Nick Chambers es un joven admirador de la actriz del momento, Jill Goddard, protagonista de la saga de terror más exitosas de los últimos años. Nick gana un concurso que consiste en cenar con la guapa actriz. Pero, la noche que tiene que celebrarse el encuentro, el joven, que espera en una habitación de un lujoso hotel, recibe una misteriosa llamada de alguien de la productora, que le comunica que se ha cancelado. La voz que se hace llamar Simon Chord, invita a Nick a un juego voyeurista y macabro, le propone pasar la velada observando a la actriz que se va a encontrar con su amante en una habitación de enfrente, desde su ordenador a través de Internet. La tercera película de Nacho Vigalondo, tiene un arranque prometedor, podríamos situarla en un cruce entre La ventana indiscreta (1954), de Alfred Hitchcock y El fotógrafo del pánico (1960), de Michael Powell. El joven protagonista controla todos los movimientos de la actriz, su móvil, su ordenador… absolutamente todo, o quizás, a través de todos esos dispositivos, también él está siendo controlado. Nick abre y cierra ventanas a través de su ordenador, va de un lugar a otro, sin moverse de la habitación. A modo de thriller paranoico, el realizador cántabro nos propone un viaje hacía el terror desde todas las infinitas posibilidades informáticas que la tecnología es capaz de controlar. Podría verse como una vuelta a los orígenes y temas de su opera prima, Los cronocrímenes (2007), que ya desarrollaba de forma más eficaz una trama donde abundaban las falsas identidades, el observador y el observado, a los espejos y sus reflejos deformantes, a las situaciones kafkianas y los ambientes malsanos y terroríficos situados en ambientes domésticos. La trama se complica cuando el perverso juego de Chord va más allá y las situaciones empiezan a descontrolarse, en las que se incorporan nuevos elementos, como unos hackers desde París y la intervención de la policía, añadiendo más testosterona kamikaze a la que ya había. En ese instante, la acción deriva en un perverso juego del gato y el ratón, a ver quién caza a quién, y sobretodo, en una película de acción trepidante, con persecuciones incluidas, siempre desde el punto de vista de una pantalla de ordenador y la ventana que se está observando en ese instante. Vigalondo sabe manejar a los espectadores, llevarlos de un lugar a otro, levantarlos de la butaca e introducirlos en la compleja madeja argumental de su obra. Aunque si bien técnicamente la película está muy lograda y supone todo un desafío su producción, argumentalmente, sólo se sostiene la primera mitad, la segunda y sobretodo, la parte final, los abundantes giros de la trama y los efectistas golpes, algunos del todo inverosímiles, deslucen enormemente el conjunto de la película. Protagonizado por Elijah Wood (convertido en icono de thrillers españoles, ya que está es su tercera colaboración, después de las películas con Alex de la Iglesia –Los crímenes de Oxford (2008), y Eugenio Mira –Grand piano (2013). Y por la sugerente y sexy, Sasha Grey, auténtico objeto de deseo de la película. Una propuesta interesante a medias, aunque resulta gratificante su novedosa apuesta en la aplicación de las nuevas tecnologías en el campo del cine.