Saint Omer, el pueblo contra Laurence Coly, de Alice Diop

MADRES E HIJAS. 

“Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca”

Rosario Castellanos 

Una de las razones por las que me apasiona el cine es su gran capacidad para llevarte a situaciones muy incómodas, profundizar en tus contradicciones y sobre todo, a reflexionar en tus propias ideas sobre las cosas. Un cine que sea complejo, que transite por las zonas oscuras de la condición humana, y un cine que sea vivo, fiel a su tiempo y una crónica de lo que hacemos y lo que somos. Saint Omer, el pueblo contra Laurence Coly, la ópera prima de Alice Diop (Aulnay-sous-Bois, Francia, 1979), escrita por Marie Ndiaye, Amrita David y la propia directora, que se basa en un hecho real y en una experiencia de la cineasta, es una de esas películas, porque a partir de un hecho real, nos sitúa como testigos privilegiados en el interior de un juicio. Un juicio en el que no dirimen si la acusada, la citada Laurence Coly, dejó morir ahogada a su bebé de quince meses, porque ella misma ha confesado su autoría, sino que el juicio va más allá, y todos los allí presentes quieren conocer las causas que llevaron a un mujer inteligente y culta, a cometer semejante crimen. 

Diop que ha confeccionado una filmografía con abundantes cortos y mediometrajes, siempre con lo social y la inmigración como focos de atención, en su primer largometraje, nos sumerge en las cuatro paredes del mencionado juicio, en la que hemos llegado a la deprimida Saint Omer, al norte de Francia, de la mano de Rama, una joven novelista que asiste al juicio. Alice Diop construye una película a partir de la palabra, del discurso de la acusada y las propias contradicciones de ella misma, y de los otros testimonios, el Sr. Dumontet, ex pareja de la acusada, y la madre de la juzgada. Asistimos a un dialecto sin descanso, donde volvemos a aquella playa donde Laurence Coly dejó a su hija, e indagamos por el antes y el después, y todos los pormenores y silencios y oscuridades de una joven senegalesa que llegó a Francia con ilusiones y deseos, y cómo estos fueron desapareciendo y su vida se limitó a una relación con un señor casado que le sacaba treinta años de diferencia, una madre con la que no tenía relación y una soledad y una depresión acuciantes. La película cuece a fuego lento, con esa pausa que te va absorbiendo, un fascinante cruce de espejos entre la acusada y la novelista, donde tanto una como otra se ven reflejadas y muy cercanas, entre dos mujeres que una ha sido madre y la otra, lo será. 

Una luz natural contrastada en el que cada encuadre engulle a los personajes que aparecen en su soledad y sus pensamientos y en su testimonio, en un gran trabajo de composición y elegancia por parte de la cinematógrafo Alice Mathon, de la que hemos visto películas tan importantes como El desconocido del lago (2013), de Alain Guiraudie, Mi amor (2015), de Maïwenn, Retrato de una mujer en llamas (2019), y Petite maman (2021), ambas de Céline Sciamma, y Spencer (2021), de Pablo Larraín, entre muchas otras, y el preciso e intenso montaje de Amrita David, que ya había trabajado con Diop, en un imponente ejercicio de planos y contraplanos, llenos de miradas, silencios y demás, donde las casi dos horas de metraje se pasan volando, donde hay descanso, pero un descanso lleno de incertidumbre y de inquietud. La directora, de padres senegaleses, se aleja completamente de ese cine de juicios donde se juega con la resolución del veredicto en forma de thriller, aquí el thriller se mezcla con lo social de forma muy potente, porque en realidad, el juicio le sirve a la directora como excusa y como motor para hablar y reflexionar sobre otras situaciones más arraigadas y de gran actualidad, como las vidas y los problemas de los hijos de inmigrantes africanos en la Francia que se enorgullece de diversidad y multiculturalidad y demás, y la realidad difiere mucho de ese eslogan. 

Un relato muy sencillo y honesto en todo lo que cuenta y cómo lo hace, en su humanidad y en su complejidad, y en sus planteamientos, porque también nos habla de oportunidades, de estigma por el color de la piel, de miedo a ser madre, de muchos miedos, de soledad y de salud mental, y de muchísimas más cosas, porque la historia se instala en esa incomodidad de la que hablábamos desde el primer instante, siguiendo con reposo y tensión toda la explicación de los hechos allí juzgados, y los diferentes actores que intervienen, como esa jueza que quiere comprender ciertas acciones completamente incomprensibles de la acusada, el fiscal que agrede verbalmente a una juzgada que se siente indefensa, aturdida y acosada, y finalmente una abogada defensora que sabe que allí no se está juzgando a un madre que ha acabado con la vida de su hija, sino que la cosa va sobre quienes somos como sociedad y qué hacemos con los otros, porque suceden ciertas cosas y siempre miramos al otro lado. Unos intérpretes que mezcla actrices con experiencia como Valérie Dréville que hace la jueza, Aurélia Petit es la abogada y Xavier Maly como el Sr. Dumontet, y Robert Cantarela como el fiscal. 

Para sus personajes principales, Diop opta por actrices casi desconocidas como Kayije Kagame que da vida a la novelista Rama, de formación y oficio de artista, debuta en el cine con esta película, creando un personaje sumamente complejo, como podemos comprobar en los enigmáticos flashbacks de la relación densa con su madre, que la asistencia al juicio aún abrirá tantas heridas que todavía se mantienen ahí. Frente a ella, en esos intensos cruces de vidas, ánimo y esas miradas que tanto dicen, como suele ocurrir, sin necesidad de subrayarlo con el diálogo, tenemos a Guslagie Malanda, que había debutado en el largometraje con Mi amiga Victoria  (2014) de Jean-Paul Civeyrac, duro drama basado en una novela de Doris Lessing, metida en un personaje dificilísimo, el de una madre que ha dejado morir a su bebé de quince meses, sumergida en un infierno particular, incomprendida por todos y todas, y queriendo escapar de ella misma, y anulada en todos los sentidos y muy sola y abandonada. Solo nos queda decirles que no se pierdan Saint Omer, el pueblo contra Laurence Coly, y no porque sean unos apasionados del cine con juicio, porque la película no va de eso, la cinta de Diop indaga y reflexiona sobre muchas cosas, entre otras, sobre las herencias maternas, las complejas relaciones entre madres e hijas, y sobre nuestra identidad cuando estamos solos y venimos o somos de otras culturas, creencias y todo lo hemos tenido muy difícil, y en ese sentido, la película es magnífica, porque sin música, apenas un par de temas y en momentos muy significativos, y con un equilibrio excelente entre lo personal y lo social, consigue una película de gran calado y muy profunda que se recordará por muchos años. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA