Leto, de Kirill Serebrennikov

ROCK’N’ROLL TOVARISHCH.

Suena el tema “(You’re A) Scum” tocado por los Zoopark, cantado por su líder, el carismático Mike Naumenko. Estamos en el “Rock Club”, en la ciudad de Leningrado, en la URSS, a principios de los 80. La sala está abarrotada, el público se agita pero sin moverse de su asiento. Los controladores del gobierno están muy atentos a cualquier acto de rebeldía y agitación descontrolada. Asistimos a una actuación de una de las bandas de rock underground más exitosas. El público vibra y disfruta del espectáculo. Entre los asistentes, vemos a Viktor Tsoï, que ha empezado a tocar con sus colegas y desea conocer a Mike y aprender de él. Luego, pasaremos a un día de playa, entre alcohol, risas y amigos, en que escucharemos el tema “Leto” (Verano) que da título a la película. Donde, por fin, Viktor conocerá a su ídolo y empezará a escribirse la historia del rock soviético. El cineasta Kirill Serebrennikov (Rostov del Don, Unión Soviética, 1969) ha despuntado en prestigiosos festivales internacionales con películas en las que aborda temáticas políticas, religiosas y sociales actuales de Rusia, como la infidelidad conyugal que destapa un oscuro drama de obsesiones, emociones y pensamientos ocultos en la extraordinario Betrayal (2012) o el despertar ultrareligioso radical de un estudiante ruso en El estudiante (2016).

Ahora, en su nuevo trabajo echa la vista atrás y nos sitúa en los convulsos años de la URSS, antes de la “Perestroika” de Gorvachov, que reformará la economía del país hasta su disolución en el año 1991. El cineasta ruso nos habla de aquellos jóvenes que cambiaron su triste y oscura realidad política y social a través del rock y componiendo canciones que remitían a la música rock-punk que entonces comenzaba a despuntar en occidente. El prodigioso blanco y negro, que enmarca ese gris oscuro y sin color que era aquel inmenso país, con algunos interludios en color que escenifican falsas películas caseras, y las sorprendentes y divertidas animaciones que interactúan con los personajes y las situaciones cuando tocan las canciones. Serebrennikov basa su película en las memorias de Natalia Naumenko, la mujer de Mike que explica aquellos de efervescencia rockera, centrándose en varios elementos como la creación musical, las difíciles relaciones con los funcionarios soviéticos, y sobre todo, en el amor y la amistad entre Mike, su mujer Natalia, y Viktor, líder de la carismática banda de rock “Kino”.

Escuchamos temas de las dos bandas soviéticas, los “Zoopark” y los citados “Kino”, que se mezclan con temas de T-Rex, Blondie o David Bowie, y estupendas versiones como el “Psycho Killer”, de los Talking Heads, el “Passenger”, de Iggy Pop o el “Perfect Day”, de Lou Reed, entre otras, una gran selección musical producida por German Osipov y Roma Zver, que interpreta a Mike, y además, de tocar los temas de “Zoopark”, es el líder de la banda de rock “Zveri (The Beasts)”. La película se acoge al ritmo de las canciones y la vida agitada de los personajes, en el que cualquier momento es genial para ponerse a cantar, a reír y a beber, a vivir una vida a pesar de donde viven, a pesar de la falta de oportunidades reales, a pesar de ese entorno oscuro, gris y siniestro por el que se mueven. El director ruso no ha construido un biopic al uso, nada más lejos de la realidad, sino que se ha centrado en ese trío sentimental, con sus virtudes y defectos, en esa relación entre el músico consagrado y el que acaba de llegar, entre el cruce y las relaciones, no siempre cómodas y agradables,  entre ellos, entre aquello que sienten por la vida, el amor, Natalia, y la música rock. Entre las formas que tienen de verlo, contando todo aquello que los une y los separa.

La película reconstruye momentos e instantes que vivieron los citados músicos, aunque en esencial, el trabajo de Serebrennikov acoge y hace suya aquella atmósfera viva, joven y enérgica que tienen estos jóvenes rebeldes, contestatarios e insumisos que encontraron en la música rock una manera de protestar, de vivir, de sentir, y sobre todo, de ser ellos mismos, en tiempos en que había que ser uno más, siguiendo las órdenes del estado y sentir orgullo del país en el que vivías. Los 126 minutos del metraje pasan volando, llevándonos de un lugar a otro, desde los conciertos en el “Rock Club”, las interminables fiestas en casas de unos y otros, los momentos místicos y poéticos, en que la película se envuelve en sí misma y nos explica más allá de lo que aparente vemos de estos músicos y su entorno, aquello que ocultan, sus deseos, ilusiones y pensamientos, aquellos otros donde el relato asume su rol de referencias en que los propios actores o figuración interpreta versiones de los temas citados, creando esa idea de magia en que la realidad se convierte en otro mundo, un universo real donde todos los sueños son posibles, y la vida no resulta tan opresiva, donde el director logra mezclar con sabiduría realidad y sueño, explicando los sentimientos internos de cada uno de los personajes, como ese narrador omnipresente, al modo de las obras de Shakespeare, que nos va guiando y explicando todo aquello que las canciones no muestran o que a nosotros se nos escapa.

Y por último, la extraordinaria mezcla de aventura personal y cotidiana de los músicos de rock con el contexto histórico, dos elementos que se fusionan de forma natural y precisa, explicándonos de manera sencilla y honesta tanto uno como otro, sin caer en la condescendencia o el sentimentalismo más superficial, donde sobresale con acierto y grandes dosis de emoción la historia de amor intensa y brutal que cuenta la película, desde ese amor puro y brutal a la música rock, a ese otro amor, más irracional y animal, que sienten los personajes, el amor conyugal de Mike y Natalia, o el otro, más emocional que manifiestan Natalia y Viktor. Amor, rock y amistad son los elementos que transitan por esta historia que nos lleva a otros tiempos que algunos les resultarán lejanos, aunque a otros, no tanto, porque las estructuras de los gobiernos se basan en la alineación, el conformismo y la obediencia, y todo eso es de lo que habla Serebrennikov, con detalle, pasión y amor, y sobre todo, larga vida al rock and roll. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA