En busca de Summerland, de Jessica Swale

CONFIAR EN LA IMAGINACIÓN.

“Las personas reales están repletas de seres imaginarios”.

Graham Greene

El relato arranca en 1975, cuando Alice, una anciana que parece vivir sola y es criticada en uno de esos pueblos de Sussex, teclea en la máquina de escribir una novela. Inmediatamente, la acción se traslada a la década de los cuarenta, en plena segunda guerra mundial, que con el fin de salvar a los niños de Londres, el pueblo recibe evacuados a los que proteger. A Alice, huraña, solitaria e independiente, le adjudican a Frank, un niño que tiene a su padre luchando en el frente aéreo, y a su madre trabajando para el gobierno. La relación entre Alice y el niño, como era de esperar, resulta distante, llena de tensiones y muy difícil, en un primer instante. Pero poco a poco, encontrarán algo que les une, los dos sienten una imaginación y fantasía extraordinarias, y ambos se lanzan a la aventura de localizar “Summerland”, una especie de paraíso pagano con el que te puedes comunicar, una particular fuerza mágica para todos aquellos que están dispuestos a creer.

Jessica Swale (Berkshire, Reino Unido, 1982), que alberga una gran carrera en el teatro como dramaturga, y directora, escribe y dirige su primera película, un relato muy “british”, donde nos habla de amor, imaginación, relaciones humanas, personajes de carne y hueso, aventura,  en un contexto sumamente complejo y trágico como la Segunda Guerra Mundial, con esa secuencia inserto, magníficamente filmada, cuando Alice, camina por una calle de Londres, que ha sufrido un bombardeo, en un plano secuencia que hiela la sangre. La película nos habla de tres tiempos, en los años cuarenta, donde se desarrolla el grueso de la historia, los años veinte, donde todo parecía posible, donde Alice se enamorará, y los setenta, donde a pesar de lo vivido, siempre había una esperanza. En busca de Summerland, nos cuenta principalmente el tema de las segundas oportunidades, de abrirse a la vida y a las personas, a pesar de todas esas roturas emocionales que hemos vivido, a ser más soñadores, a no rendirse jamás, a estar atento a las circunstancias de aquí y ahora, a sentir más y pensar menos, a dejarnos llevar y olvidarnos de quiénes somos, más a menudo, a ser lo que somos en toda su plenitud, a ser naturales y fieles a nosotros, sin hacer daño a los demás, y a ver más allá, a descubrir y descubrirnos, porque quizá la felicidad acabe tocándonos y nosotros no lleguemos a darnos cuenta.

Alice tiene ese aroma que desprendía el huraño y amargado Ebenezer Scrooge, el anciano que odiaba la Navidad en la inmortal Canción de Navidad, de Dickens, Una alma rota y solitaria, que la película irá descubriendo que oculta, que fue aquello del pasado que tanto la cambió y la hizo como es, una posición que cambiará con la llegada de Frank, un niño imaginativo, inquieto y muy curioso, amante de la aventura y los secretos de otros mundos. Una relación curiosa, maternal, que despertará en Alice antiguas emociones que ella creía olvidadas. La película mantiene ese look de producción británica, todo ambientado de una manera natural y exquisita, como la reciente La sociedad literaria y el pastel de piel de patata (2018), de Mike Newell, también situada durante la Segunda Guerra Mundial y en un pueblo costero, donde una pequeña comunidad se veía extraordinariamente alterada por el contexto bélico, las dos producciones comparten las consecuencias en el presente del pasado, y sobre todo, cómo afrontamos las heridas emocionales en nuestra cotidianidad y en las relaciones personales.

Swale vuelve a contar con Gemma Arterton y Gugu Mbatha-Raw, que ya dirigió en la obra teatral Nell Gwynn, para interpretar a los roles protagonistas. Arterton se muestra natural, intensa y magnífica, dando vida a Alice, la una actriz todoterreno en películas de toda clase que ha trabajado entre otras figuras como las de Neil Jordan o Stephen Frears, dota a su personaje de vitalidad, imaginación y lo va transformando a medida que el pasado se empeña en remover su presente, y Mbatha-Raw como Vera, un personaje relacionado con la vida de Alice, también, tenemos a Lucas Bond, el chaval que interpreta a Frank, ese niño desamparado y despierto que sabrá domar el ímpetu de Alice, y Dixie Egerickx como Edie, la niña curiosa y extraña, que se hace amiga de Frank. Y los magníficos veteranos con Penelope Wilton como Alice en los setenta, Tom Courtenay como Mr Sullivan, el maestro de escuela y organizador de los niños evacuados, y finalmente, Siân Phillips como Margot Corey, abuela de Edie y esa señora, tan amable y tradicional que siempre encontramos en este tipo de películas. La película nos invita a conocer un lugar como “Summerland”, algo que seremos capaces de ver si de verdad tenemos esa necesidad, si somos libres, despojados de prejuicios y demás barreras que nos autoimponemos. Un lugar para soñar, para ver más allá, para ver dentro de nosotros mismos, una especie de tierra para soñadores, y para todos aquellos que quieren ir más lejos, en ese viaje a lo más profundo del alma, a creer en aquello que no podemos ver, ni tocar, ni mirar, solo dejarnos llevar por aquello que estamos sintiendo y sobre todo, descubrir que hay otros universos dentro de este, y sobre todo, estamos muy cerca de ellos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA