Benedetti, sesenta años con Luz, de Andrés Varela

HAGAMOS UN TRATO.  

“Hagamos un trato. Compañera, usted sabe que puede contar conmigo. No hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo. (…) Pero hagamos un trato: yo quisiera contar con usted. Es tan lindo saber que usted existe. Uno se siente vivo. Y cuando.  digo esto, quiero decir contar. Aunque sea hasta dos, aunque sea hasta cinco”. 

Fragmento de «Hagamos un trato», de Mario Benedetti

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que escuché la voz de Mario Benedetti (1920-2006), recitando sus poemas en “El amor, las mujeres y la vida”, y el mencionado “Hagamos un trato”, que rescató una parte en la cabecera de este texto. La voz del poeta era muy íntima, cercana y transparente. Una emoción indescriptible que todavía recuerdo algunos días. Con el tiempo escuché sus poemas de la voz del gran Joan Manel Serrat, uno de los cantantes que mejor ha recitado poesía. Si no los han escuchado, hagánlo y verán que no hablo en vano, se darán cuenta que como han podido estar tanto tiempo sin conocerlo. Seguramente, si les gusta la buena poesía y la música, la escritura de Benedetti se convertirá en una compañía para esos días que todo cuesta tanto, y sobre todo, no se sentirán solos cuando la ausencia de alguien se haga demasiado presente. 

El estreno de una película como Benedetti, sesenta años con Luz, no sólo es un gran acontecimiento para la poesía y el amor, sino para todos los que la pluma del magnífico escritor ha acompañado en esos días que ustedes ya conocen. Su director es Andrés Varela (Montevideo, Uruguay, 1975), con gran experiencia en el mundo teatral, y coguionista de Mundialito (2010), y codirector junto a Sebastián Bednarik de Maracaná (2014), ambos sobre maravillosas gestas del balompié uruguayo. También dirigió, ya en solitario de El Delirio, los 100 años de la Cumparsita (2017), sobre el famoso tanto, amén de otros trabajos. Con esta película se asoma a uno de los grandes compatriotas, donde recoge los sesenta años de amor que el poeta mantuvo con Luz López, su mujer, su luz, y su todo, repasando sus primeros años, su amor, el fatídico exilio: en Argentina, Cuba y España y sus innumerables trabajos entre novelas, ensayos y poesía, una vasta literatura que abarca los 117 títulos. Todo bien documentado con un fantástico y depurado material de archivo que recoge fotografías, documentos, películas y demás found footage que aderezan con pulcritud, detalle y armonía la vida y el amor de Benedetti, sus alegrías y tristezas en una vida que pasó entre idas y venidas con su amor durante seis décadas. 

Varela sabe que tiene entre manos un material de primerísima calidad, y por eso sabe acompañarse de grandes técnicos y cómplices como los músicos Hernán González Villamil, que ya estuvo en Maracaná, que es asiduo del cineasta uruguayo Gustavo Hernández, y Anderson de Oliveira, que juntos consiguen poner ese toque, tan difícil, en la imagen y la voz de Benedetti, tan singular, tan cercana y tan de dentro. El cinematógrafo César Charlone, toda una institución en la cinematografía en el país sudamericano, con trabajos tan importantes con Fernando Meirelles en grandes títulos como Ciudad de Dios, El jardinero fiel y A ciegas, entre otros, y la reciente La uruguaya, de Ana García Blaya, consigue ese tono tan transparente y sencillo que hace de la película una experiencia muy cercana, como si nos la contarán al oído en susurros. El preciso y pausado montaje de Santiago Bednarik, otro habitual del documental uruguayo, ayuda a no sólo ver la película, sino a escucharla y sobre todo, a saborearla sin prisas con sus breves 80 minutos de metraje, con la sensación que nos deja de querer más, así que el trabajo está bien construido. 

En una película de estas características no podían faltar los testimonios de esas personas que conocieron y trataron tanto con Benedetti como con Luz como Pepe Mújica, el expresidente uruguayo, tan acertado y tan sereno en sus declaraciones y pensamientos, la actriz Nacha Guevara, que cantó algunos de sus poemas, al igual que el citado Joan Manuel Serrat, siempre tan claro, cercano y humano a la hora de hablar de otros, y sobre todo, de Benedetti, que conoció y trató con tanto cariño, como el escritor Juan Cruz, con el que trató en su etapa en Madrid, Hortensia Campanella, presidenta de la fundación del escritor, los músicos cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, el actor Héctor Alterio, que protagonizó La tregua (1974), de Sergio Renán, basada en la novela de Benedetti, y otros amigos, familiares y demás que aportan su experiencia con ellos dos, su amor, y su experiencia vital, que aportan valiosos testimonios que hacen de la película un viaje muy emocionante por el convulso siglo XX de la mano de dos personas que se conocieron, se respetaron, se acompañaron, se hablaron, se cuidaron, y se inspiraron mutuamente, y finalmente, también se amaron, que es toda esas cosas citadas y muchas más que se desconocen. Descubran la película, y se enamorarán de la poesía de Benedetti, y de la mujer que la inspiró, y si no lo conocen tendrán esa inolvidable experiencia que es ver y sentir por primera vez algo que nos acompañará el resto de nuestras vidas y más allá, porque otros cogerán el testigo de la vida y obra de Benedetti, porque poetas como él nunca morirán mientras alguien siga leyéndolos y esta película es un buen comienzo para conocerlo y descubrirlo. Permítanme finalizar con el poeta con el último párrafo de “Hagamos un trato”: “No ya para que acuda, presurosa, en mi auxilio. Sino para saber, a ciencia cierta. Que usted sabe que usted puede contar conmigo”. Queda dicho, y ya saben. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela

LA MUJER QUE SABÍA VOLAR.

“Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo, un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportar una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias, pero eso sí, y en esto soy irreductible, no les permito, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo.”

Oliveiro vive en Buenos Aires y dice ser poeta, aunque apenas ha publicado un libro que nadie compra, y no escribe versos, sobrevive haciendo trabajos esporádicos en publicidad, cosa que odia, y también, gana unos cuántos pesos recitando poemas a los transeúntes. En medio de esa existencia bohemia (que recuerda al Marcel Marx de Kaurismaki) que pasa del abatimiento más oscuro al optimismo más arrebatado, anda tras esa mujer que sepa volar, aunque aparte de amantes efímeras y algún que otro escarceo, digamos amoroso, no logra tropezarse con esa mujer que tanto ansía. Oliveiro, mientras, se relaciona con un artista plástico obsesionado con el sexo y la muerte, y un americano enamorado del sentir argentino. Y por si fuera poco, recibe la visita de “La muerte”, que es una mujer, faltaría más, que le insta a dejar esa vida vacía, inmadura e infantil, y hacerse un hombre de provecho, cosa que Oliveiro odia y huye como de la peste. Pero, todo cambiará, cuando por razones laborales Oliveiro acaba en Montevideo, y una noche se deja caer por un cabaret donde conoce a María, una bella prostituta independiente que provocará en el poeta quizás ese deseo que anda buscando.

El quinto título en la carrera de Eliseo Subiela (1944 – 2006) insigne realizador bonaerense, creador de un particular universo que nace desde lo más profundo del alma, convirtiéndose en uno de los cineastas argentinos más deslumbrantes desde sus inicios a finales de los 60, aunque no volvería a realizar un largo hasta el 81, pero fue en 1986 con Hombre mirando al sudeste, cuando su carrera despegó y tuvo la continuidad deseada. Subiela habla de los grandes temas de la existencia humana, la vida y la muerte, y todo aquello que preocupa al homo sapiens, pero lo hace desde lo poético, construyendo relatos actuales, donde sus personajes deambulan por los lugares más oscuros y precarios de la ciudad, debatiéndose entre unas existencias aburridas y vacías, pero Subiela, no construye tramas sociales, sino que va más allá, dotando a sus historias de carácter, en el que mezcla géneros antagónicos, como el surrealismo, la fantasía, envolviéndolo todo en espacios cotidianos, sucios, absurdos y decadentes. Los personajes de Subiela suelen ser poetas frustrados, hombres perdidos y solitarios, mujeres solas sin lugar donde cobijarse, y tipos y fulanas, vapuleados por la vida, que andan en busca de esa oportunidad que quizás jamás llegué. Su repentina muerte en el 2006, que lo sorprendió en plena producción de una película y una obra de teatro, segó una de las carreras cinematográficas más interesantes y personales que ha dado el cine latinoamericano de las últimas décadas.

La recuperación de El lado oscuro del corazón (que tuvo casi una década después, una secuela filmada en Barcelona donde Oliveiro seguía las huellas de Ana) quizás su película más emblemática, que lo convirtió en uno de los directores más internacionales, es una obra contundente, intensa, liberadora y audaz. Filmada en 1992, nos conduce por la vida de Oliveiro, el poeta en busca de la ilusión, el que quiere ser todas las vidas soñadas y ninguna, aquel que no quiere crecer (como le ocurría a Peter Pan) aquel que mira a las mujeres, únicos motores en su vida, en esa búsqueda imposible, nostálgica, de aquellos amores que no tuvo y aquellas mujeres que nunca conoció. Un hombre de otro tiempo, quizá de otro planeta, que todavía cree en el alma, en la poesía, como herramienta crucial para entender las preocupaciones y temores del alma. Un poeta que recita a Mario Benedetti (1920 – 2009) que se reserva un breve papel como marino en el cabaret que recita en alemán, también a Juan Gelmán (1930 – 2014) y Oliveiro Girondo (1891 – 1967) poesía para entender un mundo que Oliveiro se resiste a pertenecer, como aquellas pistoleros que huían de lo establecido, un mundo demasiado insustancial o superficial donde el poeta se mueve casi por inercia, escapando de todo aquello que no logra entender, como esas mujeres que no saben volar, tantas mujeres que se recuestan con él para hacer el amor, o desearse unos instantes, porque a Oliveiro solo lo veremos copular con Ana, esa bella sirena anclada en ese cabaret de puerto, como las heroínas invisibles, a las que nadie hacía caso de las películas de Carné con Gabin en los años 30.

Subiela conduce con maestría una película que a veces rezuma lirismo, otras ensoñación, como llevándonos hacía un lugar de pura fantasía, donde hay momentos para el humor más cínico, o el surrealismo más salvaje con esa vaca pastando que es su madre que le reprocha su vida triste, o las diferentes personalidades que se le aparecen a Oliveiro y le molestan con sus lloriqueos y pataletas, o esa muerte, una mujer y completamente de negro, que parece la madrastra buena que viene a reconducir la vida opaca de Oliveiro sin éxito, porque como bien le insta el propio poeta que idea tiene de la vida. Una película generosa y llena de detalles, desde la envolvente música, esencial en la trama, para transportarnos a ese mundo personal de Subiela, donde escuchamos temas clásicos de Mozart, Straus o Vivaldi, acompañados de boleros como “Algo contigo” o “Verdad amarga”, dentro de la score mágica y sutil de Osvaldo Montes, creando esa melodía vital, melancólica, triste y nostálgica que ayuda a los pasos del poeta por tugurios de asado en la capital, o por cabarets de Montevideo donde encontrar algo de vida o razones para vivir y creer en los sueños, o en los poetas, o cuartuchos de idas y venidas, de amantes sinceros o mentirosos, de amantes sin alma, y otros amantes que no saben donde perder una vida que ni si quiera les pertenece o al menos eso creen.

La sublime interpretación de Darío Grandinetti como el poeta herido, ayuda a este viaje al alma, al interior de cada uno de nosotros, a los que Subiela nos invita con los ojos cerrados, aquellos que sólo son capaces de ver (como nos recordaba Saint-Exupéry) los sueños del alma, aquellos que son capaces de amar a lo prohibido, a una prostituta herida, sin vida como Ana, maravillosamente encarnada por Sandra Ballesteros, con esa sensualidad y temor ante tantas vidas prometidas tiradas al río, y finalmente, “La muerte”, esa mujer de negro que viene a trastocar la conciencia del poeta, con esas conversaciones filosóficas sobre nosotros, elegantemente interpretada por la cantante y actriz Nacha Guevara. Subiela nos hace viajar, soñar, sentir, enamorarnos, en un amor fou, amores imposibles, pero que nos llenan de vida y nos arrebatan el alma, conocer unas vidas que deambulan sin destino, sin vida, con maletas hechas de improviso, que solo sirven para llevar cuatro cosas que sirven para poco o nada, en un viaje sin fin, entre mares, barcos que van y vienen, y amores que matan, aunque no queramos admitirlos, porque los que más nos hacen latir el corazón, quizás sean aquellos que logran penetrar en lo más profundo de nuestra alma.


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