Techo y comida, de Juan Miguel del Castillo

techo_y_comida_44131EL ROSTRO DE LA CRISIS

Nos encontramos en Jerez en el año 2012, el año donde la cifra de parados alcanzó casi los 6 millones de desempleados, el año donde se practicaron casi medio millón de desahucios y el año en que el gobierno recortó en sanidad y educación, y el año en que ese mismo gobierno recibió 100.000 millones de Europa para rescatar a la banca. En ese contexto brutal, inhumano y demonizado, el director Juan Miguel del Castillo (1975, Jerez) sitúa su opera prima. El director andaluz que se graduó en cinematografía en Barcelona, donde ya filmó un cortometraje Rosario, donde ya se interesaba por los problemas sociales, y con experiencia en Canal Sur como editor, se centra en la no existencia de Rocío, una joven de 25 años que malvive junto a su hijo Adrián de 8 años, en un barrio humilde Jerez. No tiene trabajo ni ningún familiar que los pueda ayudar, se gana cuatro euros mal hechos repartiendo publicidad. No tienen vida, la arrastran a su pesar, de vez en cuando, reciben la ayuda de María, una vecina solidaria. Rocío no encuentra un trabajo mejor y la escasez y la falta se han apoderado de su vivienda, roba en el supermercado, no duerme bien, se viste de cualquier manera, y muchas noches no cena porque no tiene. Las ayudas sociales tardan, y encima tiene que batallar con el aspecto social, su hijo necesita unas zapatillas de deporte par a jugar a fútbol, pero no puede comprárselas, se compara con su compañero de aula, el sí que tiene y pueden.

Rocío se muere cada día por dentro, tira sin saber cómo, se traga la vergüenza y la tristeza que la matan, no quiere estar así, pero tampoco lo cuenta, tiene miedo al qué dirán y se sentirse rechazada, hace tiempo que no pertenece a la vida, a la sociedad, se ha convertido en un fantasma, en un nadie, en alguien que ya no existe, que se muere por pedir comida, que se aguanta la rabia, la desesperanza y el miedo en la calle, y en casa, llora y se derrumba, y se hunde por no tener, por no saber cómo salir adelante, y cómo explicar a su hijo que todo cambiará a mejor, que las cosas se arreglarán. La orden de desahucio irrumpe como un disparo en su cotidianidad, lleva meses que no tiene para pagar su piso de alquiler, y su casero también anda con problemas. Rocío teme verse en la calle, sin nada, el miedo a perder a su hijo se apodera de ella, tirada en el fango, su cabeza le va a estallar, no puede más, está hundiéndose, si no lo ha hecho ya. Del Castillo parte de cientos de casos reales, una triste realidad, que es el pan de cada día de este país, una durísima situación por la que pasan tantas personas, que le ha llevado a mostrarla con toda su crudeza, sin adornos, ni subrayados emocionales, no hacen falta, todo es muy tremendo, la vida se ha convertido en un infierno cotidiano del que no se puede salir. No hay música, sólo para cerrar la película, como un mínimo aliento a la esperanza, o más bien, cuando se está al límite en algo habrá que creer para seguir levantándose cada día.

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El director jerezano sigue a sus criaturas con respeto y honestidad, no hay alardes técnicos, la película se fraguó desde la humildad, porque la película también padece la crisis, su presupuesto se consiguió en una campaña de micromecenazgo “Aporta tu granito de arena” mediante la plataforma de crowdfunding de verkami. Cientos de mecenas, futuros espectadores, se solidarizaron con la causa del cineasta andaluz y la productora Diversa Audiovisual para levantar un proyecto que no podía esperar, que tenía la necesidad de ser cronista de su tiempo, de explicar lo que estaba pasando, de la fuerza y el compromiso del “aquí y ahora”. Una película que recuerda al primer Loach y a ese cine social que mira de frente a las historias que narra, sin aparentar lo que no es. Del Castillo filma una historia de gran crudeza y amargura, donde se van acumulando las desgracias y el espiral de terror va en aumento, no hay tregua, todo se va sucediendo sin que nadie pueda parar lo peor. La película mantiene su pulso narrativo, aunque echa en falta algún ajuste dramático, algo que la haga parar un poco, aliviar tanto derrumbe, no obstante, la mirada humanista y personal de del Castillo es honesta y sencilla, no se detiene en nada que nos pueda apartar del camino, va a su tema. Una luz natural y realista hace el resto, y sobre todo, la maravillosa composición de Natalia de Molina, bien secundada por Mariana Cordero o Manuel Tallafé, entre otros, que realiza un trabajo magnífico, apoyada en esas miradas y gestos ausentes y muertos, tejiendo un registro dramático portentoso que deslumbra y conmueve, mostrando el deambular de esa madre que se come su vergüenza y su triste realidad para tirar pa’lante aunque a veces duela tanto que no den ganas de ná.