NO SEGUIR LAS NORMAS.
“La vida es un teatro pero tiene un reparto deplorable”
Oscar Wilde
Siempre me ha sorprendido cuando alguien de mi entorno se ha descrito como alguien normal, porque, entre otras cosas, nunca he entendido que significa “ser normal”. Si ser normal significa que la sociedad y las personas que la conforman te aceptan tal y como eres, estaría bien ser normal, pero he aquí la cuestión, la sociedad y los demás te aceptan si cumples con algunos requisitos, unas normas establecidas, y no me refiero a las normas sociales, sino, sobre todo, a las emocionales, seguir un camino trazado en el que debes renunciar a tus sueños para convertirte en alguien aceptado por los otros, en alguien que se parece al resto, en alguien, que quizás, no se identifique contigo. Ernesto es uno de esos tipos, cuarentón, integro y honesto, uno de esos directores outsiders que sabe lo que quiere, y que no cejará en su empeño, por muy descabellado que sea. Uno de esos tipos que pululaban por las películas de Huston, Fuller o Ray, llenos de vida, inadaptados, y sobre todo, humanos. Ernesto se ha separado, vive con su hija Cloe, una veinteañera que estudia derecho, aunque a ella le encantaría hacer dibujo. Y una madre, Carolina, rebelde, inquieta y nada común. Todo cambia cuando la madre fallece, y Ernesto, contra viento y marea, e incomprendido por todos y todo, decide llevar a cabo la última voluntad de su madre, tirar su cuerpo al mar.
Achero Mañas (Madrid, 1966), que llevaba una década sin ponerse tras las cámaras, después de Todo lo que tú quieras (2010), también una historia que giraba en torno a una ausencia, en la que el protagonista decide enfrentarse a sus prejuicios y barreras emocionales para suplantar a su mujer, y así, de esa manera, ayudar a su hija de cuatro años. La muerte vuelve a girar en torno a un relato que se divide en dos partes. En la primera, conocemos a esta peculiar familia, tan rara y extraña como todas, con sus peculiaridades y extravagancias, sus pequeñas mentiras y sus roces emocionales. La muerte de la abuela trastoca toda esa realidad cotidiana, y en la segunda mitad de la película, nos lleva a una road movie con destino a la costa, en la que padre e hija, intentarán llevar a cabo la voluntad de Julia. Mañas que arrancó su carrera como actor trabajando con directores ilustres como Ridley Scott, Aristarain, Gutiérrez Aragón, Cuerda, etc… debutó como realizador con El bola (2000), sobre los abusos que recibía un chaval por parte de su padre, llenándolo de premios y reconocimientos de la crítica y el público. Tres años más tarde, con Noviembre, daba rienda suelta a los intérpretes con una historia sobre un grupo de teatro de calle, guerrillero, libre y diferente.
Cuatro relatos en veinte años, que nos hablan de seres que deben romper las normas para ser ellos, ser diferentes a los demás para no dejar de ser normales, individuos que se lanzan a la vida, a pesar de los golpes, a pesar de tantos obstáculos, a pesar de todo, creyendo en lo que hacen, y sobre todo, creyendo en sí mismos. En Un mundo normal, Ernesto hace las cosas, por muy descabelladas que parezcan en un principio, y luego asume las consecuencias, que las habrá. No es alguien que se detiene frente a la adversidad, sino todo lo contrario, sigue firme en su decisión, no queriendo ser comprendido, porque, a veces, resulta inútil, sino porque lo siente así. El cineasta madrileño construye una tragicomedia sobre la existencia, sobre nuestras decisiones, y sobre cómo las llevamos a cabo, sobre la normalidad, y sobre todo, que para ser normales nunca debemos dejar de ser lo que somos, porque si no seremos normales, si, pero frustrados, vacíos y desolados.
Mañas vuelve a contar con los técnicos que ya estuvieron en Todo lo que tú quieras, con la aportación de David Omedes en la cinematografía, y José Manuel Jiménez en la edición, dos piezas fundamentales para conseguir esa luz tenue y apagada de Madrid, para llevarnos por la luz mediterránea y brillante de Valencia, acompañado de un montaje con brío, que sabe manejar el tempo como es debido, metiéndonos en esa mezcla de relación materno-paterno-filial que se desarrolla en la película, y construyendo esta peculiar y curiosa tragicomedia sobre la identidad y nuestras relaciones humanas, donde vuelve el mundo del teatro y los actores y actrices, como en sus anteriores películas, quizás el Alex que interpretaba José Luis Gómez en su anterior trabajo, sería una especie de futuro de Ernesto, que también, tendría elementos de Leo, el padre transformista, que rompía las reglas sociales para ser otra y ayudar a su hija. Ernesto sería una mezcla de esas dos formas de enfrentarse a la vida, y sobre todo, a los conflictos. Una actitud de tomar partido y no quejarse sin hacer nada.
La película nace a partir de una conversación de Mañas con su madre, en la que el director imagina cómo reaccionaría ante tamaña decisión. Su alter ego, el hijo que hará lo imposible por materializar la voluntad de su madre fallecida, un impresionante y magnífico Ernesto Alterio, que hacía tiempo que no lo veíamos tan soberbio y rompedor, que además de homenajear a esos directores dignos que reivindicar el cine libre e independiente, en un tiempo que las plataformas de streaming se están quedando con el pastel, como reivindica la película. A su lado, Gala Aymach, hija real del director, maravillosa revelación por su sensibilidad y mirada, que debuta como actriz, haciendo de Cloe, la hija que acompaña a su padre en este periplo emocional y vital, que también, tendrá tiempo para reflexionar y tomar las riendas de su vida. Con Pau Durà, como ese hermano talentoso intérprete de piano, que no se decide a ser él mismo. Magüi Mira como la abuela, una mujer de carácter, decidida y a u manera. Y por último, Ruth Díaz, la ex de Ernesto y madre de Cloe, que intentará poner algo de cordura, aunque no será fácil entre tanta “normalidad”. Mañas ha vuelto a lo grande, con una película de aquí y ahora, sensible, libre y conmovedora, sobre un puñado de criaturas que son muy normales, pero llenas de singularidades, y sobre cómo estas, encajan en una sociedad cada vez más superficial, acomplejada y frustrada. Una historia de carne y hueso, humanista que nos conciencia que la vida es demasiado corta y en cualquier momento se apaga, y nos deja sin tiempo para ser esas personas que siempre quisimos ser. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA