La pasajera, de Fernando González Gómez y Raúl Cerezo

VINIERON DE OTRO MUNDO.

“La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”

Gabriel García Márquez

Una película como La pasajera, que quiere contar una historia que entretenga, que distraiga como se decía antes. Aunque, a diferencia de otras por el estilo, su forma radica en algo distinto. A saber, estamos ante un relato que opta por un variopinto grupito de personajes muy distintos entre sí. Tenemos a Blasco, un tipo que habla demasiado, que fuma, que adora su furgoneta de más de veinte años junto a él, y es el conductor de este inusitado viaje por esa España vaciada, y más concretamente, las carreteras secundarias de Navarra. Le acompañan unos pasajeros que comparten viaje a través de una web. Está Mariela, una mexicana que enferma de cáncer quiere reencontrarse con su padre huido años atrás, y luego, tenemos a Lidia, una madre separada que lleva a su rebelde y peculiar hija Marta, junto a su padre. Un cuarteto que pronto verá que su apacible y entretenido viaje derivará en algo turbio y terrorífico, porque recogen a una turista que convierte a la mexicana en una bestia salvaje sedienta de carne humana. Y ahí, empezará una lucha sin cuartel en que la supervivencia será el único viaje posible.

Todo esto arrancó con una idea de Raúl Cerezo (Madrid, 1976), todo un referente en el mundo del cortometraje y en el fantaterror español, que muchos lo conocerán por su prestigioso 8 (2011), que derivó en un guion que firmaron Asier Guerricaechevarría y Javier Echániz, que Luis Sánchez Polack acabó de rematar, en una película que dirigen y coproducen el propio Cerezo que debuta en el largometraje, junto a Fernando González Gómez (Madrid, 1984), con más de una treintena de cortometrajes en su haber, que conocíamos por su sorprendente e hilarante comedia negra Estándar (2020), que supuso su debut en la gran pantalla. A parte de los personajes tan diferentes, otra baza que juega la película es mezclar con acierto y sin prejuicios temas como el slasher, el terror de toda la vida estadounidense donde unos corren porque hay un loco asesino que quiere matarlos, fusionado por lo más intrínseco de aquí, como esa música de Blasco, los pasodobles que le dan un toque nada convencional, y ofrecen otra cosa al relamido tema de los psicópatas asesinos.

La película tiene lugares comunes como el aislamiento, y añade que en La pasajera los asesinos son conocidos de ellos, como ocurría en la inolvidable La noche de los muertos vivientes, todo un referente para el género y para esta cinta, con la noche como aliada, y esa persecución que parece no terminar nunca, donde los que parecían antagónicos acabaran por unir fuerzas por obligación. Como ocurría en la mencionada Estándar, la película se mueve con habilidad e inteligencia por ese terror inquietante bien fusionado con la comicidad, porque la situaciones tienen todos los ingredientes, donde hay poco susto, y esto se agradece, y sobre todo, hay mucha mala uva, donde los roles y los conflictos van cambiando según avanzan los extraños y sorprendentes acontecimientos. Otro de los elementos que hacen de La pasajera una película muy atractiva es su reparto, que se olvida de rostros conocidos, para forman un cuarteto realmente muy interesante. González Gómez rescata de Estándar a Ramiro Blas, en su primer papel protagonista, como el inefable y bondadoso Blasco, un tipo con carisma, muy suyo, muy cañí, amante de los pasodobles, de los toros, y un solitario empedernido con su “Vane”, como llama a su adorada furgoneta, una especie de lobo de mar, en este caso, de carretera, curtido en mil batallas y más.

Acompañan a Blasco tres mujeres, muy diferentes entre sí, como la fabulosa Paula Gallego, que conocíamos como la menor de los Alcántara de Cuéntame cómo pasó, en la piel de la descreída y reacia Marta, que irá dejando su armadura para confiar, y sobre todo, sobrevivir junto a Blasco y los demás, la mexicana Cecilia Suárez como Mariela, una mujer que oculta demasiadas cosas que verá como a medida que avanza la noche todo irá entornándose de otro color, y finalmente, Cristina Álcazar como Lidia, la madre de Marta, muy curtida en series de televisión como la citada Cuéntame cómo pasó y Amar es para siempre, completan este variado y extraño cuarteto que se enfrentará a la noche de sus vidas, perdidos ante todos y todo. La pasajera es un intento loable de hacer un cine entretenido con los referentes del terror, pero añadiendo la idiosincrasia tan de aquí, donde se mueven con naturalidad y buen criterio el terror más reconocible con la comedia más disparatada y negrísima, como ocurría en Abierto hasta el amanecer (1996), de Robert Rodríguez, en que el thriller se convertía en una comedia terrorífica cuando entraban en el famoso local fronterizo de “La teta enroscada”, y la noche de juerga se tornaba una guerra sin cuartel contra unos vampiros sedientos de sangre, en La pasajera son seres de otro mundo, pero también hay que sobrevivir a sus fieros ataques. Disfruten, pasen miedo y sobre todo, ríanse. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Estándar, de Fernando González Gómez

UN FIAMBRE EN EL CONGELADOR.

“Resulta paradójico que en nuestra vida diaria llena de actos comunes y previsibles, la mayoría de nosotros, siendo personas normales y corrientes, siempre centremos la atención en lo que nos parece anormal, extraño y raro. Mostrando mayor interés y preocupación por todo aquello que en apariencia es diferente”.

Erase una vez un tipo llamado Tomás, alguien especial y muy peculiar, obsesionado por el orden y maniático, debido a que padece síndrome de Asperger. Tiene ese forma de vestir cuadriculada, sin ostentaciones, con ese bigotito, que parece un cruce de López Vázquez y Manolito Alexandre, recién salido de Atraco a las tres. Tomás trabaja en el supermercado de un pueblo sin más, uno de esos en los que nunca pasa nada, le encanta la música clásica, y desde que falleció su madre, vive solo. Con sus rutinas, sus manías y casi nulo contacto con sus compañeros de trabajo. Solo una cosa, se muere de amor por Laura, la hija de su jefe, pero tan diferente a él, más joven que él, alocada, y muy extrovertida. La vida de Tomás dará un giro de 180º cuando Laura aparece en el congelador. Ni corto ni perezoso, coge a la joven y se la lleva a su casa, y es en ese instante, cuando Tomás y Laura, empiezan a investigar en quien puede ser el responsable de semejante acto.

El director Fernando González Gómez (Madrid, 1984), y su socio, el intérprete Niko Verona, llevan más de una década haciendo cortometrajes, una treintena han logrado filmar. Con Estándar dan un paso más, y se lanzan al largometraje, con una comedia negra, que bebe de los ecos del cine de Berlanga-Azcona, el Monsieur Hulot del gran Jacques Tati, los universos y almas de Javier Fesser y sus estrambóticas historias y personajes, el imaginario de Jeunet y Caro, y esas comedias policiales de los Coen ochenteros, llena que personajes curiosos y muy oscuros, como los ya mencionados, o los otros empelados del supermercado, como Guillermo, el pescadero, aficionado al alcohol, y también, enamorado de Laura, Carmen, la cajera, chismosa y entrometida como la que más, Juan, el carnicero, más encantado con sus piezas que con venderlas, Fermín, el dueño del súper y padre de Laura, muy distanciado de su hija, o Francisco, el peculiar jefe de policía, más aficionado a la pesca que a sus quehaceres investigadores.

El director madrileño, que también firma el guion y la edición, construye un universo que tiene más de grotesco que de real, con una ambientación rica en colorido y plomiza, donde el orden y la estructura de las cosas y objetos se cuela por todos los espacios, con un tono completamente atemporal, en la que mezcla objetos modernos con otros como los teléfonos domésticos, con una luz fría y tenue, obra del cinematógrafo Eduardo Vaquerizo, que alimenta la incertidumbre y el misterio que se cierne sobre este grupo de personajes, y con una banda sonora esencial y rítmica que ayuda a contar todos los entresijos de la película, que firma Alejandro Román, sin olvidar las grandes composiciones favoritas de Tomás, los Beethoven, Mozart, Tchaikovsky y Albéniz, entre otros, logran conectarnos con un relato interesante, profundo y muy personal. La trama se centra en la investigación de una pareja muy atípica, porque tanto Tomás y Laura, no son ese tipo de personas que pudiesen coincidir en ningún lugar, quizás en un supermercado como el que muestra la película. Nada del relato chirría y mucho menos se sale del tono y la ligereza marcada, que es mucho de agradecer en una historia y con unos personajes tan especiales y comunes a la vez.

Un reparto bien conjuntado que brilla con precisión y humor muy negro, eso sí, con un Niko Verona que hace un buen protagonista, creando ese personaje que su diferencia lo convierte en el principal sospechoso, visibilizando el síndrome de Asperger, haciendo un retrato humanista y sincero, mostrando la diferencia como algo natural y sin aspavientos ni nada que se le parezca, con mucha honestidad y disparate del bueno. A su lado, Susana Abaitua haciendo de Laura, convirtiéndose en una actriz a tener muy en cuenta, con un personaje que irá a más, descubriéndose con alguien muy alejado de ella, y luego, como en todas y cada una de las buenas comedias, sean negras o blancas, un buen puñado de intérpretes de reparto que lucen con brillantez, con un Alejandro Tous como ese pescadero que oculta más de lo que dice, una María Gregorio como cajera que sabe lo que se cuece, aunque todavía no le hay puesto ojos y cara, Ramiro Blas se hace con el carnicero siniestro y dulce, un grande como Manuel de Blas, haciendo del padre de Laura, haciendo lo que mejor sabe hacer, dar credibilidad y planta a su personaje, y finalmente, Jesús Vidal, que después de Campeones, sigue haciendo personajes, ahora le toca un policía extraño y curioso, pero en este pueblo parece que el más diferente, es el menos diferente de todos. Fernando González Gómez debuta en el largometraje con brillantez y estilo, con ese tono tan característico de construir un universo raro y anormal, pero que en el fondo parece de lo más cotidiano y mundano, como la vida misma, vamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA