Worth, de Sara Colangelo

EL VALOR HUMANO.

“Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”.

George Orwell

La secuencia que abre una película es sumamente importante y define, en cierto modo, el desarrollo de la misma. En Worth (traducida como “valor”), arranca con Kenneth Feinberg, el prestigioso abogado y protagonista de la cinta, en plena clase en la universidad, que lanza a sus alumnos que el trabajo de un buen abogado es calcular el coste, espetándoles con la contundente frase: ¿Cuánto vale una vida?, no en el sentido ético, sino en el meramente práctico para llegar a un acuerdo con las partes implicadas. Feinberg es un hombre pragmático, conoce al dedillo su oficio, y sabe también, y esto es muy importante para él y sobre todo, para sus clientes, que la cantidad económica compensatoria debe ser lo más alta posible. De la estadounidense Sara Colangelo conocíamos sus anteriores trabajos, su opera prima Little Accidents (2015) y La profesora de parvulario (2018), remake de una película israelí, sendos dramas, bien filmados, que tuvieron una gran acogida en el Festival de Sundance y en el circuito independiente.

Con Worth, la directora americana tiene la oportunidad de jugar en otra liga, si bien el marco de la película no se desvía mucho del cine que ha hecho, más incómodo, más humano y convincente. Ahora, el salto es más que cualitativo, porque tiene detrás a los productores Brad Dorros y Michael Sugar, responsables de la magnífica Spotlight (2015), de Tom McCarthy, una película sobre la investigación a raíz de las denuncias de abusos sexuales de la iglesia, llevada por unos periodistas de Boston, que protagonizaban, entre otros, Michael Keaton, que da vida a Feinberg en Worth, y además actúa como coproductor, junto a Stanley Tucci, que en Spotlight era el abogado de muchas víctimas, y ahora, da vida a Charles Wolf, marido de una de las fallecidas  y  portavoz de las víctimas. La tercera película de Colangelo, escrita por el aclamado guionista y productor televisivo Max Borenstein, nos habla del tiempo después del ataque a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Veinte años después de la tragedia, nos llega una película que habla de las víctimas, y lo hace a través del fondo de compensación que se creó para ayudar económicamente a todas las personas que perdieron a un ser querido, y al trabajo de Feinberg, encargado de convencer a las víctimas, junto a su equipo, capitaneado por Camille Biros, que interpreta Amy Ryan.

La cineasta estadounidense nos sumerge en la mirada de Feinberg, en el interior de un personaje, un hombre de estado, alguien que cree en el sistema democrático estadounidense, algo así como el héroe de las películas de Capra. Un hombre que dejará de lado su faceta más práctica para conocer personalmente cada uno de los casos de las víctimas, y la película nos introduce en ese proceso vital y personal en que el protagonista se va concienciando de que este caso será muy diferente a todos los que ha llevado antes. La película opta por un marco cercano y cotidiano, siguiendo el aura de películas de “David contra Goliat”, como las extraordinarias El dilema o la citada Spotlight, donde personas corrientes defienden sus derechos y la memoria de los que se fueron, los que perdieron la vida en el terrible atentado, como el personaje de Tucci, un tipo de esos que miran de frente, sin acritud, sin estar en contra de nadie, solo quiere justicia, y que el sistema capitalista no trate a todos como un valor económico, sino como a personas que han perdido seres queridos, y los mire a la cara con respeto y amabilidad no como uan vulgar transacción económica. Worth tiene ese tono clásico de películas bien construidas, personajes complejos metidos en situaciones morales, sin ser en ningún caso panfletarias ni moralistas, aquí no hay buenos ni malos, solo personas, algunas demasiado ensimismadas por su trabajo y el dinero, y otras, en cambio, que valoran más a las personas por lo que son y nada más.

La sobriedad y la contención sobrevuelan en cada una de las interpretaciones de la película entre las que destaca el trío protagonista, con Keaton, Tucci y Ryan, que no solo defienden con intimidad y carácter cada uno de sus personajes, sino que evolucionan desde lo personal, sobre todo el personaje de Keaton, un tipo de números y acuerdos, que esta vez deberá dejar la calculadora y mirar a las víctimas frente a frente, explorando su interior, dejando la burocracia, las presiones políticas y empresariales a un lado, y tomándose su labor desde la comprensión, desde el amor y desde lo humano. Colangelo vuelve a construir una película desde la vertiente humanista de sus personajes, desde la resolución de conflictos que van más allá del mero hecho, donde hay que profundizar y ver las diferentes reacciones y posiciones que adoptan los diferentes individuos en este caso, siguiéndolos desde la observación, sin juzgarlos ni sobre todo mirándolos con dureza, sino viendo que podríamos ser nosotros, bajándolos a nuestra altura,  viendo a seres humanos como nosotros, que a veces aciertan, a veces se equivocan, pero también, saben rectificar, saber perdonar, y mirar al otro de forma diferente, tratando cada caso desde la humildad, desde el cariño, desde la sencillez, porque si hay algo que nos hace humanos es colocarnos en el lugar del otro, escuchar y entendernos, o al menos, no dejar de intentarlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA