Instinto maternal, de Olivier Masset-Depasse

LA VECINA DE AL LADO.

Alice y Céline son vecinas y muy buenas amigas en la Bruselas de comienzos de los 60. Además, las dos mujeres son madres de dos niños de la misma edad, Théo y Maxime. Viven en casas contiguas muy parecidas, con sus respectivos maridos y rodeados de un ambiente de clase media bien posicionado. Hasta ese instante todo parece ir como la seda, con sus cotidianidades muy bien avenidas en la que todos forman una gran familia. Pero toda esa aparente felicidad aburrida destapará graves tensiones entre las dos amigas cuando Maxime, el hijo de Céline muere trágicamente con Alice como testigo. La armonía desaparecerá de este peculiar vecindario y la guerra interna y oculta empezará a instalarse en las vidas de las dos mujeres. Después de dos películas como Cages (2006) e Illégal (2010) en la que abordaba retratos femeninos cargados de fuerte contenido social en espacios cerrados, amén de dirigir para televisión Santuario (2015) en la que se enfrentaba al terrorismo de ETA desde la visión francesa, el director Olivier Masset-Depasse (Charleroi, Bélgica, 1971) sin perder un ápice de la atmósfera de sus anteriores trabajos y siguiendo en un marco estilizado, adapta de forma libre la novela Derrière la Haine, de la escritora belga Bárbara Abel, sumergiéndonos en un ambiente opresivo y doméstico, en el que aparentemente todo parece funcionar a las mil maravillas, eso sí, felizmente aburrido, pero como ocurre en el universo de Lynch, cuando nos adentramos en sus jardines o piscinas, en los lugares fuera de nuestra vista, nos encontramos con terribles y ocultas verdades, como ocurrirá en el relato que nos ocupa, la trágica muerte del hijo de los vecinos, desencadenará una atmósfera fangosa e irrespirable que batirá en una lucha encarnizada entre las dos mujeres y madres.

El cineasta belga impone un thriller psicológico con esos paisajes propios de las películas estadounidenses de Douglas Sirk, donde los habitantes bien pensantes y conservadores manejan unas vidas vacías y alineadas, que solo son caparazones para ocultar sus verdaderos deseos que chocan con la realidad acomodada y de clase media. La película se instala en el interior de las hogares, entre meriendas con niños, cumpleaños sorpresas, cenas entre matrimonios tomando cocktails muy elaborados y conversaciones para regalarse los oídos y cosas por el estilo, como esos ambientes que tan bien describían tanto Hitchcock, Chabrol o Truffaut en sus películas, lugares de vidas programadas, espacios en el que todo está decorado y ambientado hasta el más mínimo detalle, aunque solo sea un mero escaparate para ocultar aquello que esconden bajo la alfombra, como sucederá en la trama cuando muere Maxime.

La muerte del niño de los vecinos desencadenará de forma profunda las tensiones invisibles entre las dos amigas, y propiciará que la película se adentré en las mentes desquiciadas tanto de una como de otra amiga, que nos llevarán por ese cruce de vidas y espejos deformantes sobre el deseo, la culpa y el odio, en el que los puntos de vista irán cambiando para desviar nuestra atención o no según convenga para la película, eso sí, el relato huye despavorido de las tendencias actuales del thriller, donde abundan ese cine ramplón y tramposo, lleno de giros inverosímiles, argumentos enrevesados y resoluciones poco sólidas. Los referentes de Masset-Depasse son los ya mencionados, los clásicos por trabajo e ideas que no solo han creado escuela para los cineastas que han llegado más tarde, sino que en mayor o menor medida siempre están presentes porque han creado imágenes sin tiempo que embellecen con el tiempo.

El buen hacer de la pareja de actrices con Veerle Baetens que da vida a Alice, la madre de Théo que sospecha de las intenciones y los actos que va perpetrando una desquiciada Anne Coesens que interpreta a Céline, esa madre rota y vacía que hará lo imposible para sustituir a su hijo fallecido, cueste quién cueste. El relato emana tensión y sensibilidad, manejando con astucia y veracidad los cambios de tono en el que pasa de la angustia a la cotidianidad en un suspiro sin apabullar al espectador, y sobre todo, dejando que el respetable digiera con aplomo y pausa todo lo que va aconteciendo, en este ejercicio de estilo que apabulla por su estilizada y colorista forma, su excelente manejo del terror doméstico, sin sustos ni aspavientos, creando con sutileza y sobriedad todos los componentes para crear esa tensión psicológica que aterra con pocos detalles, tanto en el fondo, el decorado o los magníficos movimientos de cámara que sitúa el rostro y las miradas de las mujeres en el centro de la acción y ejecutando esa amenaza in crescendo que las va oprimiendo cada día sin descanso, en que el excelentísimo trabajo interpretativo es fundamental en este tipo de películas para conseguir la verosimilitud y la intimidad necesaria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA