Madres paralelas, de Pedro Almodóvar

MADRE HAY MÁS QUE UNA.

“Madre es un verbo. Es algo que haces, no algo que eres”.

Dorothy Canfield Fisher

El universo cinematográfico de Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949), está plagado de madres, madres de todo tipo, algunas dulces, otras oscuras. Madres amargadas y condenadas con familias egoístas como la Gloria de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. Madres emocionales como la transexual Tina de La ley del deseo, o la madre castrante de Antonio en la misma película. Las madres madrazas a la que echan de menos tanto Pepa en Mujeres al borde de una ataque de nervios y Marina en ¡Átame!. La madre rival de Rebeca, a la que se idolatra y se odia a partes iguales en Tacones Lejanos, y esa otra, anclada en una cama, entre la locura y la ironía del juez Domínguez. La madre del pueblo que siempre da paz a la Amanda Gris de La flor de mi secreto. Manuela, la madre rota por la pérdida de su hijo que la vida da otra oportunidad en Todo sobre mi madre. La madre Raimunda que quiere recuperar a su madre, aunque sea en modo fantasma en Volver. La madre que pierde a una hija que no la quiere de Julieta, o esa madre sincera que le reprocha a su hijo Salvador que no ha sido lo que esperaba en Dolor y gloria.

Madres paralelas va sobre madres, dos madres muy diferentes entre sí, que se conocen en el hospital a punto de parir. Janis, pasa de los cuarenta, y recibe a su hija Cecilia con esperanza y amor. En cambio, Ana, adolescente, espera a su hijo con rencor, miedo y desilusión. Janis es fotógrafa, independiente, y una mujer libre y sin ataduras, como le explica al padre de su hijo, Arturo Buendía, un antropólogo forense que ayuda a Janis a abrir la fosa donde está su bisabuelo que fue fusilado por los falangistas. Ana es una niña no querida, sus padres separados, un padre ausente, una constante en el cine de Almodóvar, y Teresa, una madre imperfecta y actriz, que es la antítesis de la madre que será Janis. El director manchego sigue en el melodrama, en el de rompe y rasga, con ese aroma de piel y cuerpo de las películas de John M. Stahl, Douglas Sirk y el Ophüls de Almas desnudas, pero repasando sus anteriores melodramas protagonizados por madres, en su nuevo trabajo, la cosa va muchísimo más allá, porque el instinto maternal que plantea la película, nunca se había visto en su cine, porque aquí se detiene en esos primeros años donde la madre y la recién nacida es solo una, y con mucha intensidad, puro amor y pura vida. Aunque los melodramas de Almodóvar no son de corte clásico sino que lo mezcla con todos los elementos, a modo de gazpacho, porque hay elementos de romanticismo, con las varias historias de amor interrumpidas que van y vienen por la vida de los personajes, los elementos de thriller que tanto le gustan al cineasta, con esos toques de comedia negra o cine negro al uso, donde lo más cotidiano se vierte en oscuridad, y luego, la comedia, esos puntos de humor tan necesarios, que consiguen respirar después de tantos momentos de corazón en un puño.

Madres paralelas obedece a una estructura lineal, la historia se cuenta de forma cronológica, eso sí, con continuas elipsis, donde el director es todo un maestro, como demuestra en cierta secuencia, que no desvelaremos su contenido, por supuesto, en la que necesita que el espectador sepamos cierta información, y demuestra sus grandísimas dotes de narrador y un uso muy brillante del espacio, donde casa objeto, cada mirada y cada pausa, siempre ha de estar al servicio de lo que se cuenta y sobre todo, como se cuenta. El elemento que más llama la atención en la nueva película de Almodóvar no es otro que su especial acercamiento a la memoria histórica, porque es su primera vez, una novedad que se agradece mucho, porque la repercusión es instantánea, y lo hace desde la persona preocupada por su pasado, por todo lo que ocurrió, que abre y cierra su película, bien complementado con las dos madres que estructuran y mueven el relato. Podríamos decir que tanto La mala educación (2004), Los abrazos rotos (2009), en mayor medida, y Dolor y gloria (2019), desde otro ángulo, son películas que abordan el cine dentro del cine, y donde el director repasa su cine de antes, de ahora y quizás, de su futuro, como advertía un cartel de una película llamada Madres paralelas en Los abrazos rotos.

El rostro y las emociones de un personaje como Janis, un alma de rompe y rasga, uno de los personajes más difíciles y complejos en la filmografía de Almodóvar, porque en el interior de esa madre hay toda una batalla emocional, una guerra interna de mil pares de cojones. Un mujer debatiéndose en esa doble moral que la angustia y destroza, y que no puede compartir con nadie, debe vivirla en soledad, porque hay algo que ha sucedido y la mujer no sabe qué hacer, si contar lo que sabe o callarse, situación que la hace polvo. Además, lo que sabe, cambiará su vida para siempre, y por eso, hay anda entre dudas de dar el paso o seguir martirizándose. Uno de esos personajes capitales en el cine del director, que tanto le gustan, movidos por la pasión y el deseo como motor de sus vidas, quizás lo único por lo que vale la pena luchar, lo único que tenemos y a lo que podemos aspirar, aunque nos haga daño y sobre todo, en muchas ocasiones, no sepamos qué hacer con todo lo que tenemos encima y seamos incapaces de poner en orden tantos sentimientos, si es que se puede. El equipo técnico vuelve a brillar como es habitual en el cine del director. José Luis Alcaine, un colaborador imprescindible que consigue esa textura de alma que tanto le gusta al cineasta, una cinematografía luminosa y sombría, mezclando esas dos pieles que contaminan las vidas de los protagonistas, tanto la que vemos, como la que ocultan. El montaje que vuelve a firmar Teresa Font como sucedía en Dolor y gloria, sigue siendo sublime, con esas brillantes elipsis, y esa capacidad de condensar el espacio, en un relato de pocos lugares, donde casi siempre hay interiores, como lo que les pasa a los personajes, unas vidas muy hacia adentro, porque en realidad, todo lo que les sucede vive y muere dentro. Y la música de Alberto Iglesias, una compañía íntima y sin agobiar que engrandecen cada encuadre y cada mirada.

El reparto que reúne Madres paralelas tiene esa marca que tanto caracteriza el cine de Almodóvar, personajes de ahora y aquí, que siempre se están moviendo entre el quiero y no puedo, con una extraordinaria Penélope Cruz en la piel de Janis, y nunca mejor dicho, capaz de todo y de nada, una mujer que hace fotos, que mira y investiga a los demás, que hace y deshace, y que ser madre la ha hecho muy feliz, y ahora, debe saber vivir, pase lo que pase. A su lado, Milena Smit, que nos encandiló en No matarás, en un personaje muy diferente, la desvalida Ana,  alguien atrapado, alguien perdido que, encontrará en Janis una especie de madre, de hermana mayor y de algo más. Estupendísima Aitana Sánchez Gijón como Teresa, la madre de Ana, que nos recuerda a la Emma Suárez de Julieta, pero esta vez más cabrona, más dura e igual de elegante y sofisticada. Israel Elejalde hace de Arturo Buendía, el hombre presente de la película, antropólogo forense y amante de Janis, que entra y sale de la película, convirtiéndose en una especie de guía en la vida de Janis, tanto cuando está como cuando no. Y finalmente, dos breves presencias marcas de la casa del cineasta manchega, Rossy de Palma y Julieta Serrano.

Un director que después de más de cuarenta años de carrera haciendo películas ha cimentado todo un imaginario desde la comedia madrileña loca, sexual y divertida que llenaron sus ochenta, al melodrama que se ha apropiado de su mirada a medida que ha cumplido años, sin olvidar de sus orígenes en sus veintidós títulos, que no solo nos dan una imagen de lo que ha sido el devenir de aquella España que dejaba el franquismo y ah crecido en una democracia todavía débil, peor con otro tono, donde abunda el color, y donde, aunque todavía de forma residual, mira a su pasado e intenta poner las cosas en su sitio. Almodóvar ha logrado una grandísima película, con su elegancia y sobriedad habituales, donde el melodrama marca el tono y la textura, donde nos invita a  mirar el pasado como necesidad para cerrar sus heridas y poder mirar con esperanza a lo que vendrá, de forma clara, valiente y sin condescendencia, con amor y sin miedo, acompañando a unas madres muy reales, muy alejadas de esa perfección que tanto nos venden y tan falsa. Sus madres son de carne y hueso, felices y tristes, brillantes y torpes, sinceras y mentirosas, independientes y dependientes, bellas y feas, amantes y solas, mujeres que en las películas del manchego sienten y lloran, se ríen, follan, y además, viven. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA