“Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis.”
Nos encontramos alrededor de 1915, en Mardin, ciudad turca cercana a la frontera de Siria. Allí, Nazaret Manoogian, un joven herrero vive en compañía de su mujer y sus dos hijas gemelas, y el resto de su familia. Estalla la I Guerra Mundial, y muchas minorías pasan a considerarse enemigas del Impero Otomano. Una noche, el ejército turco lo detiene junto a los demás hombres y los llevan al desierto a trabajos forzados lejos de su familia. Después de escapar in extremis de la muerte, se alía con un grupo de desertores y durante un ataque, un conocido le habla de un lugar, en medio del desierto, donde llevaron a su familia.
Con El Padre (The Cut), Fatih Akin (Hamburgo, 1973), finaliza su particular trilogía “El amor, la muerte y el diablo”, que arrancó en Contra la pared (2004), que le valió el Oso de Oro en la Berlinale, donde relataba la relación tormentosa de una turca y un hombre de origen turco alemán con aires fatalistas, le siguió Al otro lado (2007), donde el destino de seis personas se cruzaban a través de la muerte. Akin emprendió el trayecto de esta aventura personal y brutal, como nos tiene acostumbrados en su cine, después de leer el libro 1915: Ermeni Soykirim (1915: El genocidio armenio), del conocido periodista turco Hasan Cemal. El realizador turco-alemán asegura haberse documentado leyendo más de 100 libros sobre el tema. Su película desentierra un pasado oscuro que las autoridades turcas incluso hoy día siguen negando. Akin utiliza el genocidio contra el pueblo armenio como telón de fondo en su película, para centrarse en la terrible y épica odisea que tiene que vivir el joven Nazaret, que arranca en su pueblo en 1915 y sigue por los tortuosos caminos y las tormentas de arena del desierto de Mesopotamia, para encontrar asilo en una fábrica de jabón reconvertida en hogar para refugiados, seguir visitando orfanatos y prostíbulos en busca de la huella de sus hijas, cambiar de continente y llegar hasta La Habana (Cuba) para con la ayuda de un paisano seguir la búsqueda y finalmente, llegar hasta el año 1922, 7 años después, y encontrar su destino y el final de su viaje en un pequeño pueblo helado de Dakota del Norte, en los EE.UU.
Akin nos cuenta dos historias, dividida en dos partes, la primera relata la supervivencia de Nazaret, y luego, una pausa, en el que su vida emprende un nuevo objetivo, y ahí se inicia su segundo segmento, la incesante y difícil búsqueda de sus hijas que creía fallecidas. El cineasta de origen turco, muestra el horror y la muerte en su crudeza, el camino interior de alguien, que después de lo que ha vivido, ha perdido su fe, ya no cree en Dios, sólo cree en sí mismo, y sobrevive a duras penas con el objetivo de reencontrarse con los suyos. Akin nos ofrece una película histórica, un fresco sobre la vida y la muerte, sobre la maldad y la solidaridad humanas, una odisea que alterna en su viaje por la mezcla de géneros, desde el western épico y crepuscular, hasta las cintas exóticas de aventuras por el desierto, y el género social, la descomposición y composición familiar, la emigración al nuevo mundo, la intolerancia de los unos contra los otros, elementos que tendrían como espejos transformadores títulos de la grandiosidad de Centauros del desierto, de John Ford, o América, América, de Elia Kazan.
Una película construida a partir de la figura de su protagonista, Tahar Rahim, único punto de vista y la mirada del cineasta, (que fue contratado por su magnífica composición en Un profeta, de Jacques Audiard), además de realizar un trabajo brillante, tiene la desventaja de pasarse casi toda la película sin hablar, por el corte que le producen, el elemento musical juega un papel fundamental, pues sitúa palabras allí donde no las hay. Además, Akin ha podido contar en el guión con la grandísima aportación de Mardik Martin, (el guionista estadounidense de origen armenio, que había trabajado con Scorsese en Toro Salvaje y New York, Ney York, que llevaba más de tres décadas sin trabajar para el cine). Otro de los grandes momentos del film se desarrolla cuando en 1921, una noche, el protagonista ve El chico, de Chaplin, bajo un cielo estrellado, instante mágico donde el cine capta la emoción de los sentimientos y anhelos del protagonista. Una película contundente, de gran belleza plástica, que a ratos enmudece y en otros, sobrecoge. Una de esas cintas como las que se filmaban antes, de las que firmaba David Lean, con su grandiosidad y su épica, que recorre los años terribles y sobrecogedores de un ser humano en busca de su familia y sobre todo, de sí mismo.