Ballad from Tibet, de Zhang Wei

DERRIBANDO BARRERAS.

El sistema en su afán de categorizar y etiquetar a todos impone una sociedad clasista, injusta y llena de diferencias y obstáculos, a los que las personas más vulnerables, ya sea en el aspecto económico, social, cultural, físico o emocional son las que padecen esa sociedad de primeros y terceros mundos, una sociedad que se rige por la superficialidad, la insolidaridad y atenta contra todo aquello que etiqueta de diferente, extraño o enfermo. Cuatro niños son los protagonistas de esta historia, cuatro niños diferentes al resto, empezando por Thumpten, que ve de manera disfuncional por uno de sus ojos, con el otro no ve nada, sus tres amigos completamente ciegos son Droma, una adolescente guapísima que se niega a ser tejedora y una más en su casa, y persigue su sueño de cantar a pesar de las imposiciones familiares, también está Sonam, un masajista bien valorado pero ama tocar su instrumento ancestral y cantar como sus antepasados, y finalmente, Kalsang, el más pequeño de la terna, que sueña con tocar su flauta artesanal. Los cuatro viven en las montañas del Tibet, y los cuatro sueñan con ir al programa “Deseo cantar”, de la televisión de Shenzhen, que da una oportunidad a todos aquellos que sueñan con cantar, aunque del Tibet a Shenzhen hay una distancia enorme, pero los cuatro amigos, ocultándoselo a todos, incluso su profesor, deciden lanzarse a la aventura y viajar hasta Zhenzhen e ir a cumplir su sueño, a pesar que no será una tarea ni mucho menos fácil.

El director Zhan Wei (Hunan, China, 1965) ha construido una filmografía en la que mira hacia las clases más marginales de su país, sumergiéndose en sus vidas más cotidianas y en los problemas que los acechan, visibilizando sus reivindicaciones y denunciando sus condiciones desfavorables de vida. En su quinto trabajo mira hacia los niños invidentes, basándose en un caso real cuando un grupo de niños ciegos cantaron en el “China’s Got Talent”, cosechando un gran éxito. Wei nos sumerge en una película humanista y sincera, en un relato honesto sin estridencias argumentales ni nada por el estilo, huyendo del sentimentalismo y la compasión, experimentando con el viaje de estos chavales enfrentándose a los múltiples obstáculos que se encontrarán en su particular odisea, en el que cada barrera de la naturaleza se convierte en un reto para ellos, y para la relación que se torna difícil, entendiendo que se necesitan unos a otros si quieren arribar a buen puerto con su dificultosa empresa.

Wei nos habla de solidaridad, fraternidad, amor y libertad, de valores que parece que muchos han olvidado o los entienden a su manera, que resulta muy alejada de la realidad social que muchos viven en su cotidianidad. La narración tiene ritmo y pausa, tiene ese aroma de road movie, del camino como descubrimiento, crecimiento y reto personal, en el que nos encontraremos personajes solidarios y profundos, donde también habrá sus diferencias y formas de ver el problema de los niños. La sinceridad y autenticidad que emana la interpretación de los cuatro adolescentes invidentes consigue sumergirnos con naturalidad e intimidad en su odisea, mostrándonos sus miedos e ilusiones, en todo aquello que los hace ser como son, en el que los cuatro amigos seguirán firmes en su idea, caminando sin detenerse, y encontrándose a unos y otros que les ayudarán como un pastor que los alimenta y los guía, o la flota de moteros que los transporta un rato o el joven productor de televisión que se solidariza con su causa, llevándolos al programa y enfrentándose a su jefa para ayudarles, y sin olvidarnos de su profesor que también va en su búsqueda.

La película rinde tributo a lo diferente, a los que viven de forma alejada al resto, a mirar de frente la adversidad, la enfermedad y las herramientas que manejan los ciegos para tener una vida plena y dichosa como cualquier ser humano, venciendo sus barreras personales y sociales, quizás estas últimas son las más terribles, ya que los confinan a una vida solitaria y vacía, muy alejada de sus sueños, de sus formas de ser y su manera de entender su discapacidad y saber que solo ellos tendrán que vencer a unos y otros para así ser quiénes sueñan con ser. La película se ve bien, con buen ritmo y personajes atrayentes y sutiles como los niños, acompañando los majestuosos paisajes del Tibet, y confrontando la realidad rural con la urbana, y sobre todo, la necesidad de confiar unos de otros, alejándose de todo aquello que nos diferencia, y siendo capaces de disfrutar de la vida y reírse de ella sin tener que compadecerse de uno mismo. Una película bella y honesta, profunda e íntima, que nos habla de valores que tristemente han sido relegados a otros, a aquellos invisibles por tener una discapacidad, esta película nos habla de ellos, de sus ilusiones, sus sueños y todo aquello que bulle en el interior de cualquier adolescente que sueña con cantar y expresar todo su interior. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA