El espía inglés, de Dominic Cooke

NUESTRO HOMBRE EN MOSCÚ.

“El trabajo de espionaje tiene una sola ley moral: se justifica por los resultados”.

Del libro “El espía que surgió del frio”, de John Le Carré

El período de la Guerra Fría comprendido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta 1991 con la disolución de la URSS. Casi medio siglo de disputas, conflictos y guerras sucias y no declaradas entre las dos grandes potencias mundiales, los EE.UU. y la Unión Soviética. El cine, como no podía ser de otra manera, se ha nutrido de este contexto y ha producido muchas películas, entre las que destacan: Se interpone un hombre  (1953, Carol Reed),  ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964, Stanley Kubrick), El espía que surgió del frío (1965, Martin Ritt), Llamada para un muerto  (1966, Sidney Lumet), Cortina rasgada (1966, Alfred Hitchcock), El hombre de Makintosh  (1973, John Huston),  El silencioso (1973, Claude Pinoteau), El cuarto protocolo (1987, John Mackenzie), El topo (2011, Tomas Alfredson), El puente de los espías (2015, Steven Spielberg), son solo algunas de las películas que tratan el tema de la Guerra Fría, a veces de forma directa, y en otras, como telón de fondo, y en realidad, en cualquier lugar del mundo donde las dos potencias mantenían intereses políticos y económicos de toda índole.

Un cine que no solo habla de una de las épocas más convulsas en el mundo, que seguía a la iniciada en la 2ª Guerra Mundial, sino que también habla de seres humanos que, en mayor o menor media se vieron involucrados en la guerra sucia de los servicios secretos, como explicaba muy bien Nuestro hombre en La Habana (1959), del citado Carol Reed, una película que guarda muchas similitudes con El espía inglés (The Courier, en el original, traducido como “El mensajero”), porque también es un hombre de negocios que es reclutado por el servicio británico, peor si en aquella el objetivo era Cuba, ahora es Moscú, la URSS, donde debe relacionarse con el oficial disidente Oleg Penkovsky. Basada en hechos reales, la película se sitúa en el contexto más caliente de la Guerra Fría, en aquellos primeros años sesenta, con el epicentro de la crisis de los misiles, en octubre de 1963, cuando los soviéticos colocaron unos misiles en Cuba apuntando a los Estados Unidos.

A partir de un guion de Tom O`Connor, que recoge la atmósfera de lo mejor del género de espías, con esas ciudades europeas oscuras, llenas de misterio, con tipos extraños de gabardinas, sombreros y maletines, despachos clandestinos y cenas donde se desarrollará la política más sucia e invisible. Una gran cinematografía llena de matices y detalles que firma todo un veterano como Sean Bobbit, que tiene en su filmografía a nombres tan importantes como Steve MacQueen, Winterbottom, Neil Jordan y Barry Levinson, entre otros, el cadencioso y brillante montaje de otro veterano como Tariq Anwar, que ha trabajado con Sam Mendes, Tom Hooper y Nicholas Hytner, entre otros. El director Dominic Cooke (Wimbledon, Londres, Reino Unido, 1966), con experiencia en teatro en el prestigioso Royal Court, y en televisión con La corona vacía, y en el cine con En la playa de Chesil (2017), protagonizada por Saoirse Ronan, basada en una novela del prestigioso Ian McEwan que también hacía el guion, situada  también en 1962, pero con el relato de un amor imposible, de un amor enquistado en las puertas de la modernidad que todavía no había llegado.

Si la parte técnica es elegante y sofisticada, el elenco artístico no se queda atrás, porque tiene un grandioso reparto encabezado por Benedict Cumberbatch en la piel de Greville Wynne, el ingeniero metido a espía, que ya había trabajado con Cooke en televisión, donde despliega todo su ingenio de la vieja escuela británica: sutileza, elegancia, estilo y sobre todo, una forma profunda de mirar y hablar cuando es totalmente necesario, y esas réplicas Made in UK. Frente a él, el georgiano Merab Ninidze, que da vida al coronel que traiciona a su país, y las mujeres, porque en toda película de espías siempre deben haber mujeres, y no mujeres de una sola pieza, de compañía, sino todo lo contrario,  mujeres de verdad, como la esposa de Wynne, que hace Jessie Buckley, con el difícil encaje de seguir con su marido, sin poder saber nada, y creyendo que tiene una aventura, y la otra mujer, Emily Donovan, un alto cargo de la CIA, que juntamente con los británicos, están al mando de toda la operación para descubrir los planes militares de los soviéticos con Cuba.

Cooke logra una película admirable, llena de sorpresas, y construyendo una trama sólida, unos personajes que brillan desde su intimidad, su valentía y sus acciones, todo contando de forma sencilla y profunda, alejándose del heroísmo y la aventura, solo con personajes de carne y hueso, metidos en un embolao de mil demonios como le ocurre al personaje de Wynne, un tipo de negocios que juntamente con el oficial soviético, ayudaron a que el mundo no estallase en pedazos, esas pequeñas victorias, que quedan invisibles para todos, y gracias a la película, las descubrimos y no solo eso, también, entendemos el grandísimo trabajo que hicieron hombres y mujeres anónimos, y vemos la historia desde otra mirada, otro punto de vista, porque la historia, como decía José Luis Sampedro: “La historia siempre hay que reescribirla, porque constantemente descubrimos hechos y personas que tuvieron una gran importancia en ella, y de las que no sabíamos nada”. Pues lo dicho, El espía inglés rescata a Wynne y Penkovsky y los pone en el lugar de la historia y la memoria que se merecen. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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