Almas románticas en desolación
El arranque del onceavo título de la carrera de Jim Jarmusch (el cineasta outsider por excelencia) nos propone un viaje hacia lo romántico, en un escenario desolado y fantasmagórico, en un tiempo inexistente en el que dos almas separadas físicamente, pero totalmente unidas en lo emocional, siguen amándose por los siglos de los siglos. Un retrato sincero y extraño protagonizado por dos vampiros que deviene una enriquecedora metáfora de la sociedad actual. Una sociedad en estado agónico poblada por no habitantes que sobreviven como pueden en esta vorágine inhumana. La primera incursión en lo fantástico del realizador estadounidense, es un cruce eficaz y muy interesante entre varios temas desarrollados a lo largo de su carrera. No faltan sus personajes en suspenso, individuos perdidos y desorientados que transitan por los márgenes de la ley, la contracultura que rompió moldes y asentó las bases de la literatura americana del siglo XX, gracias a autores como Kerouac, Borroughs, Ginsberg… , un lenguaje personal que nace de la fusión de los clásicos, los nuevos cines europeos y los independientes de Hollywood, la música, que en su dramaturgia adquiere un significado de suma importancia deviniendo un elemento totalmente indispensable, el carácter circular de su obra, que atrapa a sus criaturas guiándolas hacia un destino inevitable y desolador. Los dos no muertos enamorados, Eve y Adam, que protagonizan el relato – personajes inspirados en Los diarios de Adán y Eva, de Mark Twain -, viven alejados, ella, en la Tánger, vitalista y oscura, – refugio de los intelectuales expatriados como Bowles- y él, músico underground, en el Detroit, fantasmal y decrépito, dos escenarios que funcionan como contrapunto deformantes, creando una atmósfera fascinante plagada de sombras y luces apagadas. Unas criaturas que ya no asesinan para conseguir su sangre sino que la obtienen clandestinamente, y denominan zombies a los no vampiros. El encuentro de los amantes se ve truncado con la aparición de Ava, hermana pequeña de Eve, que debido a su juventud y transgresiones los aleja de ellos. Los intérpretes, entre los que destaca la presencia andrógina de la siempre enigmática, Tilda Swinton, y un magnífico Tom Hiddleston, gran paternaire a su altura, que parece un cruce entre Kurt Cobain y Lord Byron, muy próximo a la figura del Conde Orlok de Nosferatu (1922), y la fascinante aparición de John Hurt, dando vida a un Christopher Marlowe, anciano y cansado, que sigue reivindicando su obra frente a Shakespeare. Un relato de género, que no estaría muy alejado del espíritu de El cielo sobre Berlín (1983), de Wenders. Un cuento de terror moderno que bebe de un sinfín de fuentes, construido desde la fascinación por el cinematógrafo de uno de los creadores más singulares y personales del siglo XXI.
Pingback: Las películas de fuera que me emocionaron en el 2014 | 242 películas después