Los tres mosqueteros: D’Artagnan, de Martin Bourboulon

¡VIVAN D’ARTAGNAN Y LOS TRES MOSQUETEROS!. 

“Todos para uno y uno para todos”. 

Es de sobra conocido que la novela “Los tres mosqueteros”, de Alexandre Dumas (1802-1870), publicada en 1844, se convirtió desde su nacimiento en una de las novelas clásicas de aventuras por antonomasia, erigiéndose en uno de los libros de referencia para muchos lectores de todas las edades. El cine la ha adaptado en numerosas ocasiones, pero quizás faltaba “La adaptación”, y me refiero que la cinematografía francesa se pusiera en serio a hacer su versión, y lo digo porque la gran tradición de películas históricas francesas es muy importante, ahí tenemos grandes títulos como Cyrano de Bergerac, La reina Margot, Ridicule, entre otras. Un cine bien contado, de generosos presupuestos y un espectacular rigor histórico. En ese grupo exclusivo podemos introducir Los tres mosqueteros: D’Artagnan, dirigida por Martin Bourboulon (Francia, 1979), un director que hasta ahora le habíamos conocido la comedia disparatada de Papá o Mamá (2015) y su secuela del año siguiente, y Eiffel (2021), biopic sobre Gustave Eiffel, y la creación de su famoso torre. 

Con esta película, la filmografía de Bourboulon entra en otra dimensión, porque no sólo ha hecho, quizás, la mejor versión de la famosísima novela de Dumas, sino que ha construido una película que puede contentar a muchos espectadores de diferente naturaleza. La historia es de sobras conocida, el joven gascón D’Artagnan llega al  París de 1627 con la intención de convertirse en un mosquetero del Rey Louis XIII, y una serie de circunstancias le convierten en compañero inseparable de los tres principales guardianes del Rey: Athos, Aramis y Porthos, que tienen que lidiar con las conspiraciones del ministro Cardenal Richelieu y sus secuaces. Pero, la película no sólo se queda ahí, en contarnos las diferentes intrigas, traiciones, amores apasionados, ocultos y la serie de personajes, engaños y demás intríngulis de la tremenda agitación que se respiraba en la corte del Rey de Francia. Porque la película va muchísimo más allá, con una grandiosa recreación histórica, en la que podemos ver esa ropa usada, esos rostros sucios y malolientes, y esa atmósfera cargada y desafiante que tiene cada instante de la trama. Con unas espectaculares escenas de acción, donde las batallas a sable se suceden, pero con esa verdad que nos sumerge en ese ambiente complejo y lleno de peligros. Tiene verdad porque las secuencias tienen ese punto realista, donde es creíble lo que se cuenta y cómo se hace. 

No obstante, la película ha contado con grandes profesionales arrancando con la dupla de guionistas: Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, que han escrito una película de un par de horas, con un ritmo trepidante, que maneja con audacia las escenas más tranquilas, donde los diálogos están llenos de sabiduría y astucia, y las otras secuencias, las de acción y más físicas, son muy intensas y no dan respiro. La cinematografía de un crack como Nicolas Bolduc, que ha trabajado en Enemy (2013), de Denis Villeneuve, y en No llores, vuela (2014), de Claudia Llosa, entre muchas otras, en la que compone una luz muy cargada, llena de claroscuros, que escenifica con calidad y grueso la atmósfera de ese primer tercio del Siglo XVII, donde la vida y la muerte se mezclaban con demasiada facilidad. El montaje de Célia Lafitedupont, que fluye con gracia y esplendor en sus casi dos horas de metraje, la excelente música de Guillaume Roussel, que le da épica, intimidad y brillantez a todos los recovecos de la historia, el diseño artístico de Stéphane Taillason y el diseño de vestuario de Thierry Delettre, que ambos ya habían trabajado con Bourboulon en la mencionada Eiffel, y en otra gran recreación histórica como Cartas a Roxane. 

Si la parte técnica funciona a las mil maravillas, la parte artística no podía ser menos y ahí la película se ha marcado un gran tanto con un elenco fantástico, actores y actrices que actúan de manera sencilla, extraordinariamente bien caracterizados, que parecen como esos vaqueros de Hawks y Peckinpah, llenos de tierra, de grietas y desilusiones. Reparto de amplia experiencia y talento como François Civil, que hace de D’Artagnan, al que hemos unas cuantas veces en películas con Cédric Klapisch, los tres mosqueteros en la piel de Vincent Cassel, Roman Duris, que fue el citado Eiffel en la película homónima citada, y Pio Marmaï, la pareja de reyes con Louis Garrell y Vicky Krieps, la joven Constance en la piel de Lyna Khoudri, Eva Green como la terrible Milady de Winter, secuaz del Cardenal Richelieu que hace Eric Ruf, que se pasado por películas de Nicole García, Valeria Bruni Tedeschi, Yvan Attal y Roman Polanski, entre otros. Mención especial a los demás intérpretes porque dan profundidad y complejidad a todo lo que está cociendo en esa corte a punto de estallar entre católicos que quieren usurpar el poder y protestantes que también quieren instaurar una República sin Rey. Un sin Dios. 

Aplaudimos, aunque sería más apropiado hacer una reverencia, la película Los tres mosqueteros: D’Artagnan por su audacia, compromiso y belleza ante la grandiosa historia de Alexandre Dumas, porque se ve con todo su esplendor, toda su atmósfera de conspiraciones, traiciones, persecuciones, asesinatos, amores, y todo lo que hemos imaginado y mucho más. Disfrútenla como cuando eran niños, como cuando la vida era más y mejor, cuando la imaginación y el amor significan muchas cosas y todas ellas importantes, y digo como cuando eran niños, por suerte alguno no habrá perdido aquella inocencia, aquella forma de mirar, aquella magia que tenían todas las cosas, porque la infancia si fue feliz y querida, es la mejor época de nuestras vidas, y por eso les digo que vean la película como cuando eran niños, como cuando eran felices sin saberlo, como cuando la vida olía a días de sol y lluvia, cuando el mar era azul y las tardes nos la pasábamos jugando con los demás, niños y niñas también, que también, eran como nosotros, eran felices y reían, y demás, así que, véanla así, como cuando eran niños…  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Todo el dinero del mundo, de Ridley Scott

SER UN GETTY ES ALGO EXTRAORDINARIO.

“Por supuesto que conocía el secuestro, pero en realidad siempre quise hacer algo con respecto al dinero y el modo en que éste controla y moldea la vida de las personas. Cuando piensas en ello,  muchas  de  nuestras  decisiones,  ya  sea  con  quién  elegimos  permanecer  casados,  dónde elegimos vivir y qué trabajo elegimos asumir, etc., son impulsados por el dinero. Y, obviamente, las personas de bajos recursos se ven afectadas en cuanto a que sus elecciones y sus opciones son  limitadas.  Pero  el  dinero  incluso  influye  emocionalmente  en  los  ricos,  ya  que  les proporciona  libertad  y  poder,  pero  ¿qué  hacer  con  eso?”

David Scarpa

Durante una noche romana de 1973 (maravilloso homenaje en blanco y negro que rememora el universo Felliniano con La dolce vita y su maravillosa Via Beneto de aquellos años de noches eternas, y Las noches de Cabiria, con sus prostitutas pidiendo a gritos clientes guapos y con dinero) el adolescente John Paul Getty III (nieto del hombre más multimillonario del planeta) es secuestrado y llevado a la zona calabresa. Los secuestradores piden a su madre Gail la cantidad de 14 millones de dólares para soltarlo. Aunque lo que en un principio, parece fácil, debido a la fortuna del abuelo, todo se revuelve, ya que la respuesta de John Paul Getty es muy sorprendente, porque éste se niega a dar un solo dólar. A partir de ese instante, comienza una vertiginosa carrera por parte de la madre, que contará con la ayuda de Fletcher Chace, hombre de seguridad de Getty, para conseguir rescatar a su hijo.

La película número 25 del reputado y veterano Ridley Scott (South Shileds, Reino Unido, 1937) es una mezcla interesante del thriller de investigación y el drama familiar shakesperiano, en una película contada en su inicio de forma desestructurada ya que nos contará sus antecedentes, como los pormenores de cómo Getty consiguió su inmensa fortuna explotando el petróleo de oriente medio, y su peculiar forma de ser, contradictoria, en el que se mueve entre la avaricia, la filantropía, la crueldad y el amor hacía los suyos. También, la nula relación con su hijo, y padre del secuestrado (que acaba consumiéndose entre drogas) y el amor que siente hacía su nieto, un pasado que será clave para entender el carácter enrevesado y singular de Getty, y porque actúa de esa manera frente a los secuestradores. Scott se basa en un guión de David Scarpa que a su vez adapta el libro Dolorosamente Rico: las indignantes fortunas e infortunios de los herederos de J. Paul Getty, de John Person, y nace una película en la que el veterano director impone un ritmo enérgico y brillante, en el que la trama no da nunca tregua, y se mueve por diferentes y ambiguos ambientes, como la fortaleza de Getty, con su seriedad, elegancia, y porque no decirlo, con su aura de tenebrosidad y terror, como aquel Xanadú del homólogo Charles Foster Kane, las calles infectadas de gente de la vecchia Roma con la prensa más rancia y amarillista acosando constantemente, o las zonas rurales del sur de Italia donde esconden al joven Getty, y sus penurias entre suciedad y vejaciones, en un caleidoscopio de aquel instante y aroma político que se vivía en los años setenta y más concretamente en Italia, años de efervescencia revolucionaria y continuos actos terroristas, donde todo se movía a ritmo vertiginoso.

Scott consigue esa atmósfera y el contexto social y cultural del momento, moviéndose como pez en el agua, consiguiendo una de sus mejores películas de los últimos años, donde nos cuenta de forma interesante y brutal las relaciones complejas del magnate rico (grandísima la composición del veterano Christopher Plummer)  y su afán de no perder nada de su riqueza, ese amor por su dinero, porque nadie se lo arrebata, contando cada moneda, y negociando hasta lo más insignificante, una representación moderna de El avaro, de Molière, un ser mezquino, solitario, que se mueve entre oro, pero odia a todo el mundo, y a él mismo, una figura fantasmagórica mezquina, que nunca tiene suficiente dinero, aunque lo tenga todo, en contraposición con la férrea voluntad y su batalla sin cuartel que emprende Gail Harris (formidable la siempre interesante Michelle Williams) para recuperar a su hijo, con la ayuda de Chace (correcto y audaz la interpretación de Mark Wahlberg).

El buen hacer de su reparto ayuda a componer un plantel de gran altura como Roman Duris que da vida a uno de los secuestradores, Charlie Plummer como el joven secuestrado, la seriedad de Marco Leaonardi o la presencia de Timothy Hutton como emisario del magnate. Una película seria y compleja sobre nuestra relación con el dinero, ese “vil metal” que describía el gran Pérez Galdós en sus obras, ese elemento distorsionador, carente de principios, que nos consume el alma, y decide nuestras vidas, y cómo afecta a alguien que lo tiene todo, que puede comprarlo todo, que sus deseos, por más raros y extravagantes que sean, puede tenerlos, pero aún así, no parece que le sacie su infinita sed de poder, de riqueza y posición, porque como bien decía el poeta, el dinero nunca es suficiente, porque sólo puede comprar lo que tiene un precio, y aunque en muchas y desagradables ocasiones compre el amor, en otras, no puede hacerlo.