No todo es vigilia, de Hermes Paralluelo

No-todo-es-vigiliaTODA UNA VIDA

Hace más de medio siglo que Yasujiro Ozu filmó en Cuentos de Tokio  (1953), la descomposición de Japón, después de la segunda guerra mundial, a través de Shukichi y Tomi Hirayama, un matrimonio de ancianos que se veían desplazados por sus hijos. Sólo el tiempo y el cariño de su nuera Noriko no los dejaba solos y a su suerte. Hermes Paralluelo (Barcelona, 1981) acomete en su segundo título, el retrato de otra pareja de ancianos, sus abuelos, Antonio y Felisa, que llevan más de 60 años juntos, unas personas que temen la amenaza de acabar en una residencia y perder la independencia de la que gozan, que se necesitan el uno al otro, y no pueden estar alejados. Paralluelo opta por una cámara observadora, no se entromete en los asuntos de sus personajes, los observa en silencio, captando las pulsiones y las respiraciones agitadas de dos seres octogenarios, dos personas cansadas, que se mueven con lentitud, y que sienten temor por la desaparición del otro.

El realizador barcelonés divide su relato en dos partes bien diferenciadas, en la primera, nos encontramos en un hospital, ya que Antonio acaba de ser operado, las eternas esperas, las conversaciones entre los abuelos, los largos paseos de Felisa, ayudada por un andador,  por los pasillos del hospital, los encuentros de Antonio, estirado en la camilla, con sus amigos también convalecientes. El ir y venir del ajetreo del hospital se apodera de la trama, en la que Paralluelo con extenuante paciencia, filma los rostros agrietados, las miradas cansadas, los cuerpos pesados que cuesta mover. En la segunda parte, dado de alta Antonio, se centra exclusivamente en la casa de ellos, situada en Muniesa, un pequeño pueblo de la provincia de Teruel, donde los dos ancianos siguen con su cotidianidad, sus conversaciones, sus diferentes puntos de vista, pero sobre todo, el inmenso amor que se tienen, a pesar de todas las dificultades que han tenido que afrontar, y las que todavía les vendrán.

La película se aleja del tono amargo y doloroso de Amor (2012), de Michael Haneke, la propuesta de Paralluelo, filmada en tonos grisáceos y velados, nos habla casi a susurros, de dos abuelos resistentes, que derrochan vitalidad, y que lucharán con todos los medios a su alcance para abordar su desaparición, con el propósito de seguir juntos y ayudarse hasta el final. Otro de los puntos a favor de la cinta es el humor que recorre la cinta, dotándola de un humor corrosivo y contagioso, que evidencia la buena salud mental de esta pareja de ancianos que viven su particular umbral de la vida con el mejor de los ánimos y con ilusión en lo que tiene que venir, porque se tienen el uno al otro, como siempre, desde que se conocieron y se casaron cuando sólo eran un par de jóvenes.

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