Bittersweet days, de Marga Melià

LA VIDA QUE QUIERES.

“Los grandes cambios empiezan con pequeños pasos”

¿Vivimos la vida realmente que queremos? ¿Decidimos nuestra existencia en relación a lo que sentimos o lo que debemos hacer? ¿Estamos felices con nosotros mismos? ¿Nos arrepentimos más de lo que hemos hecho o lo que hemos dejado de hacer? Esta serie de cuestiones, y otras relativas a la felicidad, a quiénes somos y qué tipo de vida llevamos son las que plantea la primera película de Marga Melià (Palma de Mallorca, 1982) periodista de oficio y cineasta de vocación, que ya exploró los mecanismos de la felicidad en su primer trabajo, un cortometraje de curioso título El síndrome del calcetín desparejado (2012) donde confrontaba las diferencias entre la vida que llevamos y los sueños que tenemos o dejamos atrás. En su puesta de largo, vuelve a aquellos temas, o mejor dicho, continúa investigando sobre los temores, preocupaciones y demás que afectan a la gente de su edad, treintañeros que se mueven casi por inercia, que no acaban por encontrarse, y sobre todo, se sienten frustrados con su existencia, incapaces de vivir la vida que realmente desean.

La trama, sencilla y honesta, gira en torno a una pareja que tiene que separarse. Él, feliz en su trabajo, se traslada a Londres por un tiempo, ella, infeliz en su profesión, se queda sola en Barcelona, y además, tendrá que buscar compañero de piso para sufragar los gastos de la vivienda. El elegido es Luuk, un fotógrafo holandés extrovertido y pura vitalidad, que espabilará y abrirá los ojos a Julia, y le descubrirá más sobre ella misma de lo que ésta imaginaba. Melià hace de la modestia y la simpleza sus armas argumentales y formales, quizás alguna secuencia se muestra algo forzada y sin el debido tiempo que merecería, pero no deslucen el conjunto, construyendo una película pequeña, pero de gran sentido y complicidad con el espectador. Una película luminosa, atractiva y artesanal, que arranca describiendo la Barcelona turística para acercarse a los rincones más personales y auténticos de la ciudad, creando el decorado idóneo para contarnos esta historia romántica, con momentos surrealistas, y otros no tanto, sobre aquello que deseamos y quizás no nos atrevemos a vivir, a veces por falta de tiempo, por inercia, o simplemente por miedo.

Un relato sentimental breve (apenas 72 minutos) que nos sumerge en unos días agridulces, como nos anuncia el título, días para pensar, para darnos cuenta de cosas que nos gustaría hacer, días para sentir aquello que dejamos de sentir, o para mirarnos al espejo y reconocernos en el reflejo que tenemos delante, en una historia que nos habla sobre la amistad, el amor, y sobre todo, de nosotros mismos, sobre quiénes somos en realidad, y como nos relacionamos con nuestros semejantes. La deliciosa música de los Lili’s House añade más sensibilidad y magnetismo a la película, creando esa armonía tranquila y apacible que respira todo el conjunto. Esther González y Brian Teuwen, novatos en estas lides, dan vida a los protagonistas de la película, aportando frescura, vitalidad y humanidad a unos personajes en un momento crucial en sus vidas. Una, entre lo que siente y lo que vive, quizás la eterna cuestión de identidad que azota a muchos jóvenes de hoy en día, y él, enfrentándose a unos sentimientos que parecía tener claros.

Melià que se acerca al aroma que se respira en filmes de Miranda July o Jonás Trueba, nos lleva de la mano por este cuento de verano, mientras compartimos un libro que marcó nuestra adolescencia, o vemos aquella película que siempre nos gustó, o tomamos copas acompañados de unas risas cómplices, y paseamos sin rumbo por la ciudad, o acabamos bañándonos al amanecer, y alquilamos una película en alguno de los pocos videoclubs que todavía resisten, o pasamos unos días en Mallorca probando sus aguas y descubriéndonos a nosotros mismos… Días de verano, días en que conocemos a alguien, que nos enamoramos, o simplemente, sentimos que vivimos por primera vez, o tal vez, nos damos cuenta que hacía mucho tiempo que no nos sentíamos así de bien, o quizás lo habíamos olvidado, tan centrados y agobiados con nuestra vida, o con eso que llamamos vida, muy alejados a aquello que nos hacía sentirnos bien y felices con nosotros mismos.