Tres mil años esperándote, de George Miller

UN DESEO HECHO REALIDAD.

“Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad”

Oscar Wilde

De la decena de títulos que componen la carrera de Geroge Miller (Brisbane, Australia, 1945), cuatro se los ha dedicado a Mad Max, el relato del vigilante de autopista en un futuro distópico donde escasea el agua, arrancó en 1979, convirtiéndose rápidamente en una cult movie, de la que rodó dos secuelas en 1981 y 1985. En el 2015 volvió a ese futuro que tantas alegrías le había dado con una nueva versión de título Mad Max: furia en la carretera. Entre medias, algunas películas para la gran industria como la comedia fantástica de Las brujas de Eastwick (1987), o el drama familiar de Lorenzo`s Oil (1992), incluso la animación con Babe, el cerdito valiente (1998), y las dos entregas de Happy Feet. Con Tres mil años esperándote, vuelve a su cine más personal, y más arriesgado, alejándose en cierto modo de la maquinaria hollywoodiense. Rescata un proyecto de los noventa, porque fue entonces cuando leyó el relato the Djinn in the Nightingale`s Eye, de A. S. Byatt, publicado en 1994, del que quedó fascinado, pero ha sido ahora, después del éxito de la nueva entrega de Mad Max que ha podido convertirlo en realidad.

Un guion que firman la debutante augusta Gore y el propio director, en la que su estructura recuerda a Las mil y una noches, el relato arranca con Alithea Binnie, una profesora de literatura fascinada con los cuentos y sus historias. De casualidad, en un viaje a Estambul, al que va a dar una conferencia, compra un curioso frasco que, cuando está en la habitación del hotel, lo frota y aparece un genio. A partir de ese momento, todo se agitará en la vida de Alithea, y el genio, también llamado “Djinn”, le concederá tres deseos, pero la mujer cauta y recelosa, no se decide por las consecuencias que le puede traer, así que, el genio le cuenta tres historias que ha vivido sobre los deseos y sus problemas venideros. Tres encuentros con tres mujeres. En el primero le cuenta su amor no correspondido con la reina de Saba y su condena al frasco. En el segundo le explica la frustración de no poder ayudar a una esclava que vivía en la corte de Solimán el Magnífico, y por último, la tristeza que le produjo su encuentro a mediados del XIX con Zefir, una mujer deseosa de conocer la naturaleza, de la que se enamora pero no acaba bien.

Miller construye una película muy íntima, cercanísima, en la que la trama sucede en una habitación de hotel entre los dos protagonistas, eso sí, las historias, esos cuentos maravillosos y tristes a la vez, suceden en otras épocas, cuentos llenos de magia y fantasía, en que la película enarbola una imaginación sublime y poderosísima, donde nos llevan en volandas por esos mundos de palacio movidos por el deseo, el amor, la traición, la  locura y la sabiduría y demás. La película consigue una interesante mezcla de cine hablado, con unos diálogos y unas replicas fabulosas que nos mantienen muy alerta y sobre todo, en la que se plantea numerosas cuestiones sobre nuestra propia naturaleza, aquello que deseamos y aquello otro que tememos y queremos olvidar. Y luego, nos encontramos con ese otro cine, más de acción, espectacular, en el que la fantasía visual se apodera del relato, donde todo parece formar parte de un sueño que se convierte en pesadilla.

La parte técnica brilla con intensidad y espectacularidad en cada secuencia de las historias que cuenta el genio, en la que Miller se ha arropado de viejos cómplices como John Seale, que consigue una depuradísima cinematografía, donde lo íntimo se fusiona con la ingeniería visual y da lugar a un relato lleno de enigmas, hipnótico y magnético, corpóreo y tangible. Al igual, que el montaje de Margaret Sixel que consigue dar mezclar la pausa del hotel con el ritmo vertiginoso que se apodera de los cuentos del genio, en unos inmensos ciento ocho minutos de metraje. También, encontramos con cómplices de Miller como Doug Mitchell en la producción, Roger Ford en el diseño de producción, Lesley Vanderwalt en caracterización, y la excelencia de Kym Barrett en el vestuario. Una excelente pareja de intérpretes como Tilda Swinton y Idris Elba, tan diferentes y a la vez, tan cercanos y especiales, capaces de dar vida y naturalidad a la situación más extraña e inverosímil, bien acompañados por un buen grupo de actores y actrices que, casi sin hablar, dan vida a sus respectivos roles.

Tres mil años esperándote nos habla de nosotros, de nuestra capacidad para imaginar, para escuchar cuentos e historias de otras épocas y de esta, en un mundo cada vez más ensimismado en la tecnología, y menos capaz de detenerse a escuchar, y la película de Miller también, entre otras cosas, reivindica la escucha y la imaginación, y sobre todo, la humanidad, todos los valores que nos han llevado hasta nuestros días, porque como decía el poeta, mientras haya alguien que se detenga y se siente a escuchar mi historia, tengo el deber de contarla, y no solo contarla, imaginarla una y otra vez para que no se pierda en el tiempo, lo mismo que deseaba Ray bradbury en el precioso final de Fahrenheit 451, en el que los libros ya desaparecidos, unos a otros se contaban esas historias que permanecían en sus memorias, el deseo de contar y escuchar, como le ocurre a la protagonista de la película Alithea Binnie, que tiene un deseo, un deseo difícil pero no imposible, un deseo que su genio deberá cumplir, como pueda o como desee. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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