Rock Bottom, de María Trénor

EL AMOR DE BOB Y ALIF.  

“Pareces diferente cada vez. Vienes de la salmuera con cresta de espuma. Es tu piel brillando suavemente bajo la luz de la luna. En parte pez, en parte marsopa, en parte cachalote. ¿Soy tuyo? ¿Eres mía para jugar? Bromas aparte (…)”

Letra de “Sea Song”, de Robert Wyatt

Este año se ha cumplido medio siglo de la aparición del disco “Rock Bottom”, mítico disco de Robert Wyatt (Bristol, Reino Unido, 1945), obra capital de la música psicodélica y rock progresivo, con la ayuda de Nick Mason, batería de Pink Floyd, Brian Eno, Fred Frith y Mike Oldfield. Ahora también es el título del primer largometraje de María Trénor (Valencia, 1970) que, después de varios cortometrajes, entre los que destaca ¿Dónde estabas tú? (2019), emerge con una película inspirada en la vida del citado músico y la letrista y artista visual Alfreda Benge y el amor tortuoso, desesperado y fou que vivieron el verano de 1972 en Deià, Mallorca. La directora nos presenta a Bob y Alif que, envueltos en ese amor negruzco y muy apasionado, envueltos en alcohol, drogas, la omnipresente música de Wyatt como leit motiv narrativo y formal, baños en el mar, desesperación, salidas y demás pasatiempos para matar un tiempo que parece detenido, ausente y sin futuro. Un tiempo en que el músico estaba componiendo y soñando en el disco que sacaría un par de años después, tras recuperarse del accidente de 1973. 

La cineasta valenciana, que siempre se ha movido en el campo de la animación, compone un guion junto a Joaquín Ojeda, que firma el montaje y ya estaba en el cortometraje citado más arriba, que tiene películas junto a Marc Recha y Sigfrid Monleón, donde se aleja del biopic al uso, y construye unas imágenes que se integran de forma natural y profunda con la vorágine que se vivía en una época de agitación política y búsqueda espiritual, tanto en Mallorca como New York, un ambiente de post hippies, como refleja el arranque de la película con esa fiesta en el piso de la citada ciudad estadounidense. Un relato que se descompone en dos atmósferas diferentes e iguales a la vez, dónde la realidad y lo onírico se van fusionando para construir un mundo de cotidianidad y ensoñación donde el efecto del alcohol, las drogas y ese amor tan fuerte como frágil, van generando unos ambientes límbicos en el que los espectadores nos vamos sumergiendo en esos universos artificiales y reales por los que transita la magnífica película, donde asistimos al nacimiento del futuro álbum, sus primeros compases, las alegrías y tristezas y demás conflictos que se van originando en esa fusión de vida, desesperación, felicidad y tristeza por el que se mueven sus personajes.

La animación se convierte en el vehículo esencial para sumergirnos en la existencia de Bob y Alif, rodeados de mundos imposibles, de cotidianidades diversas, táctiles y nada convencionales. Estamos frente a una película que mezcla con acierto y tremenda sabiduría la ficción que nace de vidas reales e imaginadas, el documental nada convencional para explicar situaciones que serían difíciles con la imagen real, y el retrato de una generación de músicos vitales para la música que sentaron las bases en un tiempo irrepetible, eso sí, contando sus talentos, su trabajo, y también, sus miserias, adicciones y demás pozos oscuros. Si tuviéramos que encontrar películas inspiradoras de Rock Bottom nos viene a la cabeza el cine de René Leloux y su extraordinaria El planeta salvaje (1973), y aquella maravilla que fue Heavy Metal (1981), de Gerald Potterton, junto a la delicia de Vals con Bashir (2008), de Ari Folman, en que las posibilidades del cine animado llegó a cotas realmente sorprendentes sentando las estructuras por donde andar a los futuros cineastas, porque consiguen de forma clara y concisa introducirnos en universos cercanos, íntimos y alucinantes.  

Estamos ante una película convertida de culto instantáneamente, y no exagero cuando les escribo estas palabras, y si no al tiempo, o más aún, cuando la vean, verán que Rock Bottom, de María Trénor, es una obra mayor y no sólo de la animación, sino del cine y de cualquier cine, porque nos adentra en un tiempo donde la música y las drogas y el alcohol siempre iban de la mano, retratando a la, quizás, mejor generación de músicos de la historia, y el retrato de unos años que más parecen pertenecer al mundo de los sueños, de la alucinación, de la libertad y del compromiso con la música como vehículo y motor de cambio, de reflexión y de agitación política, cultural y social. También podemos ver la película como una historia de amor fou, como mencionaba Buñuel, donde los amantes se aman y también se dañan, se desean y se matan, se quieren y se odian, donde no hay límites ni nada esperado, todo es extremo, todo es indiferente y todo es profundo. Una love story de las de verdad, alejada de los convencionalismos y sensiblería de otras producciones, aquí todo se vive de forma intensa, íntima y sin mirar atrás, y si no compruebenlo por ustedes mismos, y verán y sobre todo, sentirán esos otros mundos que rodeaban a Bob y Alif, cuando están juntos o separados, es lo mismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA