Fauna, de Nicolás Pereda

REPRESENTAR LA VIOLENCIA.

“El mundo, para nosotros, es representación, como decía Schopenhauer; no es una realidad absoluta, sino un reflejo de ideas esenciales”

Pío Baroja

El cineasta Nicolás Pereda (Ciudad de México, 1982), es uno de los directores mexicanos más potentes de la actualidad, al igual que otros nombres como los de Carlos Reygadas, Michel Franco, Lila Avilés, Amat Escalante, Julia Hernández Cordón, Tatiana Huezo, Luis Estrada, Diego Quemada-Diez, entre otros. Miradas contemporáneas sobre su país, miradas críticas, profundas, muy personales, que inciden en mostrar la realidad social, económica y cultural mexicana muy alejada del conservadurismo oficialista. Un cine para observar, un cine que no solo plantea relatos durísimos, de carne y hueso, muy cercanos, de gentes como nosotros, sino que, también, se plantean desde una búsqueda interesante sobre la planificación, una mise en scene llena de grandes hallazgos formales, donde cada plano y encuadre obedece a una forma en la que tanto lo que se cuenta, como lo que se cuenta van completamente de la mano, generando una serie de ideas sobre cómo representamos la sociedad y las formas infinitas de hacerlo.

Pereda ha dirigido cuatro cortos y nueve largometrajes, moviéndose indistintamente entre la ficción y el documental, y en las múltiples variaciones de los distintos géneros y formas. Su cine, siempre en ese presente del aquí y el ahora, en la que sus metrajes rondan los setenta minutos, como la que aquí nos ocupa, profundiza en el entorno rural, donde abundan las relaciones familiares, siempre bajo el marco de un tono minimalista y profundamente íntimo, en la que hay pocos personajes, y siempre con la ayuda del colectivo teatral Lagartijas tiradas al sol, presentes en toda su filmografía, encabezados por Luisa Pardo, Gabino Rodríguez y Francisco Barreiro, en la que sus historias son un mero marco para desarrollar conflictos familiares entre padres e hijos, la representación como línea de trabajo, donde se detiene en la historia mexicana, en todo su imaginario, y la violencia, tema que expone en Fauna, su última película. El cineasta mexicano usa un dispositivo singular, y extraordinariamente sencillo, donde abundan los planos secuencias largos, con unos encuadres quietos donde coloca a sus personajes y donde se desarrollará la acción. Una trama en la que las situaciones que se van generando están pegadas a la realidad, pero también, al extenderlas, se van generando situaciones extrañas, surrealistas e hilarantes, donde la metaficción se va colando en una especie de muñecas rusas donde todo es representación, todo es ficción, pero también, realidad, una realidad cotidiana y muy cercana.

Fauna nos cuenta la llegada de Luisa y su novio Paco a un pueblo minero del norte, donde se encontrarán con Gabino, el hermano de ella, de visita a casa de sus padres. Con ese arranque donde la pareja se extravía, la espera cuando llegan, el suceso con los cigarrillos, y después, en el bar, cuando Gabino y el padre de Luisa le piden a Paco que interprete una de las escenas de su trabajo en la serie Narcos. A la mañana siguiente, una conversación de Gabino y Luisa, nos introducirá en otra ficción, la del libro que está leyendo Gabino, protagonizado por ellos mismos, donde un hombre busca a otro hombre desaparecido, mientras se va involucrando en una trama de espionaje, crimen organizado y mujeres fatales. Vida que se confunde con la ficción, y aún más, ficción dentro de otra ficción, y en realidad, una especie de falso documental donde se habla de cine, de interpretación, de la representación, y en este caso como el imaginario colectivo se va impregnando de la ficción televisiva en un país azotado por la violencia, como la ficción falsa, llena de convencionalismos y atada al espectáculo de la violencia, va contaminando a la población, y va cambiando su imaginación, donde la violencia real, cruda y oscura, acaba siendo sustituida por una más amable, más irreal y sobre todo, más cómoda, donde todo se suaviza y regla una idea completamente falsa de la violencia que campa a sus anchas en un país como el mexicano.

Pereda ha construido una película magnífica, donde todo es verdad o no, donde propone un magnífico y laberíntico juego que plantea es rompedor, seco y veraz, donde desconoces en qué lugar empieza y acaba, en el que se toma muy en serio la representación de la violencia, y nos ofrece muchos puntos de vista acerca de ella, en una película que pretende hacernos reflexionar como la ficción más comercial y popular, con su apariencia de entretenimiento, acaba resultando una fuente de propaganda donde todo la violencia resulta gratuita, donde carece de una reflexión profunda y donde los matones resultan simpáticos, toda una monstruosidad en la que la película contraataca con su sencillez, profundidad y humor, porque siempre queda la última palabra del espectador, la credibilidad que le da a lo que ve y cómo lo ve, y sobre todo, a rechazar todos esas ficciones visuales y apabullantes que bajo esa apariencia de espectáculo sin más, encierran amenazas que pervierten al espectador y todo su imaginario. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA