LA SOLEDAD DE LA JOVEN ESQUIADORA.
“La adolescencia es la conjugación de la infancia y la adultez”
Louise J. Kaplan
Muchos amantes al cine nos quedamos abrumados por la belleza plástica y la poesía que destilaba la película The Great Ecstasy of Woodcarver Steiner (1974), de Werner Herzog, en la que en unos sobrecogedores 44 minutos, nos mostraban la soledad y los límites del saltador de esquí Walter “Woodcarver” Steiner. La opera prima de Charlène Favier (Lyon, Francia, 1985), coescrita junto a Marie Telon y la colaboración de Antoine Lacomblez, también se mueve en el universo de los esquiadores y las montañas nevadas, en este caso a los aspirantes a esquiadores de velocidad, y nos traslada a un pueblo aislado de los Alpes, en el que seguimos la experiencia de Liz, una joven de 15 años fichada por un club de esquí, que entrena el exigente Fed. A modo de diario, asistimos a todos los procesos de entrenamiento, como su espectacular y concisa apertura con ese ejercicio de pies, que la cámara describe de forma nerviosa al movimiento de los pies, en planos muy cerrados y rápidos, para acabar en la mirada de la adolescente y ese destino-obsesivo de la montaña nevada.
A medida que avancen la intensidad y la exigencia en la preparación, la trama se centrará en varios puntos: la capacidad y auto exigencia de Liz para el esquí de velocidad, su soledad, ya que sus padres andan separados y con vidas alejadas a la de ella, y sobre todo, la relación con Fred, ex campeón de esquí, que ve en la joven una futura campeona. Su relación se irá estrechando y haciéndose más íntima, sobrepasando todos los límites habidos y por haber. Slalom está compuesta de forma admirable y muy detallada, desde sus bellísimos planos y encuadres, donde la montaña nevada adquiere esa omnipresencia reveladora para Liz, y sus compañeros, que andan al acecho, todos con el propósito de conquistarla esquiando. El excelente trabajo de cinematografía de Yann Maritaud, que ha crecido profesionalmente con la directora, y que actualmente tiene en cartel El triunfo, de Emmanuel Courcol, realiza un soberbio manejo del encuadre y la luz, con una plástica composición que describe con exactitud, tanto el exterior gélido como ese interior caliente de los personajes en liza.
El asombroso trabajo de sonido que firman el trío experimentado Gauthier Isern, Louis Molinas y Thomas Besson, dotando de fuerza y espectacularidad en todos esos vertiginosos descensos de la esquiadora, y todos los interiores de la película, con naturalidad y cercanía, así como el clarividente y conciso montaje de Maxime Pozzi García, colabora habitual de Favier, que le da ritmo e intensidad a los noventa y dos minutos en los que se desarrolla la trama de la película. Slalom necesita un gran trabajo técnico, donde en las secuencias de acción vemos las diferentes pruebas de esquí, elementos esenciales en los que se posa la película: la velocidad, el deseo de conquista, el miedo, el sacrifico, el crecimiento y la soledad de los esquiadores. La directora conjuga todos estos elementos de forma auténtica y compleja, en la que sus dos protagonistas no solo dan vida a los oscuros personajes que tienen en frente, sino que les dan esa humanidad tan necesaria para seguirlos y ser testigos de sus dudas, deseos y vulnerabilidad.
La fascinante y enigmática Noée Abita, que vuelve a trabar con la cineasta francesa después de la película corta Odol Gorri (2018), un cortometraje de 26 minutos en el que se relata la odisea de Eva, una adolescente que escapa de un taller de integración laboral y huye de polizón en un pesquero, en la que también se hablaba de soledad y el enfrentamiento a elementos externos y difíciles de superar, al igual que le ocurre a Liz, que vivirá el paso de la infancia a la edad adulta de forma brusca, asfixiada por un entrenador ambicioso y sin escrúpulos, que también la usará sexualmente y emocionalmente. Noée Abita demuestra una serenidad y una fuerza admirables para meterse en la piel de la solitaria Liz, convertida en mujer de golpe, sin transiciones ni nada, que debe lidiar con sus emociones, tanto dentro como fuera de la pista. Frente a ella, su entrenador, un tipo que no tiene límites, obsesionado con las medallas, que hará lo imposible y lo denunciable para conseguir sus objetivos y poner contra las cuerdas tanto físicamente y emocionalmente a sus pupilos. El natural y soberbio trabajo de Jérémie Renier, que aunque debutó en el 92, será en el 96 con quince años cuando interpreta El niño con los hermanos Dardenne, a las que siguieron cuatro películas más, y construir un carrerón con solo 41 años que ha continuado con directores tan importantes como Ozon, Bonello, Lafosse, Assayas y Trapero, entre otros.
Charlène Favier ha construido una película que no estaría muy lejos de lo que planteaba el excelente documento Over the Limit (2017), de Marta Prus, donde se seguía la cotidianidad del durísimo entrenamiento de Margarita Mamun, una gimnasta rítmica en su preparación para los Juegos Olímpicos. Slalom también nos habla de las intensas preparaciones a las que se somete una adolescente, en un ejemplar trabajo de verdad, sin caer en sentimentalismos ni nada que se le parezca, sino todo lo contrario, contando sin titubeos una experiencia apabullante para una niña que está entrando en la edad adulta en soledad. La realizadora francesa ha urdido a fuego lento un relato magistral, profundo, honesto y brutal sobre el viaje iniciático de una adolescente que se topará con una realidad muy oscura y salvaje sobre la competición desmedida, y la mentira de los adultos, sin olvidarnos de otro tema crucial de la película, la pasión devoradora que nos puede llevar a infiernos sin salida, y sobre todo, la fuerza y la valentía y todo lo que hay que aprender para vivir como una mujer adulta, conviviendo con dudas y miedos, y venciendo obstáculos en forma de personas como de deseos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA