La rusa, de Aritz Ortiz

FURIA EN EL VALLE.

“Sólo la violencia ayuda donde la violencia impera.”

Bertolt Brecht

Había una vez un tipo llamado Tito, de unos 50 años, sin trabajo y sin rumbo, vuelve al pueblo de nombre El Valle, después de años de ausencia. Allí, se encuentra un lugar desolado, casi vacío, con miedo y bajo el mandato de los Crespo, una familia de miserables que tienen amedrentado a todo el pueblo. Un día, en el bar que regentan los Crespo, conoce a Svitlana, a la que llaman “La Rusa”, una bellísima y asustada ucraniana, esposa de Crespo padre, que vive sometida a los abusos físicos y psíquicos de su marido violento y canalla. Y, desde ese instante, la existencia de Tito, a pesar de los consejos de su único amigo, cambiará de rumbo, cobrará un sentido y se implicará en ayudar a la joven rusa. Aritz Ortiz, curtido en mil y una batallas en el mundo del cortometraje, debuta con una historia basada en un suceso real acontecido en Extremadura, con una película filmada en 13 días y un presupuesto low-cost, en la que bajo un marco directo y actual, en el aquí y ahora, teje un relato sobre los abusos de poder, el miedo y la necesidad de huir, a través de una trama noir, muy oscura y violenta, un cuento rural con tintes trágicos, en el que un tipo cualquiera, alguien que no tiene nada que perder, se enfrentará al dominio impuesto de los Crespo, los típicos caciques que imponen su ley y su fuerza.

La cuidadísima y elegante luz de la película es otro de los elementos que más destacan en el relato,  obra de Israel Seoane, cinematógrafo de las singulares y excelentes películas Crumbs y Jesus Shows You the Way to the Highway, ambas de Miguel Llansó, y el preciso y cortante montaje del propio Ortiz, convierte a La rusa, en una obra con un gran empaque visual y llena de ritmo y energía, en una estructura cocinada a fuego lento, con su intriga elaborada que mantiene el ritmo, en un in crescendo muy bien dosificado en que el ritmo se va imponiendo en esta demoledora fábula social y violenta. El pueblo real de Valdetorres, provincia de Badajoz, sirve de marco rural para construir esta ficción breve, apenas una hora de metraje, con ese aroma que tenían las series B estadounidenses, en que en sesenta minutos despachan westerns, policiacos, terror o aventuras intensas y bien tejidas, con personajes complejos y siniestros con algunas pinceladas, en las que los relatos eran poderosos y firmes.

Ortiz reúne a un buen reparto, la mayoría muy desconocidos, pero que saben llevar y componer con naturalidad y entrega a unos personajes perdidos, solitarios y capaces de todo, incluso de entregar su propio pellejo, encabezados por Xosé Núñez como Tito, ese hombre sin nada que acaba en la boca del lobo por su carácter humanista en que no soporta las injusticias y las desigualdades, tropezándose con “La Rusa”, Svitlana, protagonizada por Monika Kowalska (que ya habíamos visto en El destierro, de Arturo Ruiz Serrano, muy emparentada con La rusa, en su empaque visual y su relato violento, y también, en Pullman, de Toni Bestard, como madre de la niña) componiendo un personaje asustado, atrapado y esperando un rayo de luz en forma de hombre valiente y capaz que se enfrente a Crespo y la saque de allí, y Manuel Larrea, como el patriarca cacique, con ese rostro marcado y esa voz rasgada, en una interpretación fantástica y sobria, convirtiéndose en uno de los mejores debuts del cine español en los últimos años, y Eduardo Rosa, como el violento y chulesco hijo de Crespo, malvado e irritante, como escenifica en ese instante con los chavales y su pelota.

A pesar de las incomodidades presupuestarias y la velocidad del rodaje, Ortiz saca buena nota con su opera prima, siendo fiel a un relato lleno de cualidades, en el que sobresale su cuidada atmósfera, un relato sencillo y honesto, un lugar desolador y con el aliento contenido, a punto de estallar, su duración, que cuenta lo que hay que contar, sin añadiduras ni devaneos dramáticos ni adornos innecesarios, contando un thriller rural de ahora, sobre el poder, el sometimiento y sobre todo, el miedo, marcando aquellos pasos que mencionaba Fritz Lang: Amor, odio y venganza, que tantas veces disfrutamos en su cine. La rusa se ve con asombro y claridad, no da aquello que no necesita, centrándose en todo lo que tiene, que no es poco,  una cinta íntima y humanista, en el que se asoma una pequeña historia de amor en la que unos seres sin nada y atrapados, descubrirán que en ocasiones la vida, nos da un respiro para sacar la cabeza y respirar, aunque el aire sea denso y pesado, que dadas las circunstancias, es un alivio entre tanta miseria y violencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

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