entendía: el de los supervivientes que intentaban ganarse la vida como podían, y el de los otros, los que se escondían por miedo a las represalias de los aliados que dominaban el presente. Dos mundos muy difíciles de comprender para un chaval demasiado joven ante la devastación de todo un país. Stefan de 15 años, protagonista de La patria perdida, de Vladimir Perisic (Belgrado, Serbia, 1976), no está muy lejos de Edmund, porque también se debate en un limbo confuso, ya que su madre, portavoz del gobierno de MIlosevic, se aferra al poder en la Serbia de 1996, mientras las calles se llenan de estudiantes en contra de un nacionalismo a golpe de culata, muchos de ellos sus amigos. Un relato que ya tuvo sus antecedentes con Dremano oko (2003), un cortometraje de 31 minutos en el que ya avanzaba reflexiones que en el largometraje profundiza aún más, como ocurría en Ordinary People (2009), entre un chaval obligado a matar por un padre del gobierno de Milosevic.  

Tanto el corto como en La patria perdida están basados en experiencias autobiográficas, la madre del director estaba en el gobierno de Milosevic, y han dado a pie al guion que firman Alice Winocour, que coescribió el de Mustang (2015), amén de dirigir películas tan interesantes como Próxima y Revoir Paris, y el propio director, en el que siguen como hacía Rossellini y posteriormente los Dardenne, a su joven protagonista, en ese Belgrado invernal donde todo está y no está, porque vemos los ecos del gobierno y las protestas desde la mirada de Stefan, en una ida y venida, porque está siempre sin participar de frente, yendo de aquí para allá como una autómata, entre el amor de su madre y el de sus amigos y la terrible confusión que acarrea, enfrascado en su dilema, en su limbo particular, en un no saber qué hacer y hacia dónde dirigirse. Muy bien encuadrado en el formato 1:85 y filmado en 16mm, encerrando en unos espacios, muy domésticos y cotidianos, tanto el piso que comparte con su madre y las calles y el instituto con sus amigos, rodeado de colores vivos que contrastan con esa atmósfera apagada y fría, en un gran trabajo de cinematografía a dúo de Sara Blum, que ha trabajado con la cineasta Alice Diop, de la que hace poco vimos Saint Omer, y Louise Botkay Courcier. 

El estupendo sonido donde todo lo que sucede alrededor de Stefan va metiéndose en su espejo deformante, firmado por dos grandes de la cinematografía francesa como Roman Dymny y Olivier Giroud, que tienen en su filmografía a nombres tan importantes como Naomi Kawase, Olivier Assayas, Agnès Varda, Mia Hansen-Love, Justine Triet, y el estreno también de esta semana Green Border, de Agnieszka Holland. La música del dúo Alen et Nenad Sinkauz, de los que vimos la interesante Bajo el sol, de Dalibor Matanic, que también tenía la guerra balcánica de telón de fondo. El detallado y conciso montaje de la pareja Martial Salomon, cómplice de directores como Emmanuel Mouret, Pierre Léon y Nobuhiro Suwa, entre otros, y Jelena Maksimovic, con más de 30 títulos entre los que destaca La carga, de Ognjen Glavonic, lleno de primeros planos y planos secuencias en un ritmo lleno de tensión como un thriller psicológico en sus 98 minutos de metraje. Un grupo de colaboradores que ya habían trabajado con Perisic en sus anteriores trabajos, así como Los puentes de Sarajevo (2014), donde trece directores de diversas procedencias como Godard, Loznitsa, Puiu, Teresa Villaverde, Marc Recha, Ursula Meier, entre otras, sobre la mítica ciudad, su historia y su presente. 

Un estupendo reparto encabezado por el joven y debutante Jovan Ginic en la piel del perdido Stefan, en una interpretación muy complicada, porque tiene que transmitir toda la desazón de su personaje a través del silencio y las miradas. Bien acompañado por la extraordinaria Jasna Djuricic, de la que muchos recordamos en la impresionante Quo Vadis, Aida? (2020), de Jasmila Zbanic, que ya estuvo en Dremano oko, en el papel de madre y portavoz de Milosevic, con ese padre heredero de la resistencia del fascismo en el pasado, Pavle Cemerikic, uno de los líderes estudiantil, uno de los protagonistas de la citada La carga, y alguna que otra con Matanic, el estupendo Boris Isakovic, que hace poco le vimos en Ruta Salvatge, del mencionado Recha, y con Perisic ya hizo el corto y Ordinary People, en el rol de profesor que se posiciona en contra de Milosevic, con esa mirada y sobriedad de un actor enorme. Y luego, los debutantes Modrag Jovanovic, Lazar Cocic, amigos de Stefan, y sus abuelos que hacen Dûsko Valentic y Helena Buljan, entre otros, que consiguen la verosimilitud sin alardes ni florituras, capturando toda esa época convulsa que retrata la película, entre la recuperación de un pasado con más nostalgia que real, y otros, los más jóvenes, queriendo un país diferente después de tanta guerra y pérdida. 

No se pierdan una película como La patria perdida, de Vladimir Perisic, porque seguro que conocerán muchas cosas de aquel momento en la Serbia de Milosevic, hechos que todavía en esta Europa tan interesada y deshumanizada, y sobre todo, desde la mirada cotidiana y más cercana, y a través de un personaje como Stefan, un joven tan perdido, tan confuso y tan sólo, entre dos aguas, entre dos formas de ver y de ser, metido en un excelente thriller político y cotidiano, muy del aroma de las películas rumanas surgidas después de la caída de Ceaucescu, donde se profundiza sobre todos los males de la última época y las dificultades de esa Rumanía, año cero, donde los ciudadanos intentan seguir adelante como pueden. Un cine que no sólo rescata aquellos momentos convulsos de la Serbia del 96, como nos dice su intertítulo “República Federal Yugoslava”, al empezar la película, con el abuelo y Stefan, dos posiciones que entraran en confrontación, porque en ese limbo, cuando las cosas todavía no han llegado ese tiempo de monstruos, que citaba Gramsi, un tiempo que los más indefensos pueden sufrir mucho, como le sucede a Stefan, y en su particular via crucis, donde no sabe quién es, de dónde viene y lo que es peor, se siente abandonado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA