LA LIBRERÍA A LA VUELTA DE LA ESQUINA.
“Somos simplemente dos almas perdidas nadando en una misma pecera”
Pink Floyd
El intérprete Sergio Castellitto (Roma, Italia, 1953), se ha labrado una fructífera carrera que abarca más de cuatro décadas como actor a las órdenes de grandes nombres del cine europeo como Von Trotta, Ferreri, Tornatore, Rivette, Bellocchio, Amelio, y Ettore Scola, con el que trabajó en La familia y Competencia desleal. Del gran cineasta italiano rescata uno de sus guiones, que escribió con el excelente guionista Furio Scarpelli, en una versión que coescribe con Margaret Mazzantini, musa, guionista y escritora en los siete títulos como director de Castellitto. Una obra intermitente que ha ido cociendo a fuego lento entre sus trabajos como actor. Una filmografía heterodoxa e interesante, mostrando mucha sensibilidad por las personas que transitan por los márgenes, todas esas almas invisibles y desarraigadas que luchan a diario para mantenerse a flote. Una trayectoria que se ha movido entre la comedia con Libero Burro (1999), su opera prima, y La belleza del somaro (2010), aunque sus trabajos más interesantes se han construido a través de intensos y profundos dramas como los que hizo con Penélope Cruz en No te muevas (2004) y Volver a nacer (2012), y otras propuestas como Nessuno si salva da solo (2015) y Fortunata (2017).
En Una librería en París (Il materiale emotivo, en el original), su relato se encamina hacia otros lares de la comedia como lo romántico, la que roza el melodrama, como suele ocurrir en todas las comedias con empaque, centrándose en un tipo que se llama Vincenzo, interpretando por él mismo Castellitto, que reside en París, en un barrio que podría ser Montmartre, u otro con ese aroma a añejo y bello, y regenta una librería llena de libros antiguos, con solera, de publicaciones extraordinarias y únicas, una especie de oasis en este mundo y en cualquier otro. En la parte de arriba del establecimiento, vive Albertine, su hija veinteañera que se quedó parapléjica en un desafortunado accidente. Todo parece ir como otro día más, con los quehaceres cotidianos: el doctor que atiende a la hija, la mujer que le ayuda, el profesor que roba libros, el camarero que trae el expreso recién hecho, y algún que otro cliente despistado que busca el libro o el regalo tan deseado. Todo va a cambiar, de repente, como suceden las cosas en la vida, de forma inesperada, con la entrada en la librería, como una exhalación, de Yolande, una alocada, excéntrica e insegura actriz que está ensayando en el teatro de enfrente.
La trama arranca cuando los dos protagonistas tienen conciencia de la soledad del otro, como atraídos por sus respectivas circunstancias y vacíos. Porque como suele ocurrir, sin nada extraordinario que suceda, como si nada, sin apenas darse cuenta, Vincenzo y Yolande entablan una bella amistad, porque son dos extraños, porque son tan diferentes, porque están en el mismo estado emocional, porque son dos islas incomprendidas en un mundo que va demasiado rápido para ellos, una sociedad demasiado tecnológica, una sociedad enferma y vacía. Castellitto compone una película rodada a la vieja usanza, en estudio, como las de antes, con ese aroma del viejo Hollywood clásico, con todo ese artificio que la película acoge y no reniega de él, todo lo contrario, le saca un partido extraordinario, con esas pequeñas historias y retratos que se van sucediendo. La hermosa y sensible luz del cinematógrafo Italo Petriccione (que ha trabajado en películas de Salvatores y Virzì, entre otros, con más de tres décadas de carrera), ayuda a crear ese pequeño microcosmos de fantasía, de irrealidad, pero tan lleno de vida, de miradas y soledades.
El estupendo y ágil montaje de Chiara Vullo, que ya había trabajado con Castellitto en Nessuno si salva da solo y Fortunata, es un gran trabajo de concisión totalmente entregado para la historia sobre el amor que se cuenta, una mirada sobre la belleza del amor, sobre el encuentro de dos almas perdidas, de dos almas cansadas de todo, en esos momentos donde la vida parece detenida, y todo parece encajar, pero siempre nos sorprende, y nos hace cambiarlo todo, o no. Sergio Castellitto interpreta con maestría y sobriedad a Vincenzo, un hombre como cualquier otro, que no estaría muy lejos de Alfred Kralik, el tímido vendedor que hacía James Stewart en la maravillosa El bazar de las sorpresas (1940), del maravilloso Lubitsch, un tipo tranquilo, con sus libros llenos de polvo, pero tan valiosos, llenos de vidas y sabiduría, que constantemente hace una reivindicación al libro, sus autores y sus historias tan imperecederas, resistentes y mágicas. La joven Matilda De Angelis, la joven actriz que hemos visto en títulos como Veloz como el viento y El premio, interpreta a la callada y amargada Albertine.
El alma mater del relato, la magnífica presencia de una actriz dotada para todos los registros, con una naturalidad desbordante y una actitud encantadora como Bérénice Bejo, que tiene en su haber grandes nombres como Farhadi, Bellocchio o Trapero, es la perfecta y atolondrada heroína, con un corazón enorme, una actriz tan perdida y sola como Vincenzo, pero que quizás, encuentre su lugar, su espacio, su descanso, y sobre todo, el amor con Vincenzo. Castellitto cimenta una película muy acogedora, llena de magia y con ese aroma tan característico de la fábula, que no estaría muy lejos de la Amelie, de Jeunet, de esos cuentos con personajes como nosotros, anónimos, a los que hay que acercarse mucho para verlos de verdad, porque están ocultos en el enjambre de las grandes ciudades, perdidos en esos barrios periféricos, e incrustados en esos barrios que no son gran cosa, y donde pasan las mejores cosas, donde te puedes tropezar con una librería como las de antes y siempre, con esos personajes que parecen que dejaron de existir, con esa humanidad y esencia que todavía se mantiene en algunos lugares de no se sabe dónde, peor que si te detienes y miras a tu alrededor, aparecerán cuando menos los esperes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA