EL CHARLATÁN DE LA FE.
“Cada estafa es impulsado por un deseo de dinero fácil, es la única cosa que el estafador y estafado tienen en común”.
Mitchell Zuckoff
Harry Powell de La noche del cazador (1955), de Charles Laughton, y Elmer Gantry, de la película homónima de 1960 dirigida por Richard Brooks, eran dos tipos despreciables, sin escrúpulos, codiciosos y sin alma, entregados a la fe religiosa para conseguir sus objetivos económicos. Antanacio Di Felice es otro miserable de esta calaña. Un tipo que se mueve por la periferia de Quito (Ecuador), ya sea como sacerdote de funerales, o creador de ungüentos milagrosos para estafar a sus ciegos “feligreses” y vivir a costa de los demás. Su último “negocio” no salió como lo esperaba, y anda acuciado por una deuda enorme con “La Tía”, la gánster de la zona. Pero, le hablan de la “bendecida”, una niña que dicen que tiene visiones de la Virgen María. Antanacio se persona en la casa de los supuestos milagros y compinchados con los padres de Gema, alzan un lucrativo negocio. Aunque todo el tinglado se les irá de las manos y las diferencias estallarán entre ellos.
Después de A tus espaldas (2011), que ya rondaba también por los temas de dinero fácil, la corrupción y la codicia de un empleado de banca, el segundo trabajo del cineasta ecuatoriano Tito Jara es una película con el tono de cine negro, fusionado con acierto con la religión, en una de las zonas más pobres y devota de los barrios obreros de Quito, ubicados en la zona alta de la ciudad, a ese lugar donde no va nadie de paso. La cinematografía del español Carlos de Miguel, con amplia experiencia en series televisivas como El ministerio del tiempo, Malaka y Nasdrovia, entre otras, compone una luz tenue en el que describe con exactitud las sombras que se ciernan por unas almas muy grises y codiciosas que pululan por la historias, tanto Antanacio como los padres de la niña “milagrosa”. El gran trabajo de edición de Rodrigo Melero, del que hemos visto sus interesantes trabajos tanto en el campo documental con Traidores, como en la ficción con Bandido, consigue atrapar esa atmósfera malsana de dobles vidas y mentiras que se cierne sobre el trío protagonista en sus intensos y punzantes noventa y cinco minutos de metraje.
El rezador no es una película al uso, porque no se queda en su trama y la resolución de la misma, sino que va más allá, en su capacidad honesta sin artificios para mostrar las realidades más pobres de Quito, unas gentes que tienen en la religión su forma de relacionarse con la vida, su fe que usan otros para enriquecerse y estafarlos. La película también es un excelente ejercicio de cine negro, con el dinero como leit motiv, para mover a los personajes de aquí para allá, y sobre todo, para establecer esas malignas relaciones muy oscuras entre ellos, donde prevalece la maldad humana como el egoísmo, la codicia, la mentira y el amor como vehículo profundamente interesado en las relaciones humanas. El grandioso trabajo interpretativo del trío protagonista encabezado por un inmenso Andrés Crespo en la piel de Antanacio, actor ecuatoriano que muchos seguidores de la serie Narcos lo recordarán, dando vida a un tipo malvado, un paria que usa la religión y la fe como sustento, para engañar a sus incautos creyentes y sacarles toda la plata. A su lado, el también ecuatoriano Carlos Valencia como padre de la niña, y su mujer, la actriz colombiana Emilia Ceballos, dos progenitores, pobres como ratas, que ven en la niña milagrosa una forma de salir de su miseria, unos tipos que como toda película de estas características, también ocultan cosas, y todo ese ramillete de intérpretes que dan autenticidad a cada momento de la película.
El personaje central de la película, la niña “bendecida”, a la que interpreta una enigmática y silenciosa Renata Jara, convertida en el macguffin de la película, el motor de todo, la excusa para todos, la gallina de los huevos de oro que se tornará de un color muy oscuro, demasiado insoportable para los susodichos. El rezador, de Tito Jara es una película estupenda, honesta y llena de complejidad, que la hacen un título que no debería pasar como si nada, sino tener su protagonista en la cartelera y que el público le diese una oportunidad porque su visionado lo merece y mucho, porque muestra sin tapujos y con mucha sinceridad hasta donde somos capaces por un fajo de billetes, un dinero que desconocemos del peligro que conlleva, porque si la película habla de estafadores, en cierto modo, no sabemos quién está estafando a quién, quién se deja estafar, y sobre todo, las consecuencias de entrar en una existencia donde todo vale y no existen límites, porque ya se han cruzado todos los límites habidos y por haber. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA