Mikado, de Emanuel Parvu

EL COLLAR DE ORO DE MAGDA.

“La culpa es uno de los sentimientos más negativos que puede tener el ser humano y, al mismo tiempo, una de las maneras más utilizadas para manipular a los otros”.

Bernardo Stamateas

Es realmente curioso y revelador como el cine rumano desde su magnífica irrupción con películas como La muerte del señor. Lazarescu (2005), de Cristi Puiu y 4 meses, 3 semanas, 2 días (2008), de Cristian Mungiu, entre otras, se ha caracterizado por contarnos relatos profundamente íntimos y cotidianos que ponen el foco en el entramado político, social, cultural y económico de un país que sale de un régimen dictatorial y avanza muy lentamente a una democracia que solo se ve en la teoría. Cine social muy potente, que traspasa la pantalla para construir realidades duras y profundas, entre los que abundan personajes envueltos en una trama sencilla pero muy claustrofóbica y llena de tensión. Nos acordamos de películas como Madre e hijo (2013), de Calin Peter Netzer, El tesoro  (2015), de Corneliu Porumboiu y Sieranevada (2016), de Cristi Puiu, por citar solo algunas. A esta premisa narrativa y formal se suma Mikado, segundo trabajo de Emanuel Parvu (Bucarest, Rumanía, 1977), del que conocíamos su labor como actor en películas de Mungiu como Los exámenes (2016).

En su nuevo trabajo no anda muy lejos del relato que armaba en su opera prima, Medea o la parte no tan feliz de las cosas (2017), en la que un padre sin oficio ni beneficio intentaba conseguir la custodia después de la muerte de la madre. Con el mismo actor Serban Pavlu, ahora convertido en padre de una rebelde adolescente, la tal Magda, con la que tiene una relación difícil. La trama coescrita por Alexandru Popa y el propio director es sumamente sencilla: el padre regala un collar de oro a Magda el día de su cumpleaños, pero esta se lo regala a una niña enferma de cáncer y el collar desaparece. El padre no la cree y arremete contra una enfermera mayor que casualmente ha encontrado el collar perdido. A partir de ahí, se irán sucediendo una serie de conflictos en los que también entrarán en liza la pareja del padre y el hijo de la enfermera, que es el novio de Magda, donde la tensión irá in crescendo donde cada personaje intentará resolver sus propios conflictos y los que tiene con el otro en una trama que se desarrolla en pocos días y sobre todo, nocturna.

Como hace con el actor protagonista, Parvu vuelve a contar con parte del equipo de su primera película como el cinematógrafo Silviu Stavilâ, que impone una luz natural llena de contrastes, en el que abundan los planos medios y los planos secuencias, el editor Dan Sefan Parlog, con un trabajo primoroso de montaje con ese ritmo vertiginoso para condensar los cien minutos de metraje que pasan volando, con esa tensión que se agarra y no nos suelta, y el productor Miruna Berescu, a los que se han añadido Jordi Niubo, coproductor de la reciente Silent Land, y Bogdan George Apetri, que está en los créditos de películas tan importantes como Nadie nos mira (2017), de Julia Solomonoff, Blaze (2018), de Ethan Hawke y Canción sin nombre (2019), de Melina Léon, entre otras. Como hicieran cineastas de la talla de De Sica/Zavattini, Berlanga, Kaurismäki, Kiarostami y Farhadi, entre muchos otros, en la construcción de relatos íntimos de personas de a pie envueltos en conflictos que son meras escusas para hacer una interesante y profunda radiografía de las corruptelas del estado y demás, sumergiéndonos en historias kafkianas de una complejidad agobiante y con resultados muy inciertos.

Mikado, de irónico título que hace referencia al objeto que aromatiza el hogar, una metáfora de lo que el collar de oro consigue en los personajes y la relación agobiante entre ellos, donde el conflicto cada vez se hace mayor con resultados muy inquietantes. Un elemento vital en el cine rumano es la composición de sus intérpretes, con actuaciones muy sencillas y tranquilas, sin nada de aspavientos ni estridencias ni gestos superfluos, todo es interior, todo se mira, se mueve y sobre todo, se transmite con una capacidad absorbente en el que los espectadores nos convertimos en un individuos más del cuadro en cuestión. El ya mencionado Serban Pavlu, que hace de un padre de ahora, en continuo conflicto con su hija adolescente y sobre todo, un tipo desquiciado demasiado impetuoso cuando el problema se hace complicado. Lo acompañan Crina Semciuc, una actriz que lleva una interesante carrera en el cine rumano, que hace de su pareja, más calmada e inteligente, y luego los más jóvenes, casi debutantes, Ana Indricau como Magda, y tudor Cucu-Dimitrescu como el hijo de la enfermera, que tendrá una relevancia importante. Disfruten de la construcción de Mikado, y padezcan sus conflictos y todo lo que les ocurre a sus personajes, que podríamos ser nosotros, porque sus problemas no son solo de Rumania, porque lo que les ocurre está en todas partes: la dificultad de comunicarse con los demás, y más con tus hijos adolescentes, la capacidad o la inoperancia de resolver o no conflictos, la estúpida culpabilidad y la responsabilidad de nuestros actos, en fin, de tropezar en la vida y cómo lo resolvemos, tan difícil y tan incierto, pero eso es vivir o al menos es así como vivimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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