Papusza, de Joanna Kos-Krauze y Krzysztof Krauze

557194UNA POETA OLVIDADA

Nadie me comprende,

sólo el bosque y el río.

Aquello de lo que yo hablo ha pasado todo ya,

todo, y todas las cosas se han ido con ello…

Y aquellos años de juventud.

Hace un par de años se estrenó entre nosotros Ida, de Pawel Pawlikowski, que retrataba, en un primoroso blanco y negro, la visita de una novicia a su tía amargada y alcohólica, en la Polonia de los años 60. Un encuentro que destapaba el oscuro secreto de una familia judía durante la ocupación nazi. Ahora nos llega, con dos años de retraso, (galardonada en más de una decena de certámenes, mejor dirección en la Seminci de 2013, entre ellos), la película dirigida por el matrimonio formado por los cineastas Joanna Kos y Krzysztof Krauze. Una cinta también polaca, y filmada en un sobrecogedor e imponente blanco y negro, que cuenta la historia de Bronislawa Wajs (nombre polaco de Papusza, que en romaní significa muñeca), la primera poetisa y cantante gitana que vivió entre 1910-1987. La película abarca la historia de Papusza desde su nacimiento, donde recibe una maldición que la augura soledad y miseria en el futuro, hasta la década de los 70.

Los directores optan por una estructura desordenada, plagada de abundantes flashbacks, y continuos saltos en el tiempo. Una prosa atrevida y desconcertante que deja al espectador el proceso de armar este puzzle en apariencia inconexo y complicado. La película se detiene en los momentos cruciales de la vida de Papusza, sus primeros pasos por el bosque, su despertar hacía la lectura, un matrimonio forzoso cuando todavía es una niña con su tío mucho mayor que ella, la ocupación nazi y los desastres de la guerra, la burocracia que les persigue y les impide llevar su propia vida, y la dificultad y los continuos problemas de una vida, la romaní, nómadas de tradición, que transitan por caminos polvorientos subidos en carretas tiradas por caballos, sus campamentos a la orilla de los ríos, y sus canciones, bailes, música e historias compartidas a la luz de una hoguera. Vidas errantes y duras son las que vive Papusza  y los suyos. La llegada de Jerzy Ficowski, un joven escritor que huye de la justicia y es protegido por el marido de Papusza, convierte a la joven gitana en otra persona, descubre la poesía y su talento, y sobre todo, el amor. Jerzy con la ayuda de Julian Tuwin consiguen publicar los poemas de Papusza en la dura posguerra polaca. Lo que podría suponer una alivio económico y reconocimiento para la poeta romaní, se convierte en todo lo contrario, su pueblo la desprecia y la destierra por sacar a la luz sus tradiciones y su forma arcaica de vida, la acusan de traicionarles y venderse al mundo gadjikane (no gitano), y la expulsan de su cultura y costumbres. Este durísimo golpe que sufre Papusza la hace caer en una depresión de la que no logrará salir jamás (un caso parecido al que vivió Camille Claudel). Papusza es una pieza de orfebrería formal cocida a fuego lento, no hay grandes secuencias de llantos y gritos, todo se filma de manera respetuosa, casi en la lejanía, sin movimientos de cámara, en cámara lenta algunos instantes, aunque también hay primeros planos y medios (por momentos parece un documental sobre el modo y formas de vida de la cultura romaní de la primera mitad del siglo XX), entre todo ese mundo, surgida de otro tiempo, emerge la figura y el talento poético de Papusza, un ser autodidacta y maravilloso que pertenece a otro mundo, por su sensibilidad y su forma de ver lo que le rodea, como en un momento le explica a Jerzy: “Lo vemos todo igual pero lo vivimos de forma distinta”.

Una mujer perseguida e injustamente olvidada por su propia gente, una cultura basada en el patriarcado. Otra mujer condenada y proscrita que, a lo largo de la historia sufrieron los designios y voluntades de unos hombres que las maltrataban y asesinaban. En otro de los grandes momentos de la película, una Papusza en la cuarentena se lamenta de haber aprendido a leer, explica que si no lo hubiera hecho su vida habría sido más feliz. La película, que aunque logra hipnotizarnos con su blanco y negro, (un inmenso trabajo de Krzysztof Ptak, más cerca de los realizados, en la misma textura y tonos, por Fred Kelemen para El caballo de Turín, de Béla Tarr, y Christian Berger para La cinta blanca, de Michael Haneke, que por sus paisanos Lucasz Zal y Ryszard Lenczewski para la mencionada Ida) se echa en falta algunos momentos donde la emoción de las secuencias debería arrebatarnos, aunque nos desluce el resultado final de implacable factura.. Un relato que se abre y se cierra de forma primorosa, su plano final, estático, y entrando la música, mientras vemos la caravana de carretas una tras otra en un paisaje invernal, una vida romaní en continuo movimiento, de viajes sin destino, de seguir hacía adelante, sin  tiempo y sin memoria.