Funan, de Denis Do

UNA MADRE FRENTE A LA BARBARIE.

“Durante muchos años he buscado una imagen perdida: una fotografía tomada entre 1975 y 1979 por los Jemeres Rojos cuando gobernaban en Camboya. Por supuesto que una imagen por sí sola no puede ser la prueba de un genocidio, pero nos hace pensar, nos fuerza a meditar, a registrar la Historia. La he buscado en vano en archivos, en viejos papeles, en las aldeas de Camboya. Hoy lo sé: esta imagen debe estar perdida. Así que la he creado. Lo que les ofrezco no es la búsqueda de una imagen única si no la imagen de una búsqueda; la búsqueda que permite el cine“.

Rithy Panh

Si hay algún cineasta camboyano ha documentado el genocidio de los Jemeres Rojos ese no es otro que Rithy Panh (Phnom Penh, 1964) que vivió en sus carnes el horror de Pol Pot y los suyos, descargando todos sus recuerdos cuando fue capturado junto a su familia y llevado a los “campos de rehabilitación” alejado de los suyos. Con S-21: La máquina de matar de los Jemeres Rojos (2003) llevó a los torturados a los centros donde se practicaban deleznables actividades, en La imagen perdida (2013) ante la imposibilidad de rescatar documentación sobre la cotidianidad en los campos de trabajo forzados, entre otras cosas porque no existen, inventó las imágenes con figuras de arcilla y dioramas, explicando tantas historias que vivió y escuchó de tantos represaliados por el régimen sangriento que asesinó cerca de 2 millones de personas, un tercio de la población camboyana.

Ante esa ausencia de imágenes de archivo, otra manera podría ser la animación, opción por la que ha optado Denis Do (París, 1985) que hace su puesta de largo mirando a sus orígenes camboyanos y explicando los relatos que le contó su madre, en una película que se centra en la vida de Chou, una mujer que vive en Phnom Penh, con su marido e hijo, cuando en abril de 1975 los Jemeres Rojos entran en la capital y después de hacerse con el poder, imponen un régimen de horror que consistió en llevar a las personas a campos agrícolas, donde se cultivaba principalmente arroz, y obligarlas a trabajar hasta la extenuación, separando a las familias y manteniéndolas en barracones insalubres y miserables. Do opta por una animación artesanal, construida a través del dibujo a mano y el 2D, creando un universo bello y horrible a la vez, a través de una forma y estética apabullante, en el que la película mira los pliegues del horror desde la intimidad, desde aquello que no vemos, desde los sentimientos más ocultos de los personajes, en el que seguimos a Chou y su familia y demás parientes, en su miserable periplo en diversos campos de trabajo forzado, la desintegración de la familia y todos los problemas a los deberán enfrentarse, resistiendo cómo pueden los embates del extenuante trabajo, escasísimo alimento y los asesinatos e injusticias morales que se cometían contra ellos.

El cineasta francés de origen camboyano muestra el horror sin mostrarlo, introduciendo el fuera de campo y las elipsis para los momentos horribles que viven los personajes, eso sí, nos muestra el antes y el después de esos acontecimientos horribles, y cómo afectan emocionalmente esas vivencias. El relato abarca los cuatro años que duró el régimen de Pol Pot, que acabó con la invasión de Vietnam en enero de 1979, caminando a buen ritmo y no cesan de suceder cosas, tanto físicas como emocionales, narrando esa cotidianidad miserable en la que resisten, viendo los cambios en sus cuerpos y sobretodo, en sus miradas, manteniendo algunos ese espíritu indomable que hace fuerte al personaje de la madre, que a pesar de estar separada de su único hijo, mantiene una valentía y una fuerza encomiables. Do mira hacia sus personajes, haciendo hincapié en las diferentes formas de reacción de los diferentes miembros de la familia ante los hechos que presencian, en las continuas posiciones alejadas entre ellos, las dificultades de algunos de supervivencia ante el horror diario, las diferentes formas de moral ante unos y otros que optan por acercarse a los guardianes para sobrevivir en mejores condiciones, o las ideas de fugas de unos pocos, con la idea de huir de ese maldito lugar.

Una película que recuerda a las no menos logradas cintas de animación que también exploran el pasado desde la honestidad y la crudeza de sus acontecimientos como ocurría en Persépolis (2007) de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, donde explicaban en forma de humor y tragedia la situación de una niña y luego mujer bajo el régimen de Homeini en Irán, o Vals con Bashir (2009) de Ari Folman, que narraba los duros acontecimientos de un grupo de soldados israelíes en la primera guerra del Líbano a comienzos de los ochenta, y la más reciente, Un día más con vida, del año pasado, dirigida por Raúl de la Fuente y Damian Nenow, donde seguía la cotidianidad del periodista Ryszard Kapuściński en la guerra de Angola en 1975. Todas ellas reconstrucciones históricas a través de los testimonios directos de las personas que lo vivieron, a partir de lo íntimo y lo personal en su forma de abordar la historia, dejando los grandes momentos en un segundo plano o simplemente como marco histórico.

Do ha construido una admirable y necesaria película sobre el horror, sobre el terrorismo de estado, sobre la barbarie, sobre la condición humana, tanto la más cruel como la más humanista, sobre la capacidad de supervivencia en situaciones límite, en espacios donde el calor abrasa, en que el estómago vacío nos deja sin aliento y vida, en que unos y otros avanzan en estos campos del horror, donde cultivaban los inabarcables campos agrícolas y donde nada de aquello iba para ellos, y sobreviviendo sin fuerzas, sin energía, dejándose llevar por ese horror instalado en el alma, en lo más profundo del ser, un cuerpo cadavérico, un cuerpo sin ilusión ni esperanza, que se mueve sin más, esperando lo inevitable, sobreviviendo un día más o un día menos, llegando al crepúsculo de una jornada sin fin, siguiendo remando en un río sin agua, pero creyendo que algún día habrá agua, volverá la vida, y reiremos después de tantos años que ni recuerdan, como siente la madre, con esa actitud férrea y sincera, como ese aire que le sopla su marido, ese mismo aire que sueña con volver a sentir sin rencor, sin miedo y libre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA